El papa del pueblo

Eran las tres de la mañana del primer lunes de Pascua cuando desperté y revisé por inercia mi celular. Tenía una notificación de Google News: “El papa Francisco ha fallecido”. Me quitó el sueño por completo. Estaba perplejo. Al principio pensé que era una fake news, pero cuando empezaron a publicar la noticia en cuentas oficiales, entendí que era cosa seria.

Francisco fue un papa que hizo lío. Un pastor incómodo e inquieto con casi todo lo preestablecido; con el camino ya conocido y transitado por la Iglesia, con la ornamentación que orbita alrededor del papado; con la tendencia jerárquica que se ensalza en la diplomacia, en el poder y en el clericalismo recalcitrante; con tanto legalismo y burocracia interna, con los moralismos exigentes de corrientes teológicas que ya no dan respuesta a nuestra realidad. 

Crédito: Matea Gregg en Unsplash.

Fue un líder en toda la extensión de la palabra, un pastor que olió a oveja, que estuvo siempre cercano a los crucificados de hoy al buscar hacer vida de las palabras que el cardenal brasileño, Claudio Hummes, le dijo cuando lo escogieron: “Por favor, no te olvides de los pobres”. Un mensaje breve pero con espíritu. Estas palabras fueron el fundamento de su pontificado. 

Fue también el papa “samaritano”. No tuvo miedo en aceptar la invitación del Espíritu a vendar las llagas del enfermo, a lavar y besar los pies de las mujeres presas, a acariciar con ternura al migrante, a abrazar con cariño al niño que preguntó si su papá ateo se fue al cielo; y en sus últimos momentos, Francisco no tuvo miedo de ser “el hombre medio muerto” (Lc 10, 25-37) abatido por la enfermedad, ni en dejarse cargar por los médicos y por quienes lo amaron hasta el final.

Crédito: Katherine Hanlon en Unsplash.

Su testimonio no puede venir de otro lado más que de la misericordia y la sencillez de la Buena Noticia, de la experiencia del amor de Abbá, como la tuvo Jesús. Con Francisco, hemos entrado a una época donde la misericordia y la ternura de Dios son prioridad en el mundo y tarea pendiente para la Iglesia. En realidad, siempre lo han sido, pero históricamente nos hemos afanado en constituir una teología rigurosa, como siempre a la defensiva, que nos ha llevado a concentrar los esfuerzos en discursos que orbitan en la rendición de cuentas, en una moral individualizante, en un espiritismo sin hacer “polo tierra” con la realidad social, en el don-deuda, en el pecado y en la violencia de la cruz. 

Crédito: Matea Gregg en Unsplash.

¿Por qué no ahora concentrar nuestros esfuerzos en profundizar en la gratuidad, en el amor ilimitado de Dios, en la vida que vence a la muerte, en la extraordinaria libertad que nos da la fuerza de vida y amor que llamamos Espíritu, en profundizar en lo que implica vivir la sinodalidad que nos ha confiado Francisco? Creo que esto va a ser fundamental en el nuevo pontificado y la continuidad será un factor esencial que deberá tomar en cuenta el próximo cónclave; no tanto por mi afinidad a la teología de Francisco, sino por lo que nos grita el mundo con su delirio social, su asfixia ecológica, la revolución vertiginosa de la tecnología y el hambre rampante de la economía.

Más allá de corrientes de pensamiento, de posturas liberales y conservadoras, de ideas y de jaloneos estratégicos que puedan tentar a los cardenales, creo que lo primordial será la unión del Evangelio, el común denominador que es la Vida Nueva que nos ha confiado Jesús y que nos libera de fuerzas destructoras tanto internas como externas. La unificación desde el sensus fidei de quienes creemos en la vida plena de un mundo futuro que hemos de construir y acompañar desde hoy. 

Crédito Danique Godwin en Unsplash.

Dejar el sofá y el escritorio, dejar la pantalla negra y atender lo que está enfrente, ensuciarnos las manos por crear nuevas relaciones humanas, una nueva sociedad; es decir, el reino de Dios y que de veras el hombre viva, es lo menos que podemos hacer para honrar la vida de un pastor como Francisco.