La escritura personal: el espejo más honesto

Por: Alonso Aguilar, staff 360° UDEM.

El otro día me preguntaron en la oficina cuáles fueron los tres libros que me han marcado profundamente. Mencioné Pedro Páramo (lugar común), Conversación en la Catedral de Vargas Llosa (a la fecha me sigue inmutando su prosa y su estructura imposible), y como tercer libro mencioné los diarios de Susan Sontag (se encuentran en dos compilaciones: Renacida: Diarios tempranos 1947-1963, y La conciencia uncida a la carne: Diarios de madurez 1964-1980). Éste último apunte levantó las cejas en la sala de juntas de la oficina, pero no podía olvidar la escritura que me cambiaron la forma de ver el mundo a través de una Sontag joven y madura, emocionada y seria, manipulable y imperturbable. Siempre inteligente, siempre sabia. Siempre Sontag, pues.

La escritura personal —los diarios, los memoirs, las cartas— ha sido, a lo largo de la historia, una herramienta privilegiada para la autoexploración y el entendimiento del yo. En éstos, se suelen registrar los acontecimientos cotidianos, se abren puertas al interior y se exploran las emociones, dudas, pensamientos profundos que pueden ser confrontados sin máscaras. Escribir para uno mismo es, en otras palabras, mirarse en un espejo más honesto que cualquier otro.

Crédito: Foto de Nedim en Unsplash.

Sontag consideraba el diario como un espacio para la construcción y deconstrucción del yo. Estos documentos revelan una mente en ebullición, obsesionada con la autoobservación, la disciplina intelectual y la necesidad de registrar todo. Sontag anotaba listas de libros por leer, frases que la inquietaban, reflexiones sobre su sexualidad, sobre el arte y el amor. No escribía para el lector, lo hacía para sí misma (salvo Carlos Fuentes, creo que ningún autor con un diario o correspondencias pensó que llegaría a publicarse) y para ordenar su mente y examinar sus obsesiones. En una de sus notas escribe: “Escribir un diario es una forma de crearme a mí misma”. La escritura personal, para Sontag, era un testimonio y un proceso. Al acto de volverse, poco a poco, quien se es.

Por otro lado, Virginia Woolf, también en sus diarios, ofrece un ejemplo claro de cómo la escritura personal puede convertirse en un espacio de análisis personal profundo. A través de sus entradas, Woolf explora sus inseguridades literarias mientras lucha con su enfermedad mental. Sus diarios son un laboratorio donde ensaya ideas, mide sus estados de ánimo, y donde intenta darle sentido a su experiencia. En 1920, por ejemplo, escribió: “Tengo que darme cuenta de que este diario no es más que una forma de controlarme, de prevenir los arranques de desesperación, de aclarar mi mente”. Para Woolf, escribir era una forma de permanecer conectada con la vida interior, incluso cuando el mundo exterior parecía caótico o ajeno.

Crédito: Foto de Becky Fantham en Unsplash.

Karl Ove Knausgård, con su serie autobiográfica Mi lucha, lleva la escritura personal al extremo. Durante seis extensos volúmenes, Knausgård expone con brutal honestidad su vida cotidiana, su infancia, su relación con su padre, su matrimonio, sus frustraciones y anhelos. La radical transparencia de su prosa ha dividido a los críticos, pero pocos niegan el efecto hipnótico de su exploración interior. Leer a Knausgård es asistir al proceso mismo de un hombre intentando comprenderse mientras escribe, sin censura, sin atajos. Su obra es un recordatorio de que la escritura puede ser, al mismo tiempo, un lugar de silencio y una confrontación desgarradora con uno mismo.

Crédito: Foto de PJ Gal-Szabo en Unsplash.

La escritura personal puede funcionar como un espacio de sanación, donde la palabra escrita ayuda a ordenar el caos interior y a encontrar un cierto sosiego. En un mundo saturado de estímulos y ruido exterior, el diario o la memoria ofrecen la posibilidad de habitar el silencio, de escuchar la voz propia y, en ese acto, reconocerse. 

No es casual que muchos escritores recurran a estos ejercicios en sus momentos de mayor crisis: escribir es, a veces, la única manera de seguir adelante.