¿El morbo gana?

Por: María Belén Cane. Estudia el 5.º semestre de la Licenciatura en Sociología. UDEM.

¿Por qué 5 millonarios en un submarino nos sacudieron más que un barco hundido con más de 200 migrantes?

En junio de 2023, cinco multimillonarios abordaron el pequeño sumergible Titán de la compañía OceanGate con el objetivo de observar en vivo y en directo los vestigios del legendario Titanic. Pero, al igual que con la histórica embarcación, las condiciones del océano y la arrogancia de los creadores de la nave acabaron por cobrarles factura: la fibra de carbono con la que estaba construido el casco del submarino no bastó para resistir las 300 atmósferas de presión de las profundidades del mar. Mientras tanto, esa misma semana y a miles de kilómetros de distancia, cientos de migrantes de Libia navegaban a la deriva en el mar Mediterráneo, a merced de las olas y la escasa misericordia de la diplomacia internacional. Al igual que con los multimillonarios del sumergible, muchos se encontraron con un lamentable destino. 

No obstante, aunque en ambos casos se estaban jugando vidas humanas (y en el segundo, muchas más), la información que recibimos sobre los migrantes estuvo muy lejos de ser equivalente. Probablemente escuchaste todo sobre el joven de 19 años que se subió al submarino para complacer a su padre o, incluso, llegaste a teorizar sobre los múltiples escenarios de sus muertes: ¿se asfixiaron?, ¿implotaron?, ¿estaban atorados en la proa del Titanic?, ¿enviaron señales de vida?. Entretanto, apenas escuchamos algo acerca de los migrantes, que se ahogaron por culpa de la negligencia y apatía de las autoridades que podían haberlos socorrido y que, ciertamente, requerían de nuestra atención. 

Las noticias y el espectáculo: una línea borrosa

Nada de esto es coincidencia: todos los medios de comunicación, inclusive aquellos considerados respetados, se encargaron de relatarnos hasta el último detalle del caso del submarino. Hubo quienes llevaban una cuenta regresiva indicando en cuánto tiempo se les agotaría el oxígeno y, a tan solo días de que se diera a conocer la desaparición del navío, se inició la producción de un documental llamado Titanic Sub: Lost at Sea. Este caso lo tenía todo: misterio, aventuras, villanos y hasta una moraleja (la cual es no pagar 250,000 dólares para subirte a un sumergible operado con un control de XBox). Fue un espectáculo de entretenimiento más que un honesto reportaje de los hechos, el cual fue muy efectivo para cautivar los corazones y capturar la atención del mundo.

La cobertura del suceso se trató de un caso ejemplar del fenómeno del infotainment, término surgido en la década de los noventa que, como su nombre lo indica, se refiere al difuso pseudogénero en el que se desdibuja la división entre el entretenimiento y el contenido informativo. Aunque inicialmente se usaba para referirse a la cultura televisiva estadounidense, a partir de la globalización este formato de contenido mediático vivió una generalización. Impulsados por los incentivos de los grandes conglomerados mediáticos, que generan ganancias a través de la publicidad, los canales de noticias hacen todo lo posible para que el público se quede pegado a la pantalla. Por eso, se priorizan historias acerca de celebridades, crímenes, corrupción y violencia que puedan ser enmarcadas como un verdadero espectáculo.

El internet, por su parte, complica bastante las cosas. El hecho de vivir constantemente bombardeados por información de todo tipo (en cuanto a contenido y calidad), proveniente de cualquier parte del mundo, empuja a algunos medios de comunicación a usar la estrategia del sensacionalismo para ganar ventaja entre la competencia. Así, la lógica económica de oferta y demanda se introduce al ahora mercado de la atención, y el ciclo de noticias, junto con el discurso público en internet, se ven dominados por asuntos triviales más que por aquellos de verdadera relevancia política. 

Los humanos: ¿morbosos por naturaleza?

Estas prácticas no deberían sorprendernos tanto. Los periodistas saben que lo que nos impacta no son los datos duros, sino las sensaciones, y que las narrativas son la mejor forma de conseguir que la audiencia se implique emocionalmente. 

Pero, ¿por qué nos llama tanto la atención este tipo de historias de morbo? Se le conoce como curiosidad morbosa al interés humano en cuestiones desagradables que nos mueve, más que nada, a averiguar el porqué de la causa de muerte de alguien. Algunos académicos consideran que, de hecho, esto se explica como un instinto primitivo. Hace miles y miles de años, las épicas sobre la muerte y catástrofe eran el tipo de historias transmitidas de manera oral entre nuestros ancestros. Se trataba de una forma de comunicación de información social que constituía una parte necesaria de la pertenencia a un grupo y que, a su vez, funcionaba como advertencia para los miembros sobre lo que no convenía hacer si querían evitar el peligro (“fíjate que por esa cueva de allá una hiena despedazó al pobre del hermano de Pablito, mejor démonos la vuelta”). Según proponen, lo que cambia ahora es solamente la forma en la que recibimos la información, pero nuestros intereses morbosos siguen siendo los mismos. 

El dilema de la atención en el siglo 21

La sociología, no obstante, nos recuerda que las noticias deben verse también como un mecanismo de construcción de la realidad social que, a su vez, opera dentro de la misma. Este enfoque nos dice que valores culturales dominantes (como el que dice que la vida de los ricos vale más que la de los refugiados) son un punto de partida no solo para la creación del contenido mediático, sino para el discernimiento sobre qué cosas son importantes. Así que, por más que sea entendible el movernos emocionalmente por historias de morbo extraordinarias como la del submarino, la omisión del caso de los migrantes no puede pasar desapercibida. 

Lastimosamente, la situación de los migrantes ahogados fue un evento lo suficientemente “normal” y socialmente aceptable para no ameritar más que un par de notas al pie de página en la historia colectiva de la humanidad. Inclusive en la era digital, donde se ve una mayor democratización de la esfera pública, nuestra atención sigue estando condicionada tanto por nuestra curiosidad primitiva como por la economía de los medios. Sin embargo, al menos para mí, no todo está perdido: si conocemos el valor que tiene nuestra atención en el siglo 21, también está en nosotros el hacer buen uso de ella. La próxima vez, quizá nos animemos a leer más allá de la primera plana.