¿Cómo funcionamos como storytellers para seguir adelante?
Por Nayeli Carolina Garza Leal
Estamos rodeados de historias. ¿No te ha pasado que un rumor está en boca de todos? Por ejemplo:
—¿Oye, viste que Sandra se cambió de universidad?
—Yo escuché que había plagiado una parte de su tesis.
—Sí, a mí me dijeron que cometió deshonestidad académica y la expulsaron.
Cosa de todos los días. La novelista Lisa Cron afirma que nuestro cerebro está biológicamente preparado para recibir historias. Es placentero y no es por casualidad, sino porque se debe a una reacción química de nuestro cerebro. El escritor Robert Burton dice que nuestro cerebro se siente obligado a dar una explicación cuando encuentra una relación entre dos o más cosas.
Por ejemplo: no encuentras tu celular por ninguna parte y recuerdas que la última vez que lo viste estabas en un café. Regresas y el celular no está donde lo dejaste. ¿Qué relación hay entre el celular y el café? ¿Qué relación hay entre el celular y las personas que estaban ahí? Comienzas a especular, a formar una historia: ¿quizás el chico que estaba a un lado y que tenía aspecto misterioso se lo robó?. De aquí surgen las historias que nos contamos a nosotros mismos.
Por naturaleza, el cerebro busca una respuesta cuando se le presenta una pregunta. De hecho, la mayéutica socrática, un método educativo creado por Sócrates, se basa en hacer preguntas y cuestionar a una persona para descubrir su verdadero conocimiento.
Cuando creamos una historia en nuestra mente, se podría decir que “conectamos las piezas”, sentimos que nuestra explicación es correcta. Lo anterior activa una parte en nuestro cerebro conocida como el sistema de recompensa. Esta parte se extiende desde nuestro sistema límbico, encargado de las emociones, hasta nuestra corteza prefrontal, responsable de las funciones ejecutivas. Este sistema fue desarrollado en 1950 por James Old y Peter Milner gracias a un experimento con ratas. Ambos concluyeron que somos capaces de ignorar nuestras necesidades básicas de supervivencia por emociones tan intensas que activan nuestro sistema de recompensa. Al activar ese sistema se genera dopamina, la hormona del placer, y tiene el mismo efecto que las adicciones: lo queremos repetir, reforzar.
Es similar a la teoría del aprendizaje que propone Donald Hebb, psicólogo canadiense, donde al momento de haber una conexión neuronal (sinapsis), ocurre el aprendizaje. El placer que origina esa conexión, ese sentimiento familiar de “conectar las piezas”, provoca que lo repitamos.
Vivimos de historias
Joan Didion, escritora y periodista estadounidense, establece en su libro The White Album (1979) que vivimos de historias. Interpretamos las imágenes que vemos y entre una variedad de múltiples opciones de historias fabricadas por nosotros, seleccionamos la que nos funciona mejor. El storytelling nos ayuda a navegar por nuestras vidas. ¿Por qué? Porque nos apoya en la toma de decisiones. Lee Roy Beach, autor del libro The Psychology of Narrative Thought (2010), expone que las historias que nos contamos a nosotros mismos explican el pasado, el presente y el futuro.
Es así como al escanear nuestros posibles resultados o consecuencias a futuro, analizamos cuál opción se acerca al resultado más deseable, y es así como tomamos nuestras decisiones. Por ejemplo, tu carrera a elegir. Comienzas con el típico “si estudio Medicina podré ser un doctor exitoso y ponerme al servicio de los demás, aunque me imagino lo pesado y tardado que será. Por otro lado, si estudio Derecho, me llevará menos tiempo, pero también podré ayudar a los demás, ejerciendo como abogado”. Te proyectas y te imaginas cómo te verías en un futuro. Te cuestionas qué es lo que realmente quieres; al final, tomarás una decisión e iniciarás tu proceso de inscripción.
Burton señala que lo que la ciencia no puede explicar, nosotros lo explicamos con historias. Hay cuestiones mucho más complejas que nos llevan a contar historias para darles sentido. La misma ciencia está basada en el storytelling, sin embargo, la ciencia nos salva de que esas historias sean falsas o estén equivocadas. ¿De qué forma? Con las hipótesis.
Si recuerdas el método científico, las hipótesis son afirmaciones basadas en observaciones que intentamos confirmar o desmentir a través de la experimentación. En la ciencia se hacen historias (o hipótesis) y se ponen a prueba. Los científicos toman una afirmación que deben de comprobar con experimentos, posteriormente se valida o invalida y se revisa con otros científicos. Esto es conocido como peer checking. Todo lo anterior con el objetivo de asegurarnos de que esas historias (hipótesis) que recogimos sean ciertas o desmentidas, dependiendo del caso.
Tu imaginación revolucionada (para mal)
A pesar de las razones mencionadas que nos ayudan a salir adelante, no siempre nuestras historias son buenas. Debemos de tener cuidado con las suposiciones. A veces, nuestro cerebro busca su recompensa de dopamina al completar o crear una historia y pasa por alto las “incongruencias” o “cosas incompletas”.
El hecho de no poder realizar una predicción, o en este caso, una historia, reduce la generación de dopamina en nuestro cerebro. Otro ejemplo: hoy pasaste por la universidad y viste a tu amiga a lo lejos y, aunque hacen contacto visual, ella no te saluda. ¿Será que está enojada? Empiezas a crear historias en tu mente: “De seguro se enojó porque no la invitamos ayer al cine”. Debido a esa historia que creaste, la evitas, pero ¿qué tal si esa vez tu amiga no te saludó porque no traía los lentes de contacto puestos y no pudo reconocerte?
Las historias son inherentes al ser humano. Tener una historia completa que explique algo y que haga sentido genera dopamina en nuestro cerebro. Por eso lo repetimos constantemente. Cuando fungimos como storytellers, nuestras narraciones internas nos ayudan a tomar decisiones y a comprobar o desmentir hipótesis. Pero ten cuidado: a veces actuamos frente a suposiciones que, al final, son solo eso: historias creadas por nuestro storyteller interno.