
Una vida perfectamente imperfecta
Por: Abril Garza, Coordinadora del Departamento de Arte y Diseño
La inmediatez nos invita (u obliga) a alejarnos de lo humano. Cuando salimos a trabajar un lunes cualquiera muchas veces no nos damos cuenta de lo que sucede en el aquí y el ahora. Nos levantamos, algunos decimos alguna oración, tomamos café, nos duchamos, y nos alistamos para salir a nuestras actividades como el trabajo o la escuela. Se vuelve una rutina una vez que nos acomodamos en ese espacio del tiempo. Vamos afuera y vemos a la gente correr al metro, otros más en sus coches luchando en medio de la jungla urbana para llegar temprano ¿a dónde? A donde sea que vayan.
Llegamos a nuestro destino y en el mejor de los casos compartimos momentos valiosos con otros seres humanos pensantes. Otros más, lidiamos con máquinas e inteligencia artificial. Acaba el día que en ocasiones fue abrumador y caemos rendidos en la cama. Y en la reflexión del fin del día de nuevo nos planteamos la pregunta ¿a dónde vamos? Y ¿por qué tan rápido?

En ese momento, al dormir, al final de la vida sabemos que la muerte es inevitable y ahí nos espera. Pero, ¿tiene sentido lo que hacemos cotidianamente? La rutina de un día ajetreado ¿nos trae algo? Y no hablamos solo de lo material, sino que ¿nos provoca sensaciones nuevas placenteras y displacenteras?
Cuando éramos pequeños, era común que empezáramos cosas nuevas y nuestro alrededor nos hacía conscientes de ello: el primer día de clases, aprender a escribir, a atarnos las agujetas, a andar en bici, o a descubrir caracoles o cualquier bicho en el jardín de la escuela. Era emocionante, fascinante, queríamos experimentar y probar qué tan exploradores éramos.
No vamos a despreciar la vida adulta; tiene muchas ventajas y posibilidades para experimentar, pero ¿es tan emocionante como aquella infancia de la que hablamos? Sin duda, buscamos tener una buena vida, a veces en ese afán, buscamos la felicidad en la perfección.
Tengo una noticia: La perfección no está ahí, de hecho no está acá tampoco. No está en algún lugar en particular. Un ser humano, una vida, un día perfectos, no existen. Sin embargo, los detalles que muchas veces dejamos pasar sí hacen que la vida tenga algo de sentido.

Un buen tiempo en el día, un momento de break, una buena charla, la capa que se forma en un espresso recién hecho, un “que te vaya bien”, una buena calificación en el examen, un arcoíris. Si salió bien el día, agradecemos, si salió horrible podemos hacer berrinche y comenzar de nuevo.
Esas cosas que descubrimos día a día aunque ya las hayamos vivido, nunca son iguales. No involucran totalmente lo mecánico sino lo humano, lo que se percibe, se siente con cualquiera de los cinco sentidos. A veces somos los mismos niños aprendiendo una y otra vez cosas simples. Descubriendo y experimentando días imperfectos.