También está bien no hacer nada
Va una idea polémica en pleno 2020: la optimización de todo nuestro tiempo puede ser contraproducente. No solo eso: es una práctica que no descansa ni durante el #QuédateEnCasa. En plena era de la economía de la atención impulsada por la sobreproducción, este artículo defiende algo que es tan humano como necesario: el no hacer nada.
También se le conoce de manera más romántica como el dolce far niente, expresión italiana que significa “lo dulce de no hacer nada”. Y es que, en estos días de encierro obligado, nos han bombardeado con sesiones de workout todos los días. Clases de yoga. Tutoriales de dibujo. Visitas virtuales por los museos. Reuniones virtuales con los amigos vía Zoom, Hangouts o House Party. Maratones obligatorios en Netflix. Todos los artículos de The Economist con acceso gratuito. Además, claro, las responsabilidades diarias que son inamovibles: las clases online y, en algunos casos, el home office. Todo esto porque, parece, no nos podemos quedar quietos en casa por más de un par de días. ¿Por qué nuestra necesidad de ser multitask, incluso cuando nadie nos va a ver? Según el filósofo belga Michel Feher, en un artículo de la revista española S Moda, “hemos interiorizado y asumido que debemos vender nuestra reputación y crédito personal como un valor añadido tanto en el trabajo, como en las redes sociales o en nuestra propia vida. Queremos ser (y parecer) una inversión segura. Cuanto más produzcamos, más valiosos nos presentamos (y sentimos) ante el sistema”.
Con esta premisa, la idea de ocupar al máximo nuestro tiempo en esta nueva rutina de confinamiento, con tareas atípicas, es extremadamente atractiva (“no dejamos de ser ciudadanos con valor productivo”) y seduce a más de uno. Pero esta hiperactividad, muchas veces, nos ofusca el panorama completo de lo que está pasando. Como hámsteres en la rueda, no vemos lo que está pasando afuera de la jaula por estar dando vueltas y vueltas y vueltas. Es importante también el no hacer nada. “La nada no es un lujo o una pérdida, es una parte necesaria para que el discurso y el pensamiento adquieran sentido”, sentenció hace unas décadas el filósofo francés Gilles Deleuze.
Pero eso no se trata de no hacer nada por completo. Esto se trata de parar para reflexionar cómo nos afecta la economía de la atención y de la superproducción. Está bien no hacer ejercicio todos los días en tu sala, en sesiones de workout. Está bien no perderte horas y horas en el catálogo de Netflix o de no tomar las clases online gratuitas sobre cómo cocinar comida india. No pasa nada si no aprendiste a tocar piano en estos meses de #QuédateEnCasa, de la mano de la mejor pianista de Berlín, o si no aprovechaste leer todas de revistas que las editoriales ofertaron sin costo. Todo eso llegará en el momento adecuado. Este confinamiento puede ser un excelente momento para repararnos a nosotros mismos. Conseguir espacio y tiempo para no hacer nada es imprescindible. Sin la conjugación de ambos, “no hay manera de pensar, reflejarnos y repensarnos individual y colectivamente”, dice Jenny Odell en su libro How to Do Nothing: Ressisting the Attention Economy.
Es momento de repensar en nuestras rutinas y nuestros procesos y, de una buena vez, proteger nuestros espacios y tiempos.