Hace falta más “RESPONSIVIDAD” en nuestra democracia

POR: GABRIELA AÍDA CANTÚ RAMOS. PROFESORA DE PLANTA DE LA FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS SOCIALES. UDEM.

Las democracias representativas son sistemas políticos en donde el poder emana de los ciudadanos a los representantes populares a través de procesos electorales competitivos, justos y libres. Lo anterior significa que aquellas personas interesadas en ocupar un cargo público (ya sea a través de la nominación de un partido político o de manera independiente) dependen de conseguir el apoyo de un sector mayoritario del electorado que les permita obtener el triunfo en las elecciones, formar gobiernos e impulsar acciones concretas. No obstante, en las democracias se espera que los representantes públicos no solo tomen en cuenta las demandas y necesidades expresadas por las mayorías, sino que también consideren y atiendan a grupos minoritarios pero igualmente importantes. Dicho de otro modo, en las democracias, las y los ciudadanos esperan que los gobiernos sean responsivos con todas las personas. 

En castellano, de acuerdo con la Real Academia Española de la Lengua, la palabra responsivo es un adjetivo que hace referencia a algo “perteneciente o relativo a la respuesta”. Ser responsivo entonces tiene que ver con dar respuestas. Visto así, “ser responsivo” podría no decir mucho con respecto a qué responder o cómo. Sin embargo, si se revisa esta misma palabra en inglés, se empiezan a encontrar un poco más de matices, pues de acuerdo con el Oxford English Dictionary, responsive es un adjetivo que indica “reaccionar rápida o intensamente ante algo”. Es decir, ser responsivo implica no solo responder, sino hacerlo rápido. Adicionalmente, en inglés existe la palabra responsiveness que indica el “estado o calidad de ser responsivo”. La palabra “responsividad” es la forma más cercana de referirse -en español- a este concepto. 

En la ciencia política, es precisamente la idea de la responsiveness la que se ha discutido más en términos de lo que los gobiernos democráticos son —o no— capaces de hacer por sus ciudadanos. En 1967, la politóloga Hanna Pitkin escribió un texto clásico llamado El concepto de la Representación, en el cual discutió las distintas concepciones de lo que implica representar y abordó la idea de la responsividad como un elemento clave de los gobiernos representativos. Pitkin menciona “(…) un gobierno es representativo no demostrando su control sobre sus súbditos, sino simplemente a la inversa, al demostrar que sus sujetos tienen control sobre lo que lo hace (…) Un gobierno representativo no debe simplemente estar en control, no solo promover el interés público, sino que también debe ser responsivo con la gente”. Años después, Robert Dahl, argumentaba en su texto Polyarchy: participation and opposition que las democracias son gobiernos que son entera o casi enteramente responsivos a sus ciudadanos.

A partir de lo anterior, en términos generales, se puede decir que responsividad se refiere a “cuando un gobierno es capaz de captar demandas de sus ciudadanos (entendidos tanto como mayorías como grupos no mayoritarios) y de ofrecer respuestas que abonen a la atención concreta de esas demandas de manera favorable, en el marco de un horizonte temporal de corto plazo”.

Responsividad, rendición de cuentas y responsabilidad. 

Como ya se discutió, desde la teoría la responsividad es uno de los elementos esenciales de los gobiernos representativos. Sin embargo, no se deben dejar de lado otros conceptos tales como la rendición de cuentas y la responsabilidad, que también se vinculan a la idea de los ciudadanos siendo capaces de controlar a sus gobiernos y motivarlos a actuar en su mejor interés. La rendición de cuentas se refiere a cuando un actor tiene la capacidad de que otro actor explique, justifique, y se responsabilice por las acciones emprendidas y además asuma las consecuencias (sanción o recompensa, por ejemplo). 

Si se considera a las democracias representativas, las elecciones son uno de los principales mecanismos de rendición de cuentas, pues si un gobierno tuvo un buen desempeño (supo responder de maneras que le parecieron adecuadas a las y los ciudadanos), entonces le será más sencillo ganar las elecciones. En el caso contrario, entre menos responsivo haya sido un gobierno, más se incrementa la posibilidad de una derrota electoral. En este sentido, la responsividad y la rendición de cuentas se vinculan porque ambos conceptos hacen alusión a la capacidad de las y los ciudadanos para controlar a sus gobernantes evaluando las respuestas concretas y premiando o sancionando a partir de las mismas. 

Por otro lado, cuando se habla de responsabilidad se alude a que en las democracias hay una serie de reglas y procedimientos que limitan el actuar de los gobiernos. El teórico Peter Mair argumentó que la responsabilidad implica que un gobierno actúe “prudente y consistentemente y que siga las normas tanto en procesos como en prácticas”. En otras palabras, en las democracias se espera que los gobiernos sean responsivos, que generen políticas concretas que atiendan demandas y necesidades de las personas, pero que esto no sea a costa de violentar procesos/procedimientos e instituciones que son la base de las democracias. 

El reto de la responsividad democrática 

El escenario previamente descrito representa una constante tensión en las democracias, pues la gran mayoría de las personas espera respuestas en el corto plazo y los mismos gobiernos también apuestan a este tipo de respuestas (pues son las más redituables en términos electorales), incluso a costa de no seguir las normas o procesos democráticos (ser responsables). 

De acuerdo con el Informe 2023 de la Corporación Latinobarómetro titulado La recesión democrática de América Latina, en la región se están experimentando de manera simultánea:  niveles bajos de apoyo a la democracia por parte de las personas, un incremento en la cantidad de gente para la cual el tipo de régimen (autoritario o democrático) es indistinto, una marcada preferencia por liderazgos de corte autoritario, el debilitamiento de los partidos políticos como vehículos de representación popular y una evaluación muy negativa en el desempeño de los gobiernos. 

Este último punto se refiere directamente a la idea de responsividad, pues de acuerdo con este informe, la caída en la evaluación del desempeño de las democracias latinoamericanas tiene que ver con su falta de capacidad para responder a las demandas de políticas públicas por parte de sus ciudadanos. 

El gran reto de las democracias actuales es precisamente atender a las crecientes demandas de sus ciudadanos y ciudadanas (ser responsivo), pero sin que esto implique resquebrajar las instituciones y procedimientos que sostienen a las democracias (ser responsable). La preferencia por liderazgos autoritarios (poderes ejecutivos que concentran cada vez más poder) que de entrada “responden rápidamente”, pueden representar grandes costos a largo plazo, tales como el debilitamiento del equilibrio de poderes (restricciones a los poderes legislativo y judicial) y la eventual limitación en los derechos y las libertades de las personas. Ante este panorama, surgen preguntas como: ¿Vale la pena tener gobiernos responsivos pero no responsables?  ¿Cómo se puede ser ambos? Con este breve texto se espera motivar la discusión de estos aspectos que, aunque muchos/as no conozcan por sus nombres formales como responsividad y responsabilidad, afectan a todas las personas.