ARQUITECTURA PARA LA INCLUSIÓN

Por Rosaura G. López, directora del Programa de Arquitectura de la Universidad de Monterrey.

Hablar de empatía en la arquitectura es hablar del camino hacia la sensibilidad, del reconocimiento de las necesidades inherentes de la propia diversidad del ser humano y, asimismo, de cómo estas son atendidas a través del diseño. Para entender la arquitectura, esta debe cumplir con los tres principios estipulados por Vitruvio en su tratado De architectura. Es decir, debe contar con el elemento de venustas o belleza, firmitas o firmeza, y utilitas o utilidad. Pese a que esta disciplina es reconocida como una de las Bellas Artes, permite dimensionar el impacto en las emociones y percepciones de las personas mediante algo tangible y material.

La arquitectura no solamente responde a lo estético, sino también a todo aquello que se puede sentir y experimentar. Al cumplir estas premisas, se puede generar un impacto positivo en la sociedad y el contexto en la cual se ejecuta. El japonés Tadao Ando, quien diseñó nuestro Centro Roberto Garza Sada, en alguna ocasión dijo que la vida de los seres humanos puede ser dirigida por la arquitectura y esta es una gran responsabilidad a la cual atender desde una perspectiva ética y moral, no solo visual.

Pero, ¿qué ha pasado a lo largo de la historia? ¿Realmente podemos decir que la arquitectura es útil para todas y todos? Te invito a que salgas cinco a diez minutos a recorrer tu entorno más cercano. ¿Consideras que está pensado para todas las personas? Posiblemente te des cuenta de que falta mucho para cumplir con los tres principios de la arquitectura. Banquetas en estado deplorable, iluminación que genera sensación de inseguridad, nula señalización para facilitar la orientación, sendas sin vegetación o sombra, calles en pésima situación. Puede sonar negativo, pero es la realidad a la que nos enfrentamos día a día, aunque no sea justa ni digna.

Estas situaciones, afrontadas desde la perspectiva de la mujer, de las infancias o de algún grupo vulnerable, demuestran que la arquitectura continúa teniendo un papel fundamental para poder cambiar nuestras vidas. Esta realidad no exime el hecho de que, desde hace años, se trabaja y lucha en favor de la equidad e inclusión, y claramente nos lleva a pensar que el futuro puede ser mejor. En este texto, compartiré brevemente lo que algunas mujeres han hecho por evidenciar las carencias de la integración plena y justa en el contexto social, pero también en el entorno construido. De manera que se tomen como inspiración para generar una metamorfosis en nuestro pensar, sentir y actuar como sociedad. La arquitectura requiere una escucha constante, la observación y comprensión de las diferencias y particularidades del “otro”, para poder crear entornos seguros y para todas las personas, respetando sus individualidades.

Parto desde las inquietudes de dos grandes autoras feministas que han sido parteaguas del cambio: Christine de Pizan y Simone de Beauvoir. De forma breve, sus ideales convergen en la diversidad y pluralidad del ser mujer, en la otredad, pero sobre todo en la fuerza e inteligencia de las mujeres para conformar una sociedad. Christine, en su visión y sentir humanista, escribió en 1405 el libro La ciudad de las damas, donde presentó distintas figuras y esencias de mujeres que convivían en esta ciudad utópica. Las mujeres descritas poseían características que van formulando este entorno y que muestran cómo cada una de estas particularidades conforman un todo integral y fortalecido, dando voz a las necesidades de las mujeres traducidas a una ciudad. Por otro lado, Beauvoir, filósofa y activista feminista, propone, en El segundo sexo, realizar una analogía similar a la anterior autora, donde concibe a la mujer desde distintos ámbitos, en la intención de exigir la igualdad de derechos.

Ahora bien, la brillante Jane Jacobs, en su libro The Death and Life of Great American Cities, precisó una fuerte crítica al diseño urbano que sucedía en los años cincuenta y que, a su vez, hacía evidente la violencia propia de las ciudades a razón de su distribución espacial y características. En él estableció propuestas como los llamados “ojos en la calle”, con la intención de erradicar la problemática existente en los espacios públicos. Jacobs, muchísimos años después de Beauvoir y de Pizan, continuó abogando por la diversidad de las personas, aunque desde el diseño y el espacio público.

Me parece importante hacer mención a la labor en tiempos modernos de Kat Holmes en favor de la inclusión mediante la creatividad. En su maravilloso libro Mismatch, la autora y anterior directora de Experiencia del Usuario de Google, hizo notar que la exclusión se genera principalmente por un desapego y desconocimiento de nuestras particularidades. De esta manera, la arquitectura juega un papel fundamental en el incapacitar del ser humano, por lo que definitivamente nuestra profesión tiene una gran responsabilidad y obligación de actuar hacia el cambio, haciendo eco de las premisas propias del diseño.

Es pertinente dimensionar la relevancia de reconocer nuestras diferencias y cómo la arquitectura puede ser un medio irremediablemente tangible y catalizador de la apertura a la inclusión en todas sus dimensiones y espectros. La accesibilidad física, mental y emocional de todas y todos puede darse de la mano de los espacios, en función de una sociedad equitativa en oportunidades y aspiraciones. Indudablemente, el camino del diseño tiene aún mucho por recorrer, pero avanzamos con paso firme para lograr el futuro que todas y todos esperamos y anhelamos.