México, trabalenguas exquisito
Es rarísimo sentirse extranjera en tu propio país. La primera vez que me pasó fue en Chiapas. Había viajado con un grupo de mi universidad a Los Altos, específicamente a Bachen, una comunidad de 168 habitantes, donde el 100 por ciento de la población es indígena y habla tseltal.
Antes de esto había viajado un poco por Europa, pero fue en Chiapas donde me encontré en una situación culturalmente desafiante: estaba en el sur de mi país y sólo podía construir con señas un puente de comunicación que rompiera la brecha idiomática y cultural que me separaba de otros mexicanos. Al menos en Alemania, Bélgica o Austria podía comunicarme en inglés. Acá no existía un idioma común más que el lenguaje más primario: las señas, las miradas, la intuición. Y es que, aunque en la Unión Europea se hablan más de 20 idiomas (alemán, francés, italiano, inglés, griego, sueco, esloveno, rumano, entre otros), en México se hablan 68 lenguas indígenas… y español. Tan solo en Oaxaca se hablan 16 idiomas: zapoteco, mixteco, mazateco, mixe, chinanteco, chocho, chontal, huave y triqui, y muchos más. De acuerdo con cifras del INEGI, tres de cada 10 oaxaqueños habla alguna lengua originaria. Es un mundo.
Chiapas no se queda atrás: es el segundo estado con mayor concentración de población indígena y se hablan 12 lenguas, entre ellas tseltal, tsotsil, chol, zoque, tojolabal, mam, mototzintleca y lacandón. Específicamente, en México existen 11 familias lingüísticas, es decir, 11 lenguas cuyas semejanzas estructurales y léxicas se deben a un origen histórico común. Como dato curioso, Europa sólo tiene cinco.
MEXICANOS EXTRANJEROS EN MÉXICO
En nuestro país son reconocidas 69 lenguas mexicanas. El primer lugar, por supuesto, lo ocupa el español, pero el segundo es el náhuatl. Después de mi travesía por Chiapas, viví un año en una comunidad de indígenas migrantes en León y aprendí algunas palabras en náhuatl: sé decir “te quiero mucho”, “agua” o la pregunta “¿a dónde vas?”. En esa experiencia me enteré que los indígenas más jóvenes ya no quieren hablar su lengua materna porque les da pena. Me hizo pensar en qué tan extranjeros se sienten quienes no hablan español de origen y son mexicanos y concluí que es una tragedia: imagínate sentirte ajeno a la tierra que te ve amanecer todos los días de tu vida.
Según el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, cerca de 2 millones de personas hablan náhuatl, y su uso no se limita a sus orígenes geográficos (Durango, Estado de México, Michoacán, Guerrero, Puebla, entre otros), sino que se extiende a otras ciudades mexicanas en las que antes no se hablaba. Esto se debe a la migración interna de las comunidades indígenas por todo el país.
Nuestra nación es tan culturalmente vasta que basta con ir a otro estado, a otra ciudad o a otra colonia para descubrirnos diferentes y enfrentarnos con la diversidad de la que estamos hechos. Y es que siete de cada 100 mexicanos pertenecen a una de las 68 culturas indígenas mexicanas. De ellos, uno de cada 10 solo puede comunicarse en su lengua materna, y son más las mujeres que no hablan español que los hombres.
Las lenguas nos hacen mexicanos. Con el mestizaje, la discriminación y el miedo, hemos provocado que nos olvidemos de los idiomas que son parte de nuestra tierra. Sin embargo, el maya, en el sureste, también se defiende: casi un millón de mexicanos lo hablan. Si conoces la península de Yucatán, estarás de acuerdo en que existe un hermoso orgullo por su idioma, sus tradiciones… y sus inefables delicias gastronómicas.
¿QUIÉNES SOMOS REALMENTE?
Los estados que concentran el mayor número de población indígena son Oaxaca (14.4%), Chiapas (14.2%), Veracruz (9.2%), Ciudad de México (9.1%), Puebla (9.1%) y Yucatán (8.8%). En estos estados vive el 75 por ciento de la población indígena a nivel nacional. Tal vez esto explica también que las cocinas oaxaqueña, poblana y yucateca sean de las más celebradas en el mundo. La diversidad de la que estamos hechos en México nos enriquece al encontrarnos con el otro, al probar diferentes moles, mezcales, cafés y tacos.
Al mismo tiempo, nos confronta y nos recuerda que nuestro país podría contener varios países –continentes– dentro, y es en la diversidad, precisamente, donde podemos hallar un punto de encuentro, pero también en el reconocimiento y la celebración de nuestras diferencias.