Ser del norte
María Eugenia Guzmán Bárcena, estudiante del 7° semestre de la Licenciatura en Sociología
Sin lugar a dudas, México es el país de la diversidad o, como prefiero llamarlo, el país que tiene tanto de chile como de mole. Esta diversidad se ha visto reflejada no solo en su extensa flora y fauna, sino también en la diversidad de su gente alrededor de la República, brindando no solamente una mezcla del entorno natural, sino también una variedad auténtica de tradiciones, comidas y lenguas, lo cual ha dado terreno al desarrollo de diversas subculturas que hoy conforman un rompecabezas mexicano. Una de estas subculturas es la cultura norteña, una de las más llamativas y complejas que tenemos en el país. Siempre he escuchado que los norteños no somos ni de aquí ni de allá, y algo de razón debe tener este dicho, pues vivir en la línea fronteriza que divide a México de Estados Unidos nos ha regalado un dinamismo de cultura y una forma muy particular de modos que nos distinguen de cualquier otro grupo demográfico en ambas naciones. El norte de México está conformado por los estados de Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo León, Sinaloa, Sonora y Tamaulipas. Históricamente, el territorio norteño se distingue por sus múltiples fronteras geográficas, económicas y políticas y, paralelo a ellas, se ha convertido en una zona de mestizajes e intercambios culturales que han transformado al norte de México en una mezcla heterogénea de símbolos que comparten su visión del ser humano. Pero a todo esto, ¿qué significa ser del norte de México? ¿Será que el secreto de su gente se encuentra en las Glorias de Linares y en las esponjadas tortillas de harina? ¿O será acaso en la lírica de Bronco y en los tacos de cabrito? Todas estas respuestas parecen correctas, pero ¿cuál es la verdadera esencia de nuestra pertenencia al norte de México?
Un espacio que llamamos hogar
La esencia del norteño se puede encontrar en un sinfín de rasgos y procesos de índole social, cultural y narrativa. Al encontrarnos tan alejados de la capital mexicana, fuimos capaces de adaptarnos a nuestro entorno y no cerrarnos a construir una identidad rica en alimentos, música y costumbres que surgieron de elementos de la cultura del centro del país sumada a la cultura del sur de Estados Unidos. La frontera pasó de ser un espacio vacío (abandonado por la Orden Jesuita durante la Conquista) y se convirtió en un espacio propio, de pertenencia, identidad y simbolismos. Creamos un territorio de afirmación, de trabajo duro y de reconocimiento, bajo una relación bicultural entre lo anglosajón y lo latino. Todo lo anterior se ve reflejado en la historia de nuestra región árida y fronteriza, la cual rescata elementos auténticos de la época prehispánica respecto a los primeros habitantes que ocuparon las orillas del Río Bravo. Estos se desenvolvieron en actividades que proveía nuestra tierra y así, también, dieron pie al desarrollo de la industria que terminó por definir otra parte de nuestra propia identidad cultural. Ya hablamos mucho de la frontera del norte del país, pero, ¿qué más sabemos de ella? La cultura norteña, de hecho, se ha desarrollado gracias a las relaciones con nuestro vecino estadounidense. ¿Qué tiene que ver? La emergencia de esta subcultura mexicana está relacionada con los eventos políticos desde el siglo 20, los cuales han aumentado la migración, y con ello, la dinámica en afirmación a la mezcla de culturas.
¿En qué nos parecemos a Estados Unidos?
La dinámica de la migración ha sido siempre un fenómeno desde los inicios de la historia, y el trasplante de una cultura a otra resulta relevante para la creación de subculturas en ambos territorios. Un ejemplo de lo anterior es cómo la gente de la frontera fue juzgada durante finales del siglo pasado debido a la supuesta pérdida de su identidad mexicana, pues al tener tanta cercanía con Estados Unidos comenzaron a desarrollar fijaciones por eventos tradicionales como el Halloween y el Thanksgiving. La verdad es que las personas que habitan la frontera viven ambas realidades cotidianamente; debido a eso reclaman de cierta forma una mexicanidad diferente a los habitantes del interior del país, lo que crea un mix cultural solo entendible en ese territorio, pero igual de valioso. La frontera norte, además del “spanglish” y las efemérides norteamericanas, ha adoptado un sinfín de otros elementos estadounidenses que hoy conforman parte de su idiosincrasia. Entonces, ¿en qué nos parecemos a Estados Unidos? Primeramente, si nos enfocamos a nivel fronterizo, nuestro parentesco cultural reside principalmente en el estado texano. Regresemos a nuestras clases de historia de cuarto de primaria y situémonos en la independencia de ambos países. Texas conformaba un estado más en el México independiente después de la batalla de 1810, sin embargo, por intereses económicos y políticos, terminó por buscar su independencia. Después de una serie de eventos inesperados, conformó el estado número 28 en la Constitución de Estados Unidos. El territorio texano siguió colindando con el territorio norte de México y, a pesar de sus diferencias patrióticas, continuaron desarrollándose uno al lado del otro, por lo que ambos estados tienen referencias históricas y culturales bastante parecidas. Desde los ritmos country con la música norteña, la ganadería, los rodeos y las vestimentas típicas con botas y sombreros. Aunado a las similitudes culturales específicas, sin duda existen muchos puntos de encuentro entre las tendencias y las similitudes entre la cultura norteña con su país vecino, hablándose ahora sí de forma nacional. Al estudiar sociología, he notado que nos hemos adaptado mucho al modo de vivir y a los esquemas “norteamericanizados”. Hemos rescatado algunos elementos de índole calvinista, la fuerza de trabajo del esquema capitalista y el modelo material consumista —con esto último, la visión de time is money—. Ser vecinos de Estados Unidos nos ha llevado a acelerar nuestra cotidianidad y a cambiar, incluso, nuestra perspectiva de vida ya sea de forma negativa o positiva —eso lo dejo a criterio del lector.
Gritando o cantadito
Ya hablamos bastante de las raíces de nuestro parentesco con Estados Unidos, pero ¿qué tal de México? ¿Acaso nos parecemos más al otro país? Mi respuesta sería sí y no. Al igual que el caso anterior con Estados Unidos, no es novedad que los estados fronterizos vivan una realidad completamente distinta a la del resto de su propio país. México es un país extenso de dimensiones y territorios, por lo que esta extensión crea diferencias entre el comportamiento, el desempeño y la idiosincrasia interna de los estados del sur. Un ejemplo de esto es simplemente la forma en la que hablamos el español y el uso de ciertas expresiones lingüísticas. Mientras el norte cuenta con un acento fuerte, donde incluso se hace burla de que hablamos gritando, en el sur se habla muy cantadito y suave. Y esta es solo una de las diferencias notorias que existen. Con lo anterior en mente, existe una ventaja transfronteriza que, como mencioné hace unos momentos, nos ha heredado rasgos culturales, económicos y sociales del país vecino. Este cambio de perspectivas económicas convirtió al norte de México en un exponente de infraestructura, de opciones laborales y de oportunidad de mercado gracias a Estados Unidos, creando un ambiente más globalizado y más cercano al ámbito internacional para los negocios. Por otro lado, el sur del país mantiene una riqueza de recursos naturales, por ejemplo el agua y el petróleo, teniendo una economía basada en la venta y repartición de estos. Para entender lo anterior también es importante poner el contexto sobre la mesa. México, al tener una gama impresionante de ecosistemas, fauna, flora y recursos, suele tener una selección de estas por territorios naturales. Mientras el sur, con un clima húmedo y fresco, tiene una agricultura que se presta a ser variada y rica en alimentos, el norte no cuenta con muchos de esos recursos, pues al tener un ecosistema árido y seco tuvimos que buscar otras opciones para sostener la economía norteña. A partir de esta necesidad, mezclada con factores geográficos como la cercanía con Estados Unidos, tuvimos cierta ventaja para desarrollarnos y posicionarnos como capital industrial a nivel internacional. Como esta, existen un sinfín de otras diferencias culturales, como aquellas entre estilos de música ranchera y mariachi, dietas alimenticias, preferencia por ciertos equipos deportivos y el estilo de vida en general. Pero así como tienen sus rasgos distintivos, también comparten elementos como país.
Y entonces, ¿qué es la norteñidad?
Así como existe un parentesco con el sur de la República, también es importante mencionar el parentesco que existe en el mismo norte del país. Hasta ahora nos hemos referido al “norte” de forma muy general, pero ¿existen similitudes entre Nuevo León y, por ejemplo, Coahuila? Si bien suena como un ejemplo muy específico, este se puede extender a niveles generales. Realmente existe una relación cultural impresionante entre todos estos estados fronterizos, pues además de su influencia norteamericana, es claro que las condiciones climáticas han vuelto este territorio bastante industrial. En estos estados es de lo más común encontrar las tortillas de harina recién hechas, la carnita asada, la carne seca para el machacado y el cabrito al pastor. Así como Nuevo León destaca con sus Glorias de Linares y las deliciosas naranjas, Coahuila tiene cajeta y los dulces de guayaba más ricos del país. Y después de todo, el tren de pensamiento que atravesamos con el objetivo de definir y explicar la norteñidad, podemos finalizar con la cuestión: ¿entonces nos parecemos más a México o Estados Unidos? Esta pregunta me parece que queda a criterio de cada quien. Existirán muchos puntos de vista, pero a mi parecer es una realidad que los norteños venimos de chile y de mole, y eso es parte de nuestra esencia inicial y permanente. La principal riqueza del norte de México, como decía Carlos Fuentes, no son sus recursos industriales que son abundantes, sino la cultura que comparte este mosaico de expresiones artísticas e idiosincráticas: nuestra cultura es multicultural y diversa y está en constante transformación por la gente que la conformamos. Ser norteño, creo yo, significa las carnitas asadas que sirven para unir a la familia. Significa la franqueza de nuestra habla y nuestra cultura de trabajo ardua y constante. Significa rodearnos de las montañas que enmarcan nuestras casas y también significa el compadrazgo entre desconocidos que los convierte en familia. Ser norteño viene acompañado de lo miserable del clima en invierno y del aún más miserable clima de verano. Viene acompañado de una cheve bien fría y de unos corridos a todo volumen en los ranchos de la Presa La Boca. No necesitamos ser de allá ni de acá, porque somos de aquí. Somos norteños, hijos de dos culturas que en nuestro territorio se convierten en una.