
Cónclave: un análisis de la película
Por Carlos Lozano, Responsable de Audio, UDEM, y Sofía Martínez, estudiante de la Licenciatura en Filosofía, UANL.
En un contexto político, social y cultural en donde las discusiones se están volcando a los dos polos de un espectro, el tradicionalismo y el progresismo, Cónclave sirve como una representación de ello. Por un lado, bajo el mando de Tedesco, se muestra el lado derecho de la institución católica, una institución que necesita reafirmar su poder sobre las minorías en el mundo: los migrantes, las mujeres, los homosexuales, etc.
En ese polo se encuentra lo que los filósofos o historiadores podrían comparar con aquél lema “Roma invicta”, y toda la carga que este tiene. Es el espíritu que pretende salvaguardar la tradición y la ley, pero también la teología rigurosa que sustenta dicha tradición; no por nada su apellido, “Tedesco”, quiere decir en italiano “alemán”, haciendo referencia a la línea y escuela de uno de los teólogos alemanes más relevantes en el pensamiento contemporáneo cristiano: Joseph Ratzinger.
Por el lado izquierdo se encuentra, tal vez liderado por Lawrence, Bellini o el grupo de cardenales liberales, un discurso religioso que muchas personas no están acostumbradas a ver: una iglesia que defiende e incluye todo aquello que la derecha rechaza.

Cónclave, en un inicio, parece ser la típica película hecha para criticar y cuestionar a la institución católica, pero más que eso, sirve como un referente para crear conversaciones y análisis sobre el significado de la iglesia, la religión y, tal vez, la relación de cada uno de nosotros con Dios. Muestra la condición humana dentro de la iglesia, no intenta retratar hombres santos u hombres que se quieren hacer pasar por santos, sino verdaderos hombres que viven la religión y la experiencia institucional como los hombres que son.
Se dejan llevar por la competencia, por los intereses personales, por las pasiones; sin embargo, esos deslices no condicionan sus buenas intenciones, por ejemplo, la experiencia de Lawrence, Bellini o Adeyemi. (El hijo de Adeyemi puede ser un punto a tratar: ¿las faltas de un sacerdote al celibato pueden condicionar su labor como sacerdote, o incluso como sumo pontífice?).
Además, la representación LGBTQIA+ en la película es un punto clave. En el libro, Lawrence es canónicamente bisexual; en la película, Vicente Benítez es intersexual, y además está la constante discusión sobre la inclusión de esta comunidad en la iglesia. La forma en la que el tema se toca, como la discriminación en el pasado y la inclusión como algo que se debe empezar a trabajar desde hoy para el futuro, creó nuevas formas de vivir y entender la relación entre la diversidad y la vivencia religiosa.
Este punto se puede dividir en dos partes: la inclusión y la identidad.
- La inclusión. Lawrence dice: “Pablo nos recuerda que el regalo de Dios a la iglesia… es su variedad. Es esta variedad, esta diversidad de personas y de puntos de vista… lo que da a nuestra iglesia su fuerza”. Reconocer el valor de todos los integrantes de nuestra comunidad es una virtud que se necesita fortalecer por el bien de nuestra sociedad.
- La identidad. Para muchas de las personas católicas que son parte de la comunidad LGBTQIA+, vivir entre la dicotomía de la diversidad y el conservadurismo puede traer problemas de auto reconocimiento, de negar su propia identidad, de rechazar la Palabra, entre otras tantas posibles conclusiones. En esta película, acompañamos a Vicente Benítez en su relato sobre el auto reconocimiento y la autoaceptación: “Soy lo que Dios me hizo. Y quizás sea mi diferencia lo que me haga más útil. Pienso de nuevo en su sermón. Y yo sé lo que es existir entre las certezas del mundo”.
Entre la inclusión y la identidad, también se halla la novedad, y es Benítez quien la trae al gremio de cardenales. En una esfera clerical donde la tradición y la doctrina son la base y la certeza de cuanto creemos, la novedad es la forma en la que el Espíritu irrumpe en la historia y en nuestra propia vida para llevarnos más allá de nuestros paradigmas, incluyendo el Magisterio. Es por ello que Lawrence, al pedir en su sermón por un papa que dude, que peque y siga adelante, el Espíritu responde con Benítez. Lawrence pide y recibe lo que nunca pensó. Queda estupefacto cuando confronta a Benítez al final pero, como María, es un hombre que guarda todo en el corazón y al final asume y asimila el soplo del Espíritu con incertidumbre, pero con paz y entusiasmo.

Hemos dicho que Tedesco y Bellini representan corrientes de pensamiento y perspectivas teológicas que han estado presente desde siempre, y han tenido que perseverar en un constante diálogo pese a las resistencias entre permanecer estáticos e inamovibles y mantener el aggiornamento conciliar frente al mundo y su devenir. Pero conviene también rescatar la representación de Lawrence.
En él, aparece el discípulo que todos llevamos en el interior: un seguidor con dudas, con crisis de fe, incertidumbre, con la tarea de mediar por el equilibrio y el común acuerdo, con esperanza pero a la vez con el afán de querer tener “los asuntos de Dios” bajo control, tan solo por sanidad mental. Es la representación del “seguidor atemporal” de Jesús que podemos hallar en cualquier época de la historia de la Iglesia y las comunidades cristianas.
Con todo esto, se muestran cuatro ejes que hablan sobre la historia y naturaleza mismas de la Iglesia y que abren preguntas y análisis sobre su presente y su futuro:
- La custodia de una tradición milenaria: monumento histórico e inamovible (Tedesco).
- La búsqueda de la verdad, la justicia y la libertad a través de la apertura y diálogo constante con el mundo y las culturas (Bellini).
- La puesta en juicio de la incoherencia sistémica e individual de un discurso religioso de purificación espiritual mediante votos y estados de vida como el celibato en el ministerio sacerdotal (Adeyemi).
- La irrupción enigmática del Espíritu Santo en el mundo, en la maduración de la Iglesia y sus procesos bajo la novedad, la diversidad y la paz (Benítez).
Tomando en cuenta estos ejes que aparecen en la trama, surgen preguntas sobre el presente y el porvenir de la Iglesia Católica: ¿cuál será nuestra apuesta por ser la comunidad que Jesús soñó para hacer vida el reinado de Dios? ¿Reforzar una teología sólida y rigurosa? ¿Imponer una perspectiva progresista? ¿Repensar y reestructurar prácticas religiosas y estados de vida? ¿O escuchar al Espíritu comunalmente y así poder discernir la realidad en busca de la novedad, la diversidad de ser y de pensar y en busca de la paz para nuestros pueblos?
Por último, conviene destacar la forma en la que Benítez entra al escenario cardenalicio, tomando en cuenta lo que hemos dicho anteriormente. Entra de una manera irregular, de manera ajena a lo trazado por las normas eclesiásticas y el derecho canónico; Lawrence busca incorporar este caso de alguna manera, y cuando es presentado frente al cónclave, el grupo se muestra indiferente con un silencio, como si no tuviera otra alternativa más que aceptarlo. No hay convicción ni iniciativa sino solamente sumisión jerárquica hacia la voluntad del obispo de Roma. Lawrence y Benítez son la Iglesia del tercer milenio: semper reformanda, en salida y sinodal; y quizá son la fuerza e ímpetu del papa Francisco por otra Iglesia posible, más humilde, frágil, santa, cercana y humana con los colectivos de hoy.