Por qué Foucault importa en 2022

Por: María Garza Dávila, estudia 7.° semestre de la Licenciatura en Filosofía. UDEM.

La filosofía cansa con solo escuchar su nombre y nos parece un concepto viejo y que no sirve para nada (salvo cuando escuchamos “filosofía de vida” … pero eso no es filosofía). Olvidémonos por un momento de los filósofos griegos e intentemos hablar de filosofía reciente para explicar lo que sí es reciente.

Justo como hoy, en los sesenta, ocurría de todo. A nosotros nos tocó la guerra en Siria y en Ucrania, a ellos la Guerra Fría y la de Afganistán; a nosotros nos tocó una ola del feminismo y un renacer en las luchas por el reconocimiento de la diversidad sexual, a ellos… también. Por lo mismo, no es difícil entender por qué filósofos de la talla de Michel Foucault y Jean Baudrillard, o la escritora e intelectual Susan Sontag siguen siendo relevantes hoy en día.

El foco de nuestros pensamientos

Empecemos con Foucault (1926-1984), conocido con el cariñoso apodo de “El foco” por su calvicie tan brillante como sus ideas. Era un filósofo francés, que desde sus inicios como pensador se dedicó a criticar el sistema. ¿No pensaste alguna vez que las tareas en la escuela no servían para nada? ¿Que la educación no te enseñaba, sino que te limitaba? A Foucault también le pasaba eso. Ser el chico con lentes no significaba que le gustara el statu quo y se dedicó a decir todo lo que estaba mal en él. Durante varias décadas se preguntó quién era el culpable del sistema y encontró que, de hecho, sí lo hay.

Pero más que culpables, existen motivos. Foucault concluyó que muchas instituciones, como las escuelas, las cárceles o hasta los hospitales, tienen como fin evitar que seamos nosotros mismos o, mejor dicho, ser lo que el sistema quiere que seamos. Las ideas de “El foco” pegan bastante. A Foucault, como a muchos de nosotros, nos enseñaron que debíamos de casarnos, formar una familia, ser de una u otra forma. Puede que estas ideas que te inculcaron no vayan contigo y tal vez no quieras formar un matrimonio, tener una familia, tal vez no te guste nadie, pero la cosa es que conceptos como la familia, las empresas y el gobierno no sacan el mayor provecho si decides ser tú mismo al 100 % y vives a tu manera. Esto te puede enfurecer o frustrar (o no), y aquí es donde entra Jean Baudrillard (1929-2007).

La transparencia del mal

Baudrillard también era francés, casi de la misma generación que Michel Foucault, pero él se interesó mucho por la reacción de la gente. Vivió en tiempos tan turbulentos como nosotros, con guerras cada cinco años y revueltas sociales como desayuno diario. Al analizar los movimientos de liberación en su momento, Baudrillard se dio cuenta de que, después de estos, existía cierta honestidad transparente por parte de todos aquellos que no estaban de acuerdo con las libertades individuales. Le llamó la transparencia del mal.

Volvamos a 2022. Cuando los primeros noticiarios en Europa transmitieron la crisis migratoria por el exilio ucraniano, escuchamos cosas como “no son como los árabes” o “son blancos, rubios con ojos azules, las personas que están muriendo, no son sirios, es diferente”. Esta cruda honestidad, que muestra de forma tan transparente los prejuicios y odio, como si fuera algo normal o lógico, no solo nos aterrorizó a nosotros, también a Baudrillard en su momento. Y aquí es donde entra Susan Sontag (1933-2004).

El sufrimiento de los otros

Sontag analizó cómo la exposición a las imágenes violentas no nos hace más cercanos a aquellas personas que sufren estas problemáticas, sino que provoca que la crueldad que pasan sea más digerible. Estamos tan expuestos a imágenes del sufrimiento del otro que nos hemos encerrado en nosotros mismos. Susan nos dice que para lograr salir de los problemas actuales que tenemos, necesitamos dejarnos afectar por estos: dejarnos perturbar por la disconformidad y sentir el dolor de cómo les afecta la crueldad de los demás, específicamente, aquella ejercida por personas con más poder que ellos.

Sontag nos regala una solución que va a requerir más terapia, sí, pero por lo menos no nos dejará en las mismas. Tal vez Foucault, Baudrillard y Sontag sean tan relevantes hoy en día porque no los escucharon lo suficiente en su momento, pero el problema es que no los escuchamos ahora porque nos son muy incómodos.

Puede ser, por ello, que sea mucho más fácil estudiar a Aristóteles o a Platón en la preparatoria. Lleva menos compromiso memorizar conceptos que reconocer nuestro dolor y el dolor de los demás, muy presentes en este año 22 del siglo 21.