Ya no somos lo que comemos…

A lo largo del último siglo, la humanidad ha revolucionado su dieta y la manera de fabricar, obtener y disfrutar los alimentos. Venimos de comunidades que dependían de sistemas locales de cultivo y venta para conseguir los insumos que conformaban sus comidas. Estas civilizaciones vivían en la cultura de la escasez o dependían de las estaciones para determinar lo que consumirían en diferentes momentos del año. Había épocas de abundancia y otras en las que era común prescindir de frutas, proteínas animales y otros productos.

¡Qué épocas aquellas! La producción regional dependía de los recursos naturales cercanos y propios del entorno, lo que permitía sostener la alimentación de un grupo moderado de personas que podían acceder a una cantidad y variedad limitada de alimentos, vinculados a las estaciones del año, a las eventualidades climáticas y al comercio restringido de productos extranjeros. Esto resultaba en una diversidad de culturas gastronómicas alrededor del mundo, cada una aprovechando la biodiversidad disponible y basándose en sistemas de producción, recolección, distribución y mercado en pequeña escala. Por eso la comida británica se juzga insípida, ahí no crece nada. Por algo existe el famoso “Terrible map” de “Potato Europe, Tomato Europe”.

En aquellos tiempos, se puede decir que las personas eran lo que comían, vivían en pequeñas ciudades y pueblos que se mantenían de actividades agrícolas y ganaderas propias. Los mercados locales eran el centro de encuentro para el trueque y compra de productos, generalmente menos procesados y más frescos, con un alto consumo de granos, vegetales, y proteínas de origen animal provenientes de ganado criado en las cercanías.

Crédito: Foto por Dan Meyers en Unsplash.

No había más, y se requerían enormes esfuerzos para una buena alimentación. En las localidades, las técnicas de conservación como el encurtido, la maceración, el ahumado y el secado al sol eran comunes en los hogares, y la gente dedicaba gran parte de su tiempo a preparar sus platillos con métodos que procuraban la higiene y la eliminación de microorganismos dañinos.

¿Te imaginas un mundo sin Doritos, McDonald’s y Coca-Cola? Tal vez no, pero existió. La comida, inherente al ser humano, ha cambiado tan drásticamente que la forma vasta, industrializada y variada de alimentarnos hoy en día sería inconcebible para alguien que vivió hace un siglo. La tecnología, la globalización, el desmedido crecimiento de las industrias y la sobrepoblación han generado grandes necesidades, además de provocar graves problemas medioambientales que ponen en peligro la estabilidad de nuestros sistemas actuales.

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Esto nos conduce a preguntas importantes como ¿cuáles son los retos que enfrenta la agricultura con el cambio climático? ¿Hacia dónde avanza la ingeniería de los alimentos? ¿Qué productos perdurarán para que podamos consumirlos? Primero, uno de los principales desafíos para la agricultura global se relaciona con los suelos y su erosión masiva, un tema abordado en el documental Kiss the Ground, disponible en Netflix.

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Un informe de Global Alliance for the Future of Food menciona que: “Mantener y mejorar la biodiversidad agrícola es esencial frente a desafíos como el cambio climático y la seguridad alimentaria y nutricional.” Esta misma organización destaca siete acciones prioritarias para afrontar las problemáticas actuales y el panorama futuro:

  • Garantizar sistemas de gobernanza basados en la participación, integración y derechos en todos los niveles para abordar las injusticias estructurales de los sistemas alimentarios.
  • Incrementar la investigación con enfoque sistémico, prestando especial atención a la indivisibilidad de los objetivos ecológicos, de salud, sociales y económicos.
  • Reconocer que las políticas y prácticas en los sistemas alimentarios tienen un impacto social, ambiental y sobre nuestra salud.
  • Dirigir las finanzas del sector público y las políticas fiscales hacia formas de agricultura regenerativa y beneficiosas para el medio ambiente, una alimentación saludable y comunidades resilientes.
  • Desbloquear oportunidades de inversión en sistemas alimentarios sostenibles y alinear los fondos privados, filantrópicos y multilaterales con actores nacionales para lograr un impacto mayor.
  • Crear condiciones que favorezcan la práctica de la agroecología y los enfoques regenerativos.
  • Promover dietas naturales y nutritivas basadas en la producción de alimentos de manera sostenible y diversificada.

En este sentido, la ingeniería de alimentos a nivel global está orientada a una transformación significativa, enfocada en prácticas sostenibles, resilientes y equitativas que minimicen el impacto ambiental. Esto incluye el desarrollo de tecnologías y métodos de agroecología y agricultura regenerativa que, entre otros beneficios, mejorarán la salud de los suelos, protegerán la biodiversidad y permitirán producir “más con menos”, cultivando en entornos controlados para reducir el uso de agua y la dependencia de agentes nocivos como fertilizantes y pesticidas químicos (Lal, 2020).

Crédito: Foto por Markus Spiske en Unsplash.

“Nadie sabe de dónde proviene nada, y eso parece no importar”, escuché decir a mi padre una vez mientras comíamos unos hot dogs en Cinépolis. Ante este enunciado pesimista, podemos suponer que otros cambios significativos surgirán en las cadenas de suministro, con tiempos de transporte más cortos y eficientes para abastecer a las grandes civilizaciones, con una mayor trazabilidad para garantizar prácticas sostenibles y transparentes, permitiendo a los consumidores conocer el origen de sus alimentos.

En cuanto a los alimentos que prevalecerán para el consumo humano en los próximos años, es probable que la comida rápida se adapte a las necesidades nutricionales de los consumidores, junto con mejores prácticas de abastecimiento y producción. Si tienes en mente la película Lluvia de hamburguesas, tienes una idea, pero aún no es momento de imaginar máquinas multiplicadoras de comida o superalimentos del tamaño de una pastilla. Parece que la humanidad está optando por investigar y desarrollar alimentos biotecnológicos o genéticamente modificados, carne cultivada en laboratorio a partir de tejidos obtenidos mediante biopsias, e incluso huevos con proteínas terapéuticas provenientes de gallinas genéticamente alteradas.

De igual manera, los alimentos del futuro también podrían ser aquellos obtenidos de procesos menos industriales y provenientes de cultivos resistentes a la sequía, los cambios climáticos y con la capacidad de crecer en suelos marginales. Podemos esperar una dieta con mayor énfasis en semillas, plantas, legumbres y proteínas vegetales como alternativas a los lácteos y la carne animal. También productos orgánicos con mayor valor nutricional provenientes de cultivos biofortificados, que se encuentran entre las inversiones actuales más rentables para el desarrollo económico (Bouis & Saltzman, 2017).

Crédito: Foto por Arno Senoner en Unsplash.

Por un lado, necesitamos alimentos con mayor valor nutricional, accesibles a bajo costo y disponibles para las comunidades más vulnerables del planeta, y por otro, es crucial educar a las sociedades de mayor consumo sobre dietas equilibradas y alimentos menos procesados, para promover un desarrollo infantil saludable, el bienestar de los adultos, apoyar el buen funcionamiento del cuerpo humano a lo largo de la vida, y si es posible, sanar a través de lo que comemos.

En resumen, hemos dejado de ser lo que comemos, ya que, como humanidad, hoy en día, nos hemos alejado de la conciencia de lo que ingerimos y simplemente consumimos. Sin embargo, aún queda esperanza de que en el futuro podamos alimentarnos con sabiduría y ser más allá del consumismo.

Referencias:

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La biodiversidad que nos alimenta está gravemente amenazada. (2021, 11 octubre). Noticias ONU. https://news.un.org/es/story/2019/02/1451721

Global Alliance for the Future of Food. (2023, 27 junio). How to Transform Food Systems: 7 Calls to Action – Global Alliance for the Future of Food. Global Alliance For The Future Of Food. https://futureoffood.org/insights/7-calls-to-action/

Lal, R. (2020). Regenerative Agriculture for Food and Climate. Journal of Soil and Water Conservation, 75(5), 123A-127A.

Bouis, H. E., & Saltzman, A. (2017). Improving nutrition through biofortification: A review of evidence from HarvestPlus, 2003 through 2016. Global Food Security, 12, 49-58.

Herron, L. R., Pridans, C., Turnbull, M. L., Smith, N., Lillico, S., Sherman, A., Gilhooley, H. J., Wear, M., Kurian, D., Papadakos, G., Digard, P., Hume, D. A., Gill, A. C., & Sang, H. M. (2018). A chicken bioreactor for efficient production of functional cytokines. BMC Biotechnology, 18(1). Recuperado el 15 de agosto del 2024 de: https://doi.org/10.1186/s12896-018-0495-1

Barruti, S. B. (2021, 16 junio). Lluvia de hamburguesas. Cerosetenta. Recuperado el 17 de agosto del 2024 de: https://cerosetenta.uniandes.edu.co/lluvia-de-hamburguesas/

C, R. I. R. G. J. S. (s. f.). Revista ¿Cómo ves? – Divulgación de la Ciencia, UNAM. Revista ¿Cómo Ves? https://www.comoves.unam.mx/numeros/articulo/236/la-dieta-humana-contra-los-ecosistemas-del-mundo

Howe, M. (2024).  Terrible Maps: Hilarious Maps for a Ridiculous World. HarperCollins. https://www.amazon.com.mx/Terrible-Maps-Hilarious-Ridiculous-World/dp/0008641595/