Hablemos de los multimillonarios

Por: Rodrigo Guerrero Lucio, estudia 7.° semestre de la Licenciatura en Letras. UDEM.

¿Quién no ha soñado alguna vez en ser millonario? Ser Ricky Ricón y disfrutar de un McDonald’s aun lado de nuestra habitación, por ejemplo. Sin embargo, al abrir las puertas de Twitter o cualquier otra red social, hashtags como #EatTheRich o #TaxTheRich son el pan de todos los días. ¡Pero si la riqueza es producto de trabajo duro!, dicen unos, mientras otros responden que la única forma de solventar la inequidad económica sería con un buen steak de la espalda de Elon Musk con vino para acompañar.

¿Qué está pasando en el mundo para generar estos discursos sociales? Imaginemos el panorama actual. Primero, debemos escuchar cómo es que Elon Musk y Jeff Bezos hoy en día gritan: “¡Al infinito y más allá!”, mientras compiten en una carrerita para ver quién es pionero en el mercado del turismo espacial y quién funda primero una colonia en Marte. Del otro lado, científicos de todo el mundo se postran frente a edificios corporativos, en videos que han sido trending desde abril de este año, gritando con desesperanza que jamás hemos estado tan cerca de una crisis ambiental.

¿De dónde brota el discurso social que transformó la riqueza de algo envidiable —y parte del sueño americano— a un símbolo de desigualdad y disrupción social?, ¿cuál es nuestra responsabilidad al contribuir en la inequidad?, y ¿qué tan correcto es remitir a la crítica social? Hablemos, entonces, de los multimillonarios de la Norteamérica empresarial.

NO ES MUCHO, PERO ES TRABAJO HONESTO

¿Será cierto que la mayoría de los multimillonarios son legendarios self-mades? ¿Que solo con su inteligencia alcanzaron la riqueza? ¿Será que (como el clasismo lo dictamina) el pobre es pobre porque quiere? Por supuesto, se requiere un tipo de mentalidad, disciplina e inteligencia extraordinaria para llegar a ser un multimillonario, pero la descarada verdad es que usualmente estos hombres nacieron en condiciones que les permitieron potenciar sus habilidades —de haber sido desprovistos de ellas, jamás podrían haber alcanzado las oportunidades ni el éxito que han tenido.

Quizás en el mundo hubo muchos potenciales Jeff Bezos, pero solo él tuvo la suerte de haber nacido con los recursos suficientes (un préstamo de más de 200 mil dólares de su papá para invertirlos en Amazon, por ejemplo). Entonces, ¿qué otros ídolos del capitalismo self-made podemos desmitificar? Va una pequeña lista:

Elon Musk

El niño genio nacido en Sudáfrica (el país con más inequidad económica en el mundo, según el Banco Mundial) creció en la cuna de una supermodelo y un inversionista que, por años, tuvo acciones de una mina de diamantes. El préstamo de su padre de 28 mil dólares, las boarding schools en Europa y las conexiones fueron de mucha ayuda para el joven Musk, por supuesto.

Bill Gates

El nepotism baby más rico del mundo. El éxito de su empresa fue gracias a su madre, miembro de la junta directiva de IBM y quien le echó una manita al conseguirle un contrato millonario para Windows.

Mark Zuckerberg

El llamado reptiliano de las redes sociales ha sido representado como el poseedor de una inteligencia magnífica y calculadora que le ayudó a conseguir su imperio. Sin embargo, cabe resaltar que siempre fue a escuelas de élite y tuvo tutores de programación privados antes de fundar Facebook.

Ahora, ¿qué podemos decir de las donaciones de estos magnates y por qué estas no son tomadas en cuenta en la crítica contra su riqueza? Es aquí donde se revela la problemática que varios filántropos presentan. Muchas veces sus donaciones —por más ceros que contengan— suelen ir a las usuales instituciones de “legado”, como las cataloga el experto en desigualdad económica Chuck Collins, y simplemente contribuyen a las mismas universidades, los mismos hospitales o las mismas fundaciones. ¿Dónde quedan las problemáticas actuales? Son pocas las donaciones por parte de este grupúsculo a inequidades raciales, recursos para afectados por la pandemia, para evitar la violencia contra las minorías, apoyar a migrantes…

La realidad es que la mayor parte de los filántropos (entre los más conocidos están Melinda y Bill Gates) donan recursos a fundaciones de las cuales tienen control y de las que solamente se requiere que un 5 % de sus ingresos sean distribuidos a organizaciones humanitarias cada año. En otras palabras: los Gates ponen 10 dólares dentro de su propio cochinito filántropo y el gobierno les exige sacar 50 centavos de dólar al año para donarlos a fundaciones ajenas. Negocio redondo.

“I’M THE TAXMAN”

Vale la pena plantear cuestionamientos acerca de cuál es la realidad sobre las brechas económicas que el llamado 1 % ostenta. ¿No será que el surgimiento de los multimillonarios es un avance en la economía? Para plantearlo concretamente, lo podemos remitir al hecho de que, desde los años ochenta, en Estados Unidos el ciudadano promedio ha experimentado un 50 % más de ingreso anual.

El problema se ilustra mejor si lo contrastamos con el 400 % de incremento que los opulentos multimillonarios han experimentado a partir de entonces. Mejor explicado: un millón de segundos son 11 días. Mil millones de segundos son 32 años. Si tuvieras un millón de dólares y gastaras mil por día, se te acabaría en tres años. Mil millones de dólares, gastando mil al día, durarían 2,740 años. Así la vida de Elon, Mark, Jeff y varios más.

Además de la exorbitante diferencia de ingresos entre el 1 % y el resto de la población, otra fuente de inequidad que se resalta se encuentra en la cantidad considerablemente menor que los multimillonarios pagan en impuestos, en comparación con una persona cualquiera como tú y yo.

La realidad de los multimillonarios es que no obtienen sus ganancias a través de ingresos comunes como la mayor parte de la población. Más bien, sus recursos se adquieren a través de sus inversiones, basadas en la posesión de bienes raíces o en acciones compradas. Sin embargo, muchos de ellos no tienen que preocuparse por sus impuestos: aún si sus acciones les amasaron, digamos, un millón de dólares en un año, solo se les cobraría impuestos en el caso de que ellos vendieran alguna de las acciones de sus portafolios, cosa que no necesariamente tienen que hacer.

Así, debido a su vasto portafolio, pueden sacar, mediante préstamos del banco, cantidades determinadas de dinero proveniente de sus acciones sin la necesidad de venderlas, por lo que han pasado uno que otro año (varios, en realidad) sin pagar virtualmente nada de impuestos.

El multimillonario Warren Buffet, quinta persona más rica del mundo y sensei del holding empresarial, es una de las voces más importantes en dicha problemática y un ávido defensor en la lucha por el incremento de impuestos a los magnates. Es tan crítico del sistema económico actual, que en los últimos años se ha dedicado a señalar la inequidad como el asunto más grave para la sociedad —al punto que ha reportado que su secretaria paga más impuestos que él.

Los esfuerzos de Buffet han impulsado proyectos de ley que buscan regular la forma en la que los ricos pagan impuestos, promoviendo un discurso que encapsula las demandas colectivas detrás del popular hashtag #TaxTheRich. Sin embargo, ¿qué podrían estar haciendo los multimillonarios del mundo para ayudar con las disparidades económicas que dejan a tantos pobres y tan pocos ricos?

¿No será que se está demonizando a hombres que solamente han alcanzado su riqueza con base en esfuerzo honesto?

LA FELICIDAD AL ALCANCE DE UN CLIC

No quiero usar una balanza de “bueno” o “malo”. Prefiero cuestionar la eticidad que la riqueza, sus raíces y el lugar que los multimillonarios tienen en una sociedad cuyas brechas económicas se han incrementado.

Una buena introducción a la problemática actual se encuentra en la polémica figura de Jeff Bezos, el segundo hombre más rico del mundo (y a veces el primero).

¿Por dónde empezar con Jeffrey? Por su empresa, claro. Si hay algo en lo que Amazon ha resultado sumamente proficiente y que establece una de las problemáticas actuales más alarmantes del siglo 21 es saber cómo capitalizar efectivamente el deseo humano. Sin duda alguna, nuestra cultura del consumismo nos ha condicionado a esperar que nuestras “necesidades” (o aquellas que el mercado crea para nosotros) sean gratificadas de forma inmediata (sobre esto, no dejes de leer nuestro artículo en la página 74).

Es precisamente esta mentalidad la que ha impulsado a la megacompañía de Bezos a gestionar un ambiente laboral dentro de sus bodegas de empaquetado donde cada trabajador es esperado a desempeñarse con la eficiencia mecánica de un engranaje.

El lado muy negativo: Amazon es conocida por emplear tácticas de intimidación contra sus trabajadores y de evitar que se sindicalicen. Las infracciones por parte de las autoridades a la empresa de Bezos son de varios colores, sabores y montones, pero no han tenido el efecto suficiente: siguen los abusos a empleados que protestan que las medidas sanitarias en espacios laborales (sobre todo en pandemia) son ineficientes… o siguen existiendo supervisores que mandan correos con el título “Puedes dormir cuando estés muerto” a trabajadores que son obligados a cumplir metas imposibles, con horas extras y descansos mínimos (incluye verse en la necesidad de orinar en botellas).

ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

Lejos de Wall Street, Silicon Valley o de Marte, la realidad es que no toma mucha sagacidad darnos cuenta de que el mundo no es un lugar justo. Basta un dato del Word Inequality Report de 2022: la mitad de la población de México se encuentra en situación de pobreza, mientras que solamente el 10 % tiene acceso a la mayor parte de los recursos económicos.

Así como hay multimillonarios, hay muchos países en desarrollo (eterno) que se enfrentan a tasas de pobreza alarmantes. Quedaría satisfecho si dejo en el aire la posibilidad de ponderar que el privilegio, en cualquiera de sus diferentes formas, jamás terminará de ser un crimen sin víctimas y, quizás, en cuestión de cómo podemos aportar nuestro granito de arena, sería una ínfima nobleza personal reconocer la realidad sobre los beneficios y las consecuencias que nuestros privilegios provocan.

Tal vez nos demos cuenta de que algunas oportunidades estarán siempre construidas sobre las que algunos jamás tendrán y que, al fin y al cabo, de nada sirve felicitar al que ya tiene de más.