La ola verde empapa a la moda

La sustentabilidad es la única tendencia 2020 —y más con todo lo que ha pasado—. Marcas como H&M la promueven. Otras, como Stella McCartney son pioneras y algunas más, como Gucci, firmaron el G7 Fashion Pact, pero ¿sabemos qué significa? Este concepto va más allá del clásico reducir, reusar o reciclar. No solo se preocupa por el desgaste del planeta, también incluye un enfoque de trabajo digno en el que los trabajadores no sufran injusticias.

Empecemos con el medio ambiente: seguro has visto la campaña de H&M Conscious, que anuncia una colección de ropa y accesorios creados con materiales como algodón orgánico o poliéster reciclado. Y si fuiste a sus tiendas en el último año, probablemente te encontraste con unas urnas para depositar tu ropa vieja. Las prendas en buenas condiciones las donan a asociaciones; las demás las deshacen en textiles para reutilizarlas en nuevas creaciones o en productos como rellenos de almohada.

Otra marca con este tipo de acciones conscientes es Patagonia, la especialista en outdoors. Esta le ayuda a sus clientes a reparar sus prendas, en lugar de ofrecerle nuevos productos. Clientes contentos y leales, que no necesitan volver a invertir en una chamarra cada temporada.

Fuera de temporada

La fundación Ellen MacArthur reportó en un estudio de 2017 que los consumidores perdemos 460 mil millones de dólares al año por desechar prendas útiles. Además, estima que más de la mitad de la producción de fast fashion se va a la basura en menos de 12

meses. ¿Viste unos jeans increíbles de Pull & Bear en oferta? Probablemente los usarás ocho o nueve veces a lo mucho antes de comprar los siguientes.

Es por eso que el fast fashion, los materiales no renovables y el greenwashing deben quedar “fuera de temporada” del mundo de la moda. Zara o Forever 21 —marcas que pertenecen a este tipo de industria efímera— tienen múltiples problemas a resolver, como el pago mínimo a las maquilas que explotan a niños y mujeres, el consumo desmedido de recursos no renovables que utilizan, la producción excesiva de prendas y la cultura de ropa desechable que ha promovido por su mala calidad.

También se le ha acusado al fast fashion la impresentable práctica del greenwashing: la estrategia corporativa de marketing que se aprovecha del interés público en la sustentabilidad para decir que siguen prácticas y ofertan productos bajo esta dinámica. Anuncian que tienen líneas orgánicas, conscientes o “verdes”, pero solo contienen un porcentaje mínimo de materiales reciclados u orgánicos, no cumplen los estándares de la industria o hacen propuestas irreales por el modelo que esas compañías emplean.

Tenemos el caso de Primark. Esta marca low cost tiene 373 tiendas físicas en varios países que consumen grandes cantidades de luz todos los días, no vende en línea y ofrece al menos cuatro colecciones al año, con 500 o más copias de una sola camisa por talla. Si fuera una empresa consciente de la crisis climática, tendría que cambiar toda su estrategia de ventas y producción para cumplir con los estándares que dice seguir.

Hay miles de datos que demuestran que ya no podemos esperar a la temporada primavera-verano 2021 para tener un cambio drástico. Los más relevantes son:

Los consumidores deben exigir el cambio

En una industria que emplea a 60 millones de personas a nivel mundial, el cambio no es solo cuestión de voluntad. Implica un esfuerzo global que involucra de igual manera a los diseñadores, productores y, por supuesto, consumidores.

Entre 2016 y 2019, las búsquedas online de “moda sustentable” se triplicaron, según un reporte publicado este año por la firma consultora McKinsey. Ante esto, la mitad de las grandes empresas de moda quieren lograr, al menos, que el 50% de su producción lleve materiales sustentables para 2025. Es un esfuerzo que busca concientizar y sumar a la sociedad a esta causa

para generar acciones en conjunto en todos los niveles, espacios y plataformas.

Por otro lado, el movimiento global Fashion Revolution, creado en 2013 como respuesta al desastre del edificio Rana Plaza en Bangladesh donde fallecieron 1,134 personas, exige una reforma sistemática a la cadena de suministro de la moda. Anualmente celebra Who Made My Clothes, una campaña mundial en la que invita a creadores y consumidores de la industria a mostrar la etiqueta de su ropa, así como a los trabajadores detrás de ella, fomentando transparencia y reivindicación.

En cuanto a la calidad sobre cantidad, hay dos maneras de verlo. Por un lado, podríamos enfocarnos en la calidad ética de los consumidores al comprar, como lo hace la página web y app Good on You, que califica las marcas de moda globales y funciona como guía sobre las que tienen mejores prácticas sustentables. Su lema es Wear the change you want to see, sigue los objetivos de sustentabilidad de la ONU y su principal vocera es la actriz Emma Watson.

En una visión más radical, está el movimiento slow fashion, que propone reducir al mínimo la compra de ropa nueva. Se enfoca en prendas de mayor calidad creadas con procesos más sustentables y pone énfasis en la propia artesanía de su creación, al celebrar a las personas que están detrás de esta.

La idea es que se compre solo cuando es absolutamente necesario. Es un rechazo directo al fast fashion y busca alternativas sustentables —como también lo es la ropa de segunda mano—. La estadounidense ThredUp se ha vuelto el ejemplo a seguir: esta plataforma permite que sus clientes vendan online la ropa que ya no quieren. Es tal su éxito que, en 2015, seis años después de ser fundada, recaudó 81 millones de dólares. Además, en conjunto con la firma de análisis GlobalData, publicó en 2019 un informe sobre su mercado: 62 millones de mujeres compraron ropa de segunda mano y estiman 64 mil millones de dólares en ventas para 2024.

Y en la UDEM, ¿cómo vamos?

los futuros diseñadores de moda tienen la responsabilidad creativa, ética y moral de seguir el camino de la sustentabilidad. En la carrera de Diseño Textil y de Modas, existen dos clases que se enfocan en esta temática. La primera es Teoría del Diseño de Moda Sustentable, una clase impartida por la profesora Valeria Molinari, quien es artista, ilustradora y entusiasta de prácticas sustentables. El propósito de esta clase es explicar cómo funciona la industria de la moda y generar conciencia sobre su relación con el medio ambiente y la sociedad.

La segunda es la materia Estudio de Diseño Experimental, en la que los estudiantes deben “pensar en verde” para crear biotextiles: cómo organismos vivos como bacterias, hongos y levaduras, a través de un proceso de fermentación, se convierten en telas. Esta idea revolucionaria establece que las y los alumnos pueden crear prendas a partir de grenetina, cuerdas, trapeadores o cualquier material reciclado que seguramente tienen en casa.

El periodo de experimentación de una tela biológica puede durar hasta dos meses. Paola Francisco, entusiasta udemita, fue parte de esta clase en la que, a base de agua, gelatina y espirulina, creó un textil. Este experimento en el semestre de primavera 2019 la llevó a ser finalista del premio Dorothy Waxman Textile Design Prize en Nueva York, concurso que reconoce el pensamiento innovador y la creatividad inspiradora en textiles.

La UDEM también se ha sumado a iniciativas mundiales como a la campaña Who Made My Clothes de Fashion Revolution en 2019. Dos años antes, en un viaje estudiantil a Nueva York se impartió el workshop de teñidos naturales junto con la diseñadora y artista Cara Marie Piazza. Y dentro del campus, la profesora Valeria Molinari ofreció un curso de remendado de prendas para la comunidad UDEM.