Eres lo que publicas

Me gusta. Me enoja. Compartir. Comentar. Deslizar hacia abajo. Me entristece. ¿Qué estás pensando? En vivo. Foto. Ocultar. Guardar. Agregar a mi historia. Clic. Silenciar. Publicar. Clic. Retuitear. Me asombra. Clic. Match. Denunciar. Reproducir. Bloquear. Clic. Deslizar hacia arriba. Postear. Repostear. ¿Qué está pasando?

Cada clic que hacemos, ese archivo que descargamos, las páginas donde paseamos, el perfil que creamos y lo que queremos que sepan de nosotros, los miles y hasta absurdos historiales de búsqueda, cada uno de los minutos viendo un anuncio. Todo, todo queda registrado. Cada ínfimo movimiento en internet, en buscadores, aplicaciones y redes sociales se suma para crear un imborrable rastro digital.

Todos, especialmente los nativos digitales, hemos venido construyendo desde hace años identidades e historias virtuales. Nos hemos dedicado, consciente o inconscientemente, a confeccionar una forma de ser, estar y socializar en línea. Puede que no te acuerdes dónde estuviste un día cualquiera hace cuatro años, ¡pero Facebook, Twitter o Google seguro sí lo recuerdan!

Ellos saben más de nosotros que nosotros mismos, al punto de que ese largo y minucioso recorrido virtual puede afectar e influir en nuestra vida presente y futura. Basta observar, por ejemplo, el fenómeno de las “ladies” y los “lords” para ver cómo un video o foto en la red puede rotularnos y cambiarnos la vida. Cómo olvidar a #LadyCoralina, quien después de que se filtraron fotos de su despedida de soltera, su prometido le dijo que no se casaría (mejor para ella). Y así son miles de casos: la influencer vegana que, poco cuidadosa, se dejó grabar un video en el que cometía su mayor pecado: comer pescado.

Asimismo, están los recientes casos del actor Kevin Hart y el director de cine James Gunn. El primero había sido seleccionado para presentar los Premios Óscar el año pasado, pero perdió semejante chamba por cuenta de sus chistes homofóbicos en Twitter, ‘posteados’ en 2009. Parecido le sucedió a Gunn, director de Guardianes de la Galaxia (2014), cuando un periodista rescató en el insondable archivo digital algunos comentarios desafortunados sobre violación y pedofilia. Simplemente quedó despedido. En ambos casos, su pasado los condenó.

“Ya no son solamente las figuras públicas las que están expuestas a las expectativas, críticas y juicios, sino todos los sujetos. Cualquiera que esté en la red o tenga un smartphone está exhibido. Hoy todos podemos ser la figura”, dice la socióloga Luisa Reyes. Sin embargo, José, de 22 años, observa que “los millennials y centennials estamos muy conscientes de nuestra vida conectada y lo que implica. Hemos crecido en un mundo digital, en una civilización embebida dentro de lo cibernético, a diferencia de otras generaciones que usan las redes más espontáneamente y sin pensar en los costos”.

Un ejemplo es el caso de la publirrelacionista Justine Sacco, quien en 2013 escribió antes de subirse a un avión de 11 horas el peor tuit de su vida: “Camino a África. Espero no contraer SIDA. ¡Es una broma! ¡Soy blanca!”. Tenía solamente 170 seguidores en su cuenta. Uno de ellos le dio retuit y empezó el infierno para Sacco: en menos de dos horas ya era tendencia mundial (su tuit había sido retuiteado 30 mil veces) y fue despedida inmediatamente de su trabajo. Lo curioso es que mientras todo esto pasaba, Sacco seguía en el aire, y Twitter estaba volcado con el hashtag #AterrizóYaJustine.

Apenas llegó a Ciudad del Cabo, prendió su celular y se dio cuenta que era la mujer más odiada del mundo digital. “De hecho, espero que Justine Sacco contraiga SIDA jejeje”, fue alguno de los tuits de odio. En una entrevista para The New York Times, Sacco afirmó que su comentario era sarcasmo y pretendía burlarse de cómo el primer mundo era muy inconsciente de lo que pasa en el tercer mundo. Obviamente nadie lo vio así.

Dime con quién andas, qué compartes y te diré quién eres

Roberto Ruz, creador de la consultora Responsabilidad Digital, asegura que las acciones en internet pueden afectar nuestra privacidad, seguridad y reputación. “Las pobres habilidades de comunicación; comentarios discriminatorios u ofensivos; la evidencia de alcohol y drogas; compartir contenido insensible y violento, o imágenes provocativas e inapropiadas, son algunas de las formas en las que podemos perjudicarnos”, agrega. Muchas veces, sin darnos cuenta.

Esos daños en la reputación pueden repercutir tanto en nuestra vida personal e íntima, como en el trabajo. Todo es relativo, pero la cibercultura ya se estudia con lupa. En las repercusiones personales, un estudio de AOL reveló que 78% de las personas que van a iniciar una relación con alguien, primero “lo googlean de pies a cabeza” antes de aceptar salir con esa persona.

Las redes pueden detonar muchas cosas. Manuela, de 21 años, cuenta de un amigo suyo que es gay, pero su familia no lo sabía. “Él no tenía intención de que la familia lo supiera, sin embargo, subía fotos con su novio a sus redes privadas. Un día lo siguió una persona cercana a sus familiares y les mostró las fotos”. El desenlace no fue agradable para nadie. Una historia, una vez subida, ya es de todos.

“Desde que vimos a Mark Zuckerberg en el Congreso estadounidense respondiendo por el manejo de información de todos, los jóvenes tenemos más cuidado”, añade Juan Pablo, de 20 años, “pero lo cierto es que desde el punto de vista laboral se abren posibilidades y se pueden aprovechar las tecnologías para crearse un currículum digital, tratar de diferenciarse y encontrar nuevos canales de comunicación entre profesionales”. En este sentido, las redes son una especie de CV.

La mátrix nos posee

Sin embargo, cada minuto se va generando esa memoria sobre la cual ya no tenemos control, usada en nuestro favor o en nuestra contra. Toda esa impronta de nosotros es ahora del sistema, de los sistemas. Esa biografía lo contiene todo (lo que dijimos, lo que consentimos, cómo interactuamos, qué nos interesa e inquieta). Es todavía más letal: recoge incluso lo borrado, que igual fue visto por alguien o hasta registrado en una screenshot.

Por medio de herramientas como machine learning e inteligencia artificial, Google puede predecir el comportamiento y los gustos de los usuarios a partir de datos. Además, nadie lee los términos y condiciones en los que claramente (o ni tanto) se explica que toda la información se queda registrada en los servidores. Google, Facebook y Amazon, los más poderosos, son dueños de tu vida digital y no tú.

“Todo tiene un precio en el mundo capitalista. Si algo es gratis, tú eres el producto, por eso hay que tener cuidado. Entre más alto sea tu estatus, corres más riesgo: tu privacidad ya es pública y tú ni siquiera lo sabes”, comenta Mauricio (22).

De ese vasto tesoro de información, también toma buen provecho la política, como cuando revelaron que la compañía Cambridge Analytica utilizó los perfiles de Facebook de 50 millones de personas para planear la campaña de Donald Trump en 2016 –y por lo cual Zuckerberg se tuvo que presentar ante los congresistas de Estados Unidos–. “Muchos dicen que las embajadas checan tus cuentas de Facebook e Instagram para ver quién eres o con quién te relacionas, y así decidir si te dan la visa”, cuenta Jimena (19). “Asusta…”.

Parece broma, pero es cierto. Las autoridades cada vez se fían más de nuestros ‘yos’ digitales por la cantidad de horas que les dedicamos y se fijan no solamente en nuestros comentarios o fotos… también en las de nuestros amigos.

En agosto pasado, el estudiante palestino de primer ingreso Ismail Ajjawi (17) llegó a Boston lleno de ilusiones y listo para empezar su sueño de estudiar en Harvard, pero todo se frustró muy rápido: en el aeropuerto lo interrogaron por más de cinco horas y al final le pidieron que desbloqueara su laptop y su celular. Los oficiales de migración le dijeron que sus amigos en redes sociales habían subido comentarios negativos sobre Estados Unidos.

“Les dije a las autoridades que yo no había realizado ningún comentario político y que no podía ser responsable de los posteos de otros usuarios, amigos o no. No tenía nada que ver con estos comentarios, no les di like o share ni los comenté”, le dijo Ajjawi a The Harvard Crimson, el periódico estudiantil de la universidad. No fue justificación suficiente: los oficiales le cancelaron en ese momento su visa y lo deportaron, algo que Ajjawi consideró como una acción de las políticas de migración extremistas de la administración del presidente Donald Trump.

Así se comportan hoy los gobiernos, y el mercado no se queda atrás. Aunque en muchas ocasiones cada usuario debe aceptar el acceso a su información, los metadatos que tienen que ver con la publicidad son los que los anunciantes utilizan para crear perfiles psicográficos o de consumo para sus campañas. MarketingSherpa descubrió, por ejemplo, que 85 por ciento de los internautas en Estados Unidos sigue al menos a una marca comercial.

El dilema: ¿borrar, abstenerse o fluir?

Muchos se preguntan cómo asumir esa ‘digitalidad’ inevitable de la vida actual. Hay quienes optan por administrar mejor sus perfiles; otros, por abstenerse, autocensurarse o por limpiar su armario cibernético. Hay quienes incluso han abogado a las leyes para que se borre su impronta digital. En los últimos años, Google ha recibido solicitudes para eliminar al menos 2.4 millones de enlaces de los resultados de búsqueda.

La empresa californiana puede rechazar ciertas peticiones con el argumento de que el interés público de acceso a la información pesa más que el derecho a la privacidad, aunque hace poco tuvo que eliminar el “pasado oscuro” de un empresario inglés para que no le perjudicara en sus futuras entrevistas de trabajo. Un caso histórico del derecho a ser olvidado que podría tener repercusiones en un futuro.

Ante esta preocupación colectiva por hacer limpieza digital, cada vez existen más herramientas como Twitwipe, DeleteAllTweets o Tweeteraser TweetDelete, Social Book Post Manager, etc. “He pasado tiempo borrando de mis redes cosas que no me gustaría que se desentierren”, acepta Regina (18). “Me retrataba a mí misma como alguien extrovertida y despreocupada, cuando en realidad no soy así”.

Antes de subir fotos o escribir en Instagram, Sofía (20), piensa mucho en su repercusión. “Una vez subí una foto en la que cuento una experiencia de acoso sexual, con conciencia absoluta. Si alguien me juzga o no me contrata por ello, allá ellos. No quiero continuar con el refuerzo de estereotipos heteropatriarcales ni quiero estar en empresas retrógradas”.

El ‘yo’ real y el ‘yo’ digital

Sí, parece ser una cuestión de marketing personal. Nos vendemos. Nos mostramos. Nos hacemos atractivos o no a los ojos de los otros. Nuestro rostro digital también depende de los demás, es creada por otros, amigos o conocidos cuando mueven tu información sin mayor conciencia. Ruz comparte, por ejemplo, que “algunos estudios revelan que los chicos suben fotos donde ellos salen bien y sus amigos mal”… y este fenómeno, créelo, te afecta (como fue el caso de Ajjawi antes mencionado).

Si nuestra vida transcurre en las pantallas, ¿entonces tenemos una identidad digital y una real? Según la socióloga Luisa Reyes, “hoy cada uno se está exhibiendo en diversos escenarios y está esperando ser visto, recibir un comentario, gustar, causar cierta impresión. Estamos de alguna forma atravesando esa deconstrucción del ‘yo’, analizada por la sociología contemporánea. Con las nuevas plataformas digitales, la persona se desagrega en diferentes ‘yos’. Asume múltiples identidades”.

Tal vez nunca podremos dimensionar las infinitas implicaciones a futuro de nuestro deambular por el mar de internet. Ni cómo cada persona se ha convertido en el recuento de sus muchos fragmentos y avatares rodando por todas las plataformas habidas y por haber. Cada cual se avienta, como puede, al ruedo digital. No hay reglas ni manuales. A prueba y error descubrimos la mejor forma de sacarle provecho a la conectividad, casi de ficción, que estamos viviendo.