Redes sociales en tiempos de pandemia
Hemos vivido seis meses en condiciones globales totalmente atípicas y que, en el primero de enero de 2020, al gritar “¡Feliz año!”, jamás se nos hubieran cruzado por la mente. Recuerdo que el año nuevo se visualizaba en todos los medios caracterizado por conflictos entre Irán y Estados Unidos, lo que, por ahora, no se mantiene tan activo, pues el COVID-19 ha acaparado toda la atención posible.
Esta es una pandemia de todos. El virus ha secuestrado la tranquilidad y los sistemas de salud de cada una de las naciones, sin reparar en raza, credo, orientación política, ideología o frontera. El COVID-19 sigue muy presente y, en el séptimo mes después de que la Organización Mundial de la Salud declarara esta enfermedad una emergencia internacional, en México se vive con desasosiego, aunque no por todos. La pandemia ha empezado a arrasar con la capacidad del sistema de salud pública y privada, y no se diga con la capacidad de ejecución de políticas públicas y nuestra economía nacional.
Por meses se nos ha invitado —y casi obligado— a quedarnos en casa, a guardar sana distancia y salir a lo indispensable. Los gobiernos federal y locales han promovido campañas de comunicación exhaustivas con mensajes pegajosos, y pareciera que la creatividad brotó en las líneas discursivas y en ruedas de prensa. Mientras tanto, la ciudadanía, en ciertos casos, ha dejado mucho que desear y esto nos plantea la necesidad de reforzar y trabajar en nuestras conductas cívicas.
Desafortunadamente en México, nada cercano a la mayoría poblacional puede tomar la alternativa de permanecer en casa, solicitar alimentos a domicilio, realizar compras en medios digitales y, mucho menos, hacer home office. De acuerdo con los datos de la primera Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo (ETOE) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), más de 12 millones de personas se han visto afectados por el impacto laboral de la pandemia. De estos, 10 millones pertenecen a la economía informal y dos millones a empleos formales.
Una gran mayoría de la población ha tenido que permanecer en el campo de batalla desde el sector salud, otros desde las áreas de servicios públicos y de alimentos. Hemos visto doctores, enfermeras, camilleros, intendentes, meseros, taxistas, rescatistas, veterinarios y un gran número de personas con ocupaciones que no se podían limitar a permanecer en casa. Todo lo contrario: la situación los movió a exponerse para mantener y garantizar servicios básicos.
Tomando esto en consideración, me parece pertinente poner sobre la mesa, ahora que la nueva normalidad nos permite vivir con mayor intensidad nuestros diálogos y debates, que uno de los aspectos relevantes en el éxito de aquellos países que lograron contener la pandemia es el aspecto cívico. Con esto me refiero a las conductas, el seguimiento de normas y apego a seguir las instrucciones de guardar distanciamiento social por parte de los grupos de ciudadanos, así como la forma en que se manifiesta este aspecto en medios digitales: ¿qué tanto se refleja el valor cívico y los valores como la empatía y la solidaridad en nuestras publicaciones en redes sociales?
En los últimos meses hemos visto que circulan en redes sociales (Instagram, Facebook, Twitter) fotografías de orgullosas familias de vacaciones en la playa, bodas con cientos de invitados, fiestas de cumpleaños de futbolistas, reventones en bares y antros que operan en alguna ciudad del país, bautizos, primeras comuniones. Es una amplia lista de eventos que absolutamente pueden ser identificados como no urgentes —sí, reuniones sociales que carecen de toda urgencia.
Por una parte, existe el discurso de “ser, dejar ser y dejar hacer”, el cual me parece correcto y necesario. Sin embargo, en una época tan irregular y volátil, donde todos somos vulnerables ante el COVID-19, y apelando a los derechos humanos, ¿es correcto publicar en redes sociales todas estas festividades sin su respectiva sana distancia y anunciarle al mundo que, “a pesar” de la pandemia, nada los detiene?
Las redes sociales y las plataformas digitales se han vuelto nuestro espejo. Muestra de ello son todas las actividades de interacción que realizamos por Zoom, Microsoft Teams, Google Meet, entre otras aplicaciones. En cada reunión o clase, con nuestro background, damos la bienvenida a nuestra casa a compañeros, amigos o alumnos. Considero que es muy parecido el efecto que tienen nuestras redes sociales al permitir ver al mundo (o al menos a nuestros seguidores) una muestra de nuestro pequeño universo: comidas favoritas, vacaciones, libros, fiestas… En general, le damos la entrada al público a conocer aspectos de nuestra vida que deseamos resaltar. Sin embargo, el debate reside en los límites y las implicaciones de nuestras acciones que reflejan nuestros actos cívicos por medio de fotografías y videos en una época que ha causado estragos, dolor y sufrimiento a millones de familias alrededor del mundo.
¿Qué nos ha pasado como sociedad que no nos pareciera suficiente y nos mueva a la empatía al ver videos y fotografías de médicos, enfermeras y familias enteras en vulnerabilidad? Más allá, ¿cómo logramos que el uso de nuestras plataformas se humanice y creen lazos de apoyo, conexión y estimulación para mantenernos informados y motivados?
El camino de aprendizaje es largo. Pero, mientras nos mantenemos en redes sociales en formato beta con algo nuevo por experimentar y, sobre todo, con la libertad de modificar, los valores y aspectos cívicos nos deben mantener firmes, como individuos que formamos parte de una comunidad.
Una de las frases que he leído y escuchado en repetidas ocasiones en estos días de verano es real, para pena de muchos y gozo de otros: “Todo Instagram está de fiesta…”. Las fiestas masivas para algunos es algo que no puede esperar, algo inminente. Ojalá nos urgiera tanto y de la misma manera el estar presentes para tender la mano al enfermo, apoyar causas de negocios locales o a los amigos que han perdido su empleo.
Quizás no todo es tan oscuro y frívolo como se presenta en ocasiones en las redes sociales. Quizás hay un gran balance y aquellos que no mantienen su distancia y violan con cada acción las normas de seguridad y salubridad internacional al no portar un cubrebocas o al asistir a un festejo con cientos de invitados, también estarán para soportar económicamente y emocionalmente a nuestros doctores, enfermeras, ancianos, niños huérfanos, jóvenes sin educación y emprendedores que han dejado en pausa sus sueños para dar protagonismo a una pandemia y sus personajes fútiles.