Rodolfo Nieto: presencias inesperadas

El poeta Octavio Paz puntualizó la esencia de la obra de Rodolfo Nieto con estas palabras: “La pintura no es sino una manera de conjurar esa presencia que se esconde en cada cosa y en cada ser, que no está en ninguna parte y que nos sale al paso en los lugares y en los momentos más inesperados. Nieto ha puesto sus grandes e incalculables dones de pintor al servicio de su visión interior. La presencia –no la que inventamos sino la que descubrimos, la que llevamos dentro– está a punto de aparecer en estos cuadros”.

Crédito: Cortesía.

Rodolfo Nieto (1936-1985) reveló un universo lleno de presencias inesperadas, un mundo habitado por criaturas y personajes coloridos. Su objetivo era crear una pintura “antagónica, llena de tensiones”, donde lo repulsivo y lo hermoso, lo oscuro y lo luminoso, la calma y la violencia se entrelazaran para generar una tensión vibrante.

Nieto deseaba que sus obras no fueran “costras muertas que se quedan en la superficie”, sino que evocaran una vibración de vida en el espectador, invitándolo a sentirla. Esa búsqueda dio lugar a una creación única al desafiar las normas establecidas. Su trabajo se nutrió de una amplia gama de influencias: la literatura, la música, el entorno rural y urbano, además de su profundo respeto por la tradición precolombina.

Nacido en Oaxaca, se trasladó a la Ciudad de México durante su adolescencia. Estudió en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura “La Esmeralda”, donde recibió formación de maestros como Carlos Orozco Romero y Santos Balmori. Durante su tiempo en la escuela, entabló amistad con creadores como Francisco Corzas, Luis López Loza, Tomás Parra y Fernando Ramos Prida, y también con Juan Soriano y Pedro Coronel, quienes ejercieron una notable influencia en su obra.

Crédito: Foto por LS Galería.

En los años sesenta, viajó a París, Francia, donde residió por más de una década al participar en exposiciones y obtener reconocimientos. Sin embargo, lo más enriquecedor fue su inmersión en las vanguardias artísticas y su contacto con figuras como Octavio Paz, André Pieyre de Mandiargues, Francisco Toledo y Alejo Carpentier, entre otros.

Este bagaje cultural le permitió desarrollar una habilidad para fusionar lo contemporáneo con lo ancestral, promoviendo un diálogo enriquecedor sobre la continuidad e innovación en el arte mexicano.

Nieto se enfocó en la representación humana y la fascinación por el mundo animal –y en la etapa final de su producción, por el paisaje–.

Así, hizo homenaje a las culturas mesoamericanas, reinterpretando sus símbolos y figuras de manera contemporánea, como se observa en Personajes II (s/f), donde se aprecia una referencia clara de la alfarería zapoteca; o Tambor (1976), una de las tantas obras en las que busca capturar la inventiva humana a través de la expresión musical tal y como las figuras antropomorfas encontradas en las tumbas de tiro del Occidente de México.

Crédito: Cortesía.

En sus animales fantásticos, la fusión de lo local y lo imaginativo es crucial. Piezas como Mascota (1976), Perro azul (1976) y las tres versiones de Gato (s/f) –una de ellas titulada Ilusiones perdidas– demuestran cómo, a través de sus trazos, Nieto convierte a cada animal en una criatura vibrante llena de energía y dinamismo.

Crédito: Cortesía.

Además, uno de sus puntos más importantes es su técnica. Nieto mostraba una dedicación apasionada a su arte, quienes lo conocieron afirman que pintaba hasta el último destello del día, utilizando como medios pintura, pastel, serigrafía, litografía, grabado, acuarela, gouache y collage.

La influencia de Rodolfo Nieto en el arte mexicano es innegable. Su capacidad para combinar tradición y modernidad, junto con su innovadora técnica y estética, lo consolidan como una figura clave en la historia del arte mexicano.

Visita la exposición Rodolfo Nieto: Presencias inesperadas a partir del 5 de agosto hasta el 6 de octubre en la Galería 1 y 2 del Centro Roberto Garza Sada | UDEM. Organizada por Centro de las Artes | UDEM. Agenda tu recorrido en centrodelasartes@udem.edu