
Ser madre hoy en día
Por Norma Saeb, gerente de Programas de Integración a la Vida Universitaria, UDEM.
Hace unas semanas, mi hija María Fernanda cumplió 22 años, y no sé si a ustedes les pasa igual, pero en mi caso, cada cumpleaños me lleva al recuerdo de momentos vividos en las diferentes etapas de crecimiento de mi hija y, sobre todo, a la reflexión sobre el camino que hemos recorrido juntas para llegar hasta aquí.
Ser mamá es un verdadero desafío; desde hace tiempo abogo porque todas las madres vivamos nuestra maternidad desde una visión real. Esperen, esperen… no me refiero a que la maternidad sea algo desastroso y poco placentero, ¡al contrario! Lo que busco es que podamos disfrutar cada momento de nuestra tarea como madres, sin angustias y sin señalamientos.
He sido una madre trabajadora toda la vida… Mi hija nació y, en aquel entonces, no existía la posibilidad de extender tu incapacidad para estar con ella más allá de los 45 días que establecía la ley. Por cierto, ahora que menciono el término “incapacidad”, ¿cómo por? (como dice “la chaviza”). ¡Si es uno de los momentos más capaces en la vida de una mujer! Nadie me va a dejar mentir sobre el reto de ser mamá desde el primer minuto del nacimiento de tu primer hijo: no hay tregua, no hay posibilidad de detener ese alud de responsabilidad y sentimientos mezclados.

Pero regreso al relato inicial… Soy una madre que trabajó fuera de casa, y mi hija, por lo tanto, ingresó a una guardería. Así, compartía su cuidado con mis papás —es decir, sus abuelos— y, desde luego, con los míos. De esta manera fue la historia de mi hija: un tiempo en el colegio, otro en la estancia y uno más al cuidado de su mamá. Recuerdo cuando estaba en primero de primaria; tuve un día libre en el trabajo, pero ella sí acudió a la escuela. Fui a dejarla al colegio y regresé a casa a preparar la comida y un postre para luego recogerla a la hora de la salida. Al verme, al lado de las otras mamás, mi hija expresó con gran entusiasmo: “¡Como una mamá normal!”, y yo solo sentí cómo se agolpaba un sentimiento de culpa y tristeza. Verme ahí, a la hora de la salida, era ser “una mamá normal”. La abracé, y ella, muy feliz, disfrutó de la comida y el postre que le preparé con tanto amor. “¡Qué rico, mami!”. A cada cucharada, me sobaba el brazo y me acomodaba el cabello en una mezcla de amor, admiración y disfrute.

Nunca olvidaré ese momento, ya que me esforcé aún más por ser la mamá normal que tanto ansiaba mi hija. No dejé de trabajar, no cambié mi horario ni modifiqué mi rutina, pero me encargué de hacerle saber que lo normal en una mamá es amar, acompañar, aconsejar, escuchar. También lo es equivocarse, cansarse, desesperarse y fallar. Poco a poco fuimos encontrándonos en nuestra naturaleza más íntima y poderosa. Aprendí de ella, de su temple y serenidad, y ella aprendía de mi alegría y de mi coraje para salir adelante, para resolver lo que la vida iba poniendo en el camino.

Digo sin equivocarme que logré ser una mamá normal (bueno, la verdad es que me sigo construyendo y perfeccionando). En realidad, siempre lo fui: solo hacía falta darme cuenta de que esa normalidad encuentra su base en el deseo profundo de hacer tu mejor trabajo. Al mismo tiempo, también puedes ser una profesionista extraordinaria, una buena amiga, una mujer plena y feliz. Siendo madre, así, con mis mejores aciertos, con mis errores y lecciones aprendidas, me ha llevado a ser, sin duda, mi mejor versión.

Si en tu plan de vida estás considerando ser madre, hazlo. Te recomiendo no dejar pasar esa posibilidad. Si ya tienes a tus hijos y en ocasiones dudas si lo estás haciendo bien, tranquila… te aseguro que cada día estás logrando “ser una mamá normal”. También es válido si en tu plan personal no contemplas la posibilidad de serlo.
Ser madre no es ninguna hazaña; es ser tan normal como puedas, tan feliz como sea posible y tan extraordinaria como nunca antes lo habías sido.