Memorias de diciembre: un camino a la reflexión

Por: Elisa Téllez, Directora del Centro de las Artes UDEM y Abril Garza, Coordinadora de Departamento de Diseño y Multimedia

Cada diciembre despierta en nosotros una mezcla de ternura y melancolía: la sensación de volver, por unos días, a la edad en que todo era soñar. La infancia reaparece con el olor a  pino, con los villancicos, con la espera del gran día rodeado de luces. La Navidad nos invita a reconstruir fragmentos: las manos que envolvían regalos, la mesa encendida con velas y repleta de comida, pero también trae una nostalgia que duele, no solo por lo perdido, sino por la belleza misma de haberlo vivido.

La Navidad no es solo una fecha, es un estado del espíritu. Un espacio donde la memoria se vuelve luminosa y el tiempo, por un instante, parece detenerse para dejarnos mirar de nuevo a la infancia que todavía respira en nosotros.

Crédito: Foto de Bugra karacam en Unsplash

En esta época basta una chispa sensorial para encender los recuerdos. El aroma a canela me lleva a la casa de mis abuelos, las luces que delinean los caminos, los villancicos que resuenan sin descanso… En la niñez, esos momentos eran parte de una magia que dábamos por segura, que creíamos inagotable. En la adultez, se transforman en el detonante que nos devuelve —aunque sea por un momento— a un tiempo más cálido.

De pequeños, diciembre era un universo de luces, colores y tradiciones. Todo parecía especial, nos maravillaba y la emoción crecía cada año, esperando el gran día. Pero crecer implica un giro inevitable: responsabilidades, prisas, compras, compromisos. Aquello que antes se sentía tan mágico, ahora se vive como un ritual automático, uno al que incluso tememos llegar.

Las pérdidas, el caos de la ciudad o una pandemia intensifican esa nostalgia. No solo extrañamos a quienes ya no están, sino también al niño que fuimos: aquel que no pensaba en presupuestos, tráfico o expectativas materialistas. Lo que era artesanal se convierte, de adultos, en un montaje. ¿Realmente necesitamos tanto para sentir y vivir la temporada?

Crédito: Foto de Xulong Liu en Unsplash.

Conectar con lo que vemos, escuchamos y leemos puede ayudarnos a recuperar esa sensibilidad. Obras como Nativity (1303–1305) de Giotto di Bondone, The Mystical Nativity (1500–1501) de Sandro Botticelli, Christmas Night (The Blessing of the Oxen) (1902–1903) de Paul Gauguin o The Madonna of the Village (1938–1942) de Marc Chagall evocan la intimidad, la sencillez y el asombro que asociamos con esta época. A ello se suman exposiciones inspiradas en la temporada, lecturas como Mujercitas o los clásicos cuentos de Navidad, la música de la Estación de invierno de Vivaldi y puestas en escena como El Cascanueces. Estos acercamientos no requieren de compras ni excesos: basta con abrir espacio para el recuerdo.

Crédito: Foto de Sandro Botticelli, The Mystical Nativity.

La contemplación de estas manifestaciones, ya sea visuales, literarias o musicales, nos invita a reflexionar sobre lo que significa este momento para cada uno de nosotros. No tiene que ver necesariamente con algo religioso, sino también con otros escenarios en donde tenemos la oportunidad de agradecer por lo que tenemos y replantearnos lo que es significativo en nuestras vidas.

Frente a ese vacío en el que las decoraciones ya no brillan igual, lo esencial nos recuerda que, aunque no podamos regresar el tiempo, siempre podemos crear nuevas memorias, vínculos y conexiones. 

Habrá lugares vacíos que nadie podrá llenar, pero honrar su memoria puede acompañarnos mientras construimos nuevos recuerdos. El niño que fuimos puede reencontrarse con el adulto de ahora a través del arte que ambos reconocen; la mirada cambia, sí, pero la magia de la memoria siempre puede volver a encenderse.