El duelo por concluir una etapa escolar
Por: Abril Garza, Coordinadora del Departamento de Diseño y Multimedia
Cuando deseamos encontrar algún recuerdo significativo en nuestra memoria, muy probablemente venga a nuestra mente algún momento de la vida académica. Seguramente recordarás haber llegado al preescolar y observar a gente de nuestra edad, a veces llorando, un poco perdidos, o con útiles nuevos de su personaje favorito.
Durante nuestro primer día de primaria, en el mejor de los casos, ya habíamos hecho algún lazo (a veces con la maestra, con esa a la que por error le dijimos: “mami”). Después, en secundaria, probablemente sentíamos algo de terror e incertidumbre por cómo sería la preparatoria y lo que podrían esperar de nosotros.
Cuando llegamos a la universidad, poco se habla de cómo nos podemos sentir como estudiantes, casi profesionistas. Así va pasando el tiempo en lo que puede ser (o no) nuestra carrera elegida, con todos esos afectos, desvelos, esfuerzos, preocupaciones o ansiedades, al mismo tiempo que, desde sus mejores ángulos, algo brillante y hermoso.
Lo cierto es que, al ser este nuestro pase directo a otra realidad, pasamos por un duelo, algo que sin duda no debería minimizarse.
Para entenderlo, imaginemos un camino con cuatro estaciones de tren:
La primera estación tiene un ambiente triste; subimos a un vagón y no queremos que arranque, deseamos a veces que nuestra estancia no termine, anhelamos quedarnos ahí, nos despedimos con un gesto, sin pronunciar un adiós.
El tiempo, sin reparo, nos mueve hasta la segunda estación: mientras estamos sentados en nuestro asiento, vamos recordando momentos que vivimos durante nuestra época de estudiantes. A veces buenos o desafiantes, con cafés de madrugada, cambios de verano a otoño, la angustia de los finales, y la música que nos acompañaba mientras leíamos aquellos libros que parecían interminables.
Así llegamos a una tercera estación; se ve oscura, hay algunas luces que marcan otras ciudades, otros senderos, que pueden no convencernos como el comienzo de nuestro trayecto profesional. Seguimos en la búsqueda de algo que amemos, que nos apasione o interese y nos vamos encontrando a nosotros mismos a través de los reflejos.
En la cuarta estación que nos aguarda, se ve grande, algo extraña, ajena. Aunque es desconocida y tiene rutas nada parecidas a esos caminitos de colores que transitamos a los 5 años, parece muy interesante; tiene nuevas posibilidades que nos atraen.
Así, con largos caminos recorridos, a veces muy placenteros, decimos adiós a nuestro ciclo estudiantil. Al final, seguimos teniendo a nuestro pequeño yo haciendo conexiones cada vez más complejas, pero recordando ese cuaderno lleno de garabatos y el aroma característico de crayones nuevos. El duelo se reactiva siempre que nos despedimos de etapas; hay quintas, sextas, y un sinfín de estaciones más con metas por cumplir.