Spotifire: consumidor contra la desigualdad

Por: Carlos Lozano, Responsable Técnico de Audio en VICME

Spotify es la plataforma más popular que existe en el mercado de la música a día de hoy. Revolucionando la manera en la que reproducimos la música, en sus comienzos parecía algo muy bueno para ser verdad… ¿Me estás diciendo que puedo escuchar a quien yo quiera, cuando quiera y como quiera? ¡Toma mi dinero! Y efectivamente, Spotify vino con un modelo de negocios interesante, donde el consumidor solo tenía que pagar una cantidad casi simbólica al mes y listo, toda la librería de artistas proveniente de varios servidores alimentándose a su vez de bases de datos situadas cerca del usuario, todo para tener al instante la música en tus manos.

Con este modelo de negocios vio la luz una etapa en la que casi todos estamos sumergidos: la era de las suscripciones y las corporaciones. Algo así como un “suscripcionismo neoliberal” donde el CEO de la empresa ya no necesita ser un apasionado por la música, mucho menos tocar algún instrumento o saber de composición y poesía; solo debe saber de finanzas, números, invertir las utilidades y echar a andar el barco del capital para que todo vaya business as usual.

Crédito: Foto de Nainoa Shizuru en Unsplash.

En esas inversiones hay un sinfín de CEOs que tienen su dinero en empresas cuestionables, como es el caso de Daniel Ek quien fue CEO de Spotify por veinte años más o menos e invirtió seiscientos millones de euros en una startup alemana llamada Helsing, la cual se encarga de producir drones de combate equipados con inteligencia artificial para Europa. Tras esto, varios artistas como Xiu Xiu, Bob Vylan, Deerhoof e incluso King Gizzard and the Lizzard Wizard han retirado su contenido musical de la plataforma. Un mensaje de protesta que busca visibilizar la nula ética que puede llegar a tener el corporativismo cuando deja de lado la dignidad humana y se predispone al orden del capital.

Y bueno, uno podría decir: “Es su dinero, no tiene que ver con la empresa, puede hacer con él lo que quiera”. Pues, resulta que sus ingresos, o parte de ellos, provienen de las utilidades generadas por Spotify, y esas utilidades son producto de dos fuentes: nuestra suscripción como consumidores y la tarifa de reproducciones. Y dentro de ese modelo se reparte el pastel: los porcentajes se dividen entre las disqueras, las distribuidoras y al final los artistas reciben “su parte”, si es que se le puede decir así a algo tan ínfimo.

¿Cuánto paga Spotify a un artista por reproducción? En promedio entre 0.003 y 0.005 dólares. Esto quiere decir que un artista nuevo, para recibir algo decente de la plataforma, 500 dólares por ejemplo, necesita ser reproducido 100 mil veces al mes (considerando la tarifa mayor). Los famosos tienen el reto superado, pero ¿qué sucede con los artistas emergentes? No les queda de otra más que subir su contenido solo por mera presencia y exposición, a menos que tengan un equipazo de marketing, los contactos y contratos con los “trajeados” adecuados para garantizar el éxito.

Crédito: Foto de Marcela Laskoski en Unsplash

Así sucede el fenómeno denominado long tail, un término acuñado por Chris Anderson en el año 2006 en su libro “The Long Tail”, el cual, perfila cómo los artistas más famosos, que son pocos, crean la mayor cantidad de ingresos a la plataforma creando una curva pronunciada en la gráfica; mientras que los artistas emergentes, independientes o que no están en el mainstream dejan una larga cola en la gráfica, pues son muchos los artistas de este nivel y el ingreso por reproducción se reduce, obedeciendo a la fórmula.

Además, este modelo de negocios crea indirecta, consciente o inconscientemente, una especie de  “lucha de clases” entre artistas en el mercado del streaming; pues el modelo, de entrada, está basado en la competencia. Eso implica que sean unos cuantos artistas los afortunados de gozar los frutos de los medios de producción más sofisticados que el neoliberalismo tiene en su arsenal destinados a la industria musical: los mejores estudios de grabación, los mejores ingenieros, los mejores venues, los mejores programas de radio y televisión, entre otros. 

Dicho en otras palabras, el suscripcionismo aplicado a la industria musical fomenta la desigualdad entre los artistas creando, por un lado, una élite o pequeña porción de “macro-artistas” que reciben mucho dinero y le dan mucho dinero a las plataformas, y por otro, una gran porción de “micro-artistas” que se resignan a recibir más exposición y presencia que ingresos, buscando alternativas por otros medios como los conciertos y giras, por ejemplo, donde el artista recibe muchas más ganancias.

Habiendo contemplado todo lo anterior, ya no resulta tan interesante este revolucionario modelo de negocios, ¿cierto? El corporativismo por su naturaleza necesita intermediarios y fórmulas universales que garanticen el éxito de la logística del producto y el flujo de dinero, dejando al sujeto creativo al margen de la ecuación. Así, Spotify, además de ser una fuente de inversión de armamento militar en Europa, es también una fuente de opresión estructural para los artistas y su música a nivel mundial con especial énfasis en los países subdesarrollados como los de América Latina; pues su objetivo central no es tanto difundir el arte por el arte, sino des-almar la música y tomarla como un medio para la acumulación de capital en las arcas de la desigualdad.

Crédito: Foto de Brett Jordan en Unsplash

Y bien, como consumidores frente a esta realidad, ¿cómo dejar de contribuir a la guerra y la desigualdad en la industria musical? Quizá suene anticuado, pero, me parece que una forma de volver a poseer la música y que esta no dependa de si sigue en la nube o no, o si deja de estar disponible por poca demanda, es mediante la adquisición física, utilizando de nuevo los aparatos que antes teníamos en casa. Aunque suene como algo del pasado, tener un formato físico en tus manos te da la posibilidad de escuchar sin depender de su existencia en el servidor de la red. 

Otra opción, aunque todavía en la dinámica corporativa, es buscar plataformas de streaming que paguen mejores regalías y ofrezcan mejores tarifas de reproducción a los artistas. Hay plataformas como Qobuz, Tidal, Deezer, Apple Music, entre otras, que tienen mejor terreno qué pisar tanto para los artistas como para los usuarios, pues ofrecen precios más justos. Hay también plataformas bajo modelos colaborativos como Resonance, Jamendo y Bandcamp donde los mismos artistas se apoyan entre sí para la promoción de su contenido y no hay intermediarios que vayan estrechando más la parte del pastel correspondiente; sin embargo, estos espacios tienden a ser más para artistas independientes y emergentes y no son tan populares.

Asistir al “toquín” del fin de semana, comprar merch, compartir y promover las canciones de tus artistas locales y amigos que tienen un proyecto musical puede ser un pequeño pero gran comienzo para combatir esa desigualdad y buscar alternativas más descentralizadas. Esto nos puede vincular con aquellos que dan la protesta y la lucha por lo justo, en lo que poco a poco vamos pensando en cómo volver a poseer lo que sutilmente nos han usurpado: la música y su esencia política y comunitaria.

Referencias:

Marshall, T. (2025). Blog de RouteNote. Cuánto pagarán los servicios de streaming musical por emisión en 2025. Sitio web: https://routenote.com/es/blog/cuanto-me-van-a-pagar-por-cada-reproduccion-en-las-diferentes-plataformas-de-streaming-en-el-2021/

Piccolo, R. (2025). Wired. El fundador de Spotify invierte 600 millones de euros en drones militares porque “es lo correcto para Europa”. Sitio web: https://es.wired.com/articulos/el-fundador-de-spotify-invierte-600-millones-de-euros-en-drones-militares-porque-es-lo-correcto-para-europa