Tenemos que hablar ya de tu abuso de WhatsApp
Hasta hace poco, cuando se trataba de escoger cuáles eran los cinco inventos más importantes de la humanidad, la lista incluía por lo general la rueda, el arado, la imprenta, la máquina de vapor y la penicilina. Hoy seguramente ya incluye internet, las redes sociales y, muy especialmente, WhatsApp, la aplicación que permitió a los seres humanos el don de la ubicuidad. Quizá no hay un momento del día en que no nos encontremos viendo el celular, buscando conectarnos con alguien, contestando o enviando mensajes con la premura de lo que pareciera siempre urgente. Estamos en clase, en una cena o fiesta con amigos, y creemos ser capaces de estar ahí, pero, al mismo tiempo, en la foto de graduación de un primo, en la organización de la fiesta del próximo viernes, en la discusión familiar sobre cuándo será la cena de Navidad (a falta de muchos, muchos meses), en el nuevo chiste o meme que se compartió en redes… Incluso, creemos tener la habilidad de revisar una tarea en me- dio de la cadena de oración que envió la tía y las fake news que compartió el amigo despistado y ávido de protagonizar el fin del mundo. WhatsApp nos permite “estar” en todas partes y, al mismo tiempo –en realidad– no estar en ninguna.
Hay bondades innegables en este medio de comunicación: si algo tengo yo que agradecerle al joven ucraniano Jan Koum es la invención en 2009 de esta app que me permite conversar y ¡ver! casi todos los días a mi mejor amiga que vive a 2,821 km de distancia de mi casa. A través de WhatsApp podemos con- firmar (y reconfirmar) una cita sin mucho preámbulo, saber en dónde están o a qué hora llegan tus amigos, recibir una canción de tu pareja al despertar. Hay algunos chats –sobre todo los de los amigos– que son en sí mismos espacios de convivencia eternos, en donde un tema de conversación puede durar semanas y no llegar a ninguna parte.
Si los emails sustituyeron violentamente el correo postal, WhatsApp no solo aniquiló ya a los correos, sino, además, la posibilidad de conversar frente a frente. Lo peor fue cuando, ya adquirida la aplicación por Facebook en 2014, se les ocurrió la genial idea de la doble palomita azul para evidenciar la lectura del mensaje, aniquilando, por un lado, la esperanza que se podía guardar de “no me ha contestado pues seguro no ha tenido tiempo de leerme” y, por otro lado, confirmando la realidad de haber sido ignorado olímpicamente. Gracias al equipo de Mark Zuckerberg surgió uno de los reclamos más fuertes que pueden darse entre las relaciones: el haberme “dejado en visto”. No es casual que una de las búsquedas más numerosas en Google sea “cómo desactivar las palomitas azules en WhatsApp”.
El inevitable chat de “proyecto final”
Si no es para recibir la llamada de los bancos que ofrecen tarjetas de crédito, pocas veces usamos el teléfono para hablar con alguien. Resulta más fácil y rápido enviar un whats (y si los emoticonos, gifs o memes sustituyen palabras, todavía mejor). ¿Cuántas conversaciones tenemos abiertas? Con nuestra pareja, con los amigos, con la familia. ¿A cuántos grupos “pertenecemos”? Un rápido vistazo a mi aplicación me da el siguiente saldo: “Familia materna”, “Familia paterna”, “Familia chiquita”, “Hermanos”, “Primos”, “UDEM team”, “ Amigas” (con este nombre hay cuatro distintos y un quinto que es “Amigas grupo chiquito” que derivó de alguno de los cuatro anteriores), “Entre amigos”, “Cena cumpleaños” (creado hace tres años y se sigue alimentando), “Curso novela” (al cual ya no asisto pero ahí sigue), “Comida sorpresa” (no importa cuándo fue) y el de más reciente incorporación: “Proyecto PEF”.
Este chat es el reflejo de los grupos innecesarios que se abren con cualquier excusa del momento y cuyo propósito se podría resolver con una reunión en persona… sin embargo, existen.
El primer día, en que una compañera amablemente me metió “para que nos organizáramos”… recibí (no exagero) 103 notificaciones. Todo empezó, a las 9:10 am, con el siguiente mensaje:
Y así, siguieron más de 100 mensajes. Acabé silenciando el chat.
Al día siguiente experimenté una angustia desconocida: cada vez que entraba a mi aplicación para contestar un mensaje, veía que iba creciendo el numerito azul de mensajes no leídos en el grupo “Proyecto PEF”. A las 10:00 había 45, a las 15:00 ya eran 76 y a las 21:00 que llegué a mi casa, el número azulito ya era de 103… ¡¿Qué había pasado?! ¡¿De qué me estaba perdiendo?! A lo mejor habían cancelado el proyecto, se había salido uno del equipo, habían cambiado la fecha de entrega. No abrí el chat hasta estar en calma, cenada, en pijama, en mi cama, para enterarme de lo inevitable: na-da. 103 mensajes que no decían nada pero, a la vez, me decían mucho: no teníamos clara la fecha de entrega, no sabíamos quién iba hacer qué parte; no teníamos día de reunión; uno nunca contestó (típico); hay dos o tres que están perdidos en la materia; alguien temió lo peor (y ni habíamos empezado). Ah, también hubo un mensaje de alguien que vendía muffins entre clases que fue criticado por “no ser este el espacio para difundir intereses personales” (creo que fue el único mensaje que guardé, por si ocupo).
¿Un invento para engañarte?
Hay chats para todo y para todos. Tan es así que actualmente somos más de 1.3 mil millones de usuarios y diariamente compartimos más de 55 mil millones de mensajes y alrededor de 4.5 mil millones de imágenes. La astucia del joven ucraniano (Koum), combinada con la megainteligencia del joven estadounidense (Zuckerberg), dieron como resultado la invención de una manera distinta de comunicarnos. Y digo “invención” queriendo abarcar dos de las acepciones de esta palabra: cosa inventada y engaño o ficción.
1. Cosa inventada
Con WhatsApp pasó un fenómeno especial: la comunicación verbal está muriendo velozmente ante la comunicación escrita. No hace mucho tiempo, uno podía hablar frente a frente (o por teléfono) durante horas con el novio o la novia mientras que, hoy en día, existen relaciones de noviazgo cuya relación pasa casi exclusivamente por esta aplicación. Y ésta ha logrado revertir el famoso refrán de que “A las palabras se las lleva el viento”. No solo no se las lleva el viento, sino que además quedan guardadas.
Como en todo, esta situación tiene sus muchos pros y sus muchos contras. ¿Alguien llevará la cuenta de cuántas infidelidades entre las parejas se han descubierto en esta aplicación? No es casual que entre las mayores búsquedas de Google se encuentren: “Como saber con quien habla por whatsapp?” (así, sin acentos), “Aplicaciones para espiar gratis” y “Cómo saber con quien chatea mi pareja en whatsapp?” Las palabras, las fotos y los videos, resguardados, se han convertido ya en lo que los historiadores llaman “fuentes documentales”: si dentro de 50 años un estudiante quiere hacer su tesis sobre la supervivencia del machismo en la sociedad mexicana en la segunda década del siglo XXI, seguramente encontrará en los grupos de chats de puros amigos hombres una fuente inagotable de información.
2. Engaño, ficción
¿Hasta dónde es posible confiar o no de la veracidad de lo que leemos? ¿Debemos tomar como fuente “verdadera” lo dicho en un chat de WhatsApp? Ya no es raro que lo que se comparte en WhatsApp se presente como “pruebas de juicio” ante juzgados y tribunales en caso de conflicto. Uno de los casos más famosos que dio la vuelta al mundo fue el de “La manada”, el grupo de jóvenes sevillanos acusados de violar a una menor y cuyas conversaciones en su grupo de WhatsApp dejaron un fiel y escalofriante testimonio de lo sucedido. Sin embargo, no han sido pocos los que afirman que dichas conversaciones no pueden ser tomadas como “verdaderas”, a menos de que se encuentren certificadas y autentificadas por un perito informático. ¿Por? Resulta que es relativamente fácil sustituir o suplantar una conversación real de WhatsApp, con apps gratuitas como “WhatsFake” o “Fake Chat”. Esta “cosa inventada” se ha convertido, además, en uno de los principales vehículos para la difusión de las famosas cadenas, las fake news y los memes. Quizás el caso más sonado fue en 2018 cuando se puso al descubierto el uso que hizo la empresa Cambridge Analytica de la base de datos de usuarios de Facebook para la elaboración de campañas de persuasión del voto en favor de Donald Trump (por cierto, poco después de este escándalo, Koum, el creador de WhatsApp, anunció a través de las redes sociales su salida de la compañía de Zuckerberg).
Lo importante de la famosa Big Data no es la gran cantidad de datos que puede acumular la corporación que maneja Facebook, WhatsApp e Instagram, sino lo que se puede hacer con ellos. Por ejemplo: manipular elecciones. Y así, resulta que, al menos desde la elección de Obama en 2008, pasando por el Brexit (2016), Trump (2016), Macron (2017) y Bolsonaro (2018), el poder de esa cosa inventada para “engañar” y manipular es tan grande que ya es hora de empezar a pensar en serio en ello.
¿Creen que la cantidad de imágenes falsas y memes que circulan en los grupos de WhatsApp son nomás por diversión? En Brasil, por ejemplo, se demostró que durante las elecciones presidenciales existió una agresiva campaña de desinformación dirigida directamente a los celulares de los votantes. Otro estudio concluyó que el 20 por ciento de las imágenes compartidas eran falsas. En mayo de 2019, que hubo elecciones generales en la India, país en el que WhatsApp es la plataforma digital de comunicación más usada, los partidos políticos abiertamente prepararon cientos de miles de grupos para enviar mensajes políticos y memes.
Nos encontramos frente a la gran paradoja de este genial invento: WhatsApp nos ofrece la sensación de poder estar en todas partes y controlarlo todo, pero habría que empezar a pensar si no es esta app la que nos controla a nosotros. Quizás ha llegado la hora de abandonar algunos grupos.