
Rufino Tamayo: Arte y compromiso
Por: Elisa Tellez, Directora del Centro de las Artes UDEM
Rufino Tamayo nos dejó una enseñanza profunda sobre la constancia, la pasión y la responsabilidad que un artista tiene con su oficio y con su tiempo en cada pincelada. Para él, la creación era un acto arduo y meticuloso, una dedicación constante que trascendía el simple hecho de producir una obra.
Sabía que el arte no siempre surge de la exaltación, sino de la disciplina y el empeño. En sus propias palabras: “Creo en el oficio, en el paciente cultivo de las facultades y la técnica, pero también en la pintura como una forma de felicidad, como un instrumento para la vida y un acto diario como caminar o comer. Es algo que, ejecutado por la libertad, libera”.
En la UDEM, tenemos la fortuna de contar con una de sus emblemáticas obras, El hombre, que forma parte de nuestro acervo desde 1999. Esta obra, que nos remite al lema de nuestra Universidad, “El ser humano solo alcanza su plenitud al servicio del hombre”, representa al ser humano como centro de su reflexión artística. La historia de cómo llegó esta pieza a nuestra colección será contada en otra ocasión, ya que es una historia que habla del generoso gesto de Doña Márgara Garza Sada, una incansable benefactora de la cultura, quien invitó a Tamayo a crear esta obra para nuestra institución y merece un espacio especial.

La figura humana ocupó un lugar central en su obra. A través de ella, exploró profundamente la estética y el simbolismo, con la firme creencia de que se: “… debe conducir a una revaloración del hombre por el hombre. Si nuestra sensibilidad despierta y se agudiza, si advertimos en la realidad otras dimensiones, su profundidad; si para nosotros lo humano representa un misterio, pero al mismo tiempo una experiencia gozosa y lúcida, seremos cada vez más humanos”.
Actualmente, tenemos el privilegio de exhibir dos piezas de Tamayo en la Galería 1 del Centro Roberto Garza Sada, como parte de la exposición Personajes: Entre la ficción y la realidad. Estas dos obras fueron creadas en la década de los 40 del siglo pasado, una época clave en la trayectoria del artista, pues fue cuando Tamayo se encontró profundamente inmerso en las transformaciones del arte moderno.
Fue durante su estancia intermitente en Nueva York, entre 1920 y 1948, cuando se empapó de las inquietudes estéticas de su tiempo, mostrando especial interés por Pablo Picasso. Sin embargo, Tamayo nunca perdió su conexión con las raíces indígenas y populares de su México natal.
Como él mismo decía: “Lo que pretendo en la pintura es continuar esa tradición plástica que tenemos desde la época prehispánica, no copiándola, haciéndola avanzar hasta el momento que estamos viviendo, es decir, actualizándola. Las artes populares son, a su vez, continuación del arte prehispánico… su presencia en mi pintura es muy fuerte”.
En las obras El fumador (1945) y El borracho feliz (1946), Tamayo nos muestra a un creador profundamente conectado con el pulso de su época. Comprendía que el artista, como una “antena”, capta los signos y las vibraciones de su contexto social, político y cultural, para luego transmitirlos a través de su obra. De esta manera, su arte se convierte en una respuesta vigente, actual y relevante, reflejando los tiempos que vivía y las inquietudes que los moldeaban.


En estas piezas, Tamayo despliega su maestría técnica y su dominio del color (contrastante y vibrante), utilizando un estilo primitivista que, además de su sentido de lo mexicano, hace evidente su influencia del arte prehispánico y popular. Con ellas, nos invita a reflexionar sobre la cotidianeidad, haciendo evidente el uso de la geometría.
Un elemento recurrente en estas piezas es la sonrisa, inspirada en la cerámica prehispánica, como símbolo de felicidad y armonía espiritual. Este gesto ancestral, vinculado con la conexión divina, la naturaleza y el cosmos, se integra de manera profunda en la identidad mexicana. Así, representa la libertad, salud, paz y espiritualidad, y se convierte en un puente entre el pasado y el presente. Además, Tamayo utiliza la máscara como un elemento crucial en sus composiciones, simplificando las formas del rostro humano para crear nuevas identidades. En El fumador, la máscara prehispánica se reinterpreta en el rostro de su personaje, otorgándole una cualidad transformadora que refleja la fusión de lo ancestral con lo moderno, uniendo así la tradición cultural con la experimentación artística.

Más allá de su compromiso con la creación, Tamayo también se dedicó a preservar y difundir el legado artístico de las culturas precolombinas, una fascinación que comenzó desde su niñez y se consolidó cuando, en su juventud, trabajó en el departamento de dibujo en el Museo Nacional de Antropología. Esta pasión por la conservación lo llevó a formar una invaluable colección que donó a su estado natal, Oaxaca.
Al igual que Tamayo, tenemos la responsabilidad de trabajar para preservar el legado artístico y cultural de nuestra propia historia, pues como afirmó: “El arte nos provee de nuevas visiones de la realidad y ejercita así nuestra imaginación y nuestra comprensión, tantas veces ansiada, de nuestro papel en el mundo. Nos permite entender qué somos y, sobre todo, qué podemos llegar a ser de acuerdo con nuestra naturaleza”.
Es por eso que te invitamos a acercarte al arte, a valorar nuestros acervos y a ser parte activa de su conservación. El arte no solo forma parte de nuestra identidad, sino que es un testimonio de nuestra historia y un reflejo del tiempo en que vivimos.
Te invitamos a visitar la exposición Personajes: Entre la ficción y la realidad, organizada por el Centro de las Artes UDEM, y que se presenta en las galerías del Centro Roberto Garza Sada. Si deseas una visita guiada, da clic aquí para registrarte.
Cualquier duda, escríbenos a centrodelasartes@udem.edu. Porque el arte es una herramienta de todos y para todos, y especialmente para ustedes, los jóvenes, que tienen el poder de transformar nuestro mundo.