El arte en el futuro: los cambios de la pandemia
Hay un mundo antes del coronavirus, otro con él… y uno después del virus. Compartimos este amplio lugar entre nosotros, pero también con la memoria de aquellas personas que irremediablemente lo han dejado atrás. Entre los acontecimientos recientes, surge la dolorosa consciencia tanto de un sinnúmero de vidas perdidas, como de múltiples formas de vivir involuntariamente transformadas.
Todos estos sucesos nos arrojaron a un lugar que aún se encuentra al rojo vivo en la exploración de sus nuevos límites. ¿Qué implicaciones ha tenido esto para la imaginación, producción e institucionalización del arte?
Hace casi un año, en una entrevista para Las Artes Monterrey junto al artista Marco Treviño, platiqué sobre la posibilidad del arte producido en pequeños espacios, exposiciones virtuales, arte scrolleable, visitas de estudio live, arte en .pdf y un gran etcétera de cosas que en este año cumplieron hasta su última promesa.
Cada formato o medio distante, transferible, portátil o personal fue de alguna manera explorado en la expresión y la emisión de significados para el arte. Considero que el empleo de estas alternativas llegó a nuestros días con un costo: el profundo desgaste de su relevancia y la redundancia de sus alcances.
LA PANDEMIA, LA PARÁLISIS… ¿Y EL NUEVO MUNDO DEL ARTE?
Hicimos de todo y compartimos de todo para mantener la cabeza fuera del agua en un momento en el que básicamente el mundo del arte, incluido su mercado, se paralizaron al punto de la muerte. América Latina fue una de las regiones más azotadas por esta parálisis y muchas de sus instituciones más conocidas, como sus ferias de arte y sus museos, cesaron sus dinámicas habituales muchas veces de manera definitiva.
En México, varios museos cerraron sus puertas, postergaron sus programas de exhibición o entraron en procesos de remodelación. Ejemplos de estas situaciones son la Sala de Arte Público Siqueiros o el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca. El Museo Tamayo en la Ciudad de México tomó este momento para iniciar remodelaciones. Por su parte, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la Universidad Nacional Autónoma de México optó por entrar en la virtualidad, cerrando las puertas de su espacio físico hasta hace apenas unas semanas. El MUCA Roma, también de la UNAM, no corrió con tal suerte, y su recinto decidió cerrar operaciones de manera definitiva. En el sector privado, el Museo Jumex canceló su programación internacional original y la readaptó bajo una serie de exposiciones breves de artistas locales y contenido web, a la par que el Foto Museo Cuatro Caminos cerró permanentemente.
Aun con el deslumbrante proyecto Chapultepec: Naturaleza y Cultura, la UNESCO recientemente advirtió que México redujo entre el 60 y 80% el presupuesto destinado a sus museos públicos durante este periodo, convirtiéndolo en uno de los países más afectados en este rubro.
En lo que al mercado del arte respecta, otras cosas han ocurrido. Recientemente se rehabilitó en la Ciudad de México la Semana del Arte de Zona Maco, una red de exposiciones situadas en distintos puntos de la ciudad sin la presencia central de la otrora feria física. En Monterrey, la feria de arte FAMA, que se ha centrado en apoyar arte accesible producido por artistas jóvenes, ha tenido también dos momentos: una feria virtual durante finales de 2020 y recientemente un showroom físico en el que puede encontrarse obra representativa de las y los artistas seleccionados. Parece que la flexibilidad y multiplicidad de las operaciones juegan a favor de la supervivencia de las iniciativas artísticas comerciales.
NF(uturo)TS
De cualquier manera, el mercado del arte, tal como sus demás instituciones, quizá jamás vuelva a ser el mismo. No hay nada que temer en esto. El verdadero desastre sería más bien advertir que, bajo tanta presión, incertidumbre y dolor, el tejido del mundo del arte siguiera siendo igual. No considero que sea el caso. Entre cambios deseables e indeseables también hay una coexistencia de las nuevas intenciones con los antiguos intereses. El mundo del virus sigue siendo profundamente desigual, pero está más conectado que nunca. Entre la aparición de todo tipo de interacciones comerciales en red, algo que ha ocupado el tiempo de más de uno durante los últimos años ha sido la especulación de lo que hoy en día conocemos como criptomonedas.
En meses recientes hemos escuchado continuamente, quienes estamos en contacto con la producción artística, el término NFT (Non Fungible Token), o como ya se les conoce en español, criptocoleccionables.
Existen desde hace años, pero no es hasta ahora que hemos comenzado a leer sobre ellos en los medios. La mayor razón de esto, como ocurre comúnmente, ha sido la súbita posibilidad de comprarlos y venderlos a precios desorbitantes. ¿Qué es un NFT? Un elemento no fungible. Lo fungible, tal como es el caso de las divisas, es aquello que se gasta con el uso y cuya relación de intercambio es esa.
Un bien no fungible no se extingue o se transforma en su intercambio, y de alguna manera, esto lo hace único e irrepetible. En realidad, el concepto de intercambio no aplica exactamente a sus operaciones, pero puede ser adquirido a cierto precio. En el mundo digital, este precio se calcula en criptomonedas (no dejes de leer el artículo sobre criptomonedas en la página 68). Es decir, puedo usar criptomonedas para pagar un criptocoleccionable.
Una foto en .jpg, un videojuego, un video digital, un meme, una obra de arte digital, un programa, publicidad, fotos de celebridades, arte autogenerado y un largo largo etc. pueden ser convertidos en NFTs. Como menciona el artista Brad Troemel en ‘The NFT Report’, están rodeados de jerga digital y conceptos antintuitivos, pero en realidad representan un elemento de propiedad y de establecimiento de la escasez para un bien que en el arte conocemos desde hace cientos de años: un certificado de autenticidad e historial de propietarios para una obra, la que sea que esta sea.
No hay que sorprenderse que la primera venta de NFT superó las decenas de millones de dólares (una obra de Beeple) en la renombrada casa de subastas Christie’s. Lo que los NFTs permiten, más que otra cosa, es la introducción, en el mercado de los bienes de lujo, del esquivo objeto digital. Troemel observa con precisión que el mercado del arte tradicional, con sus constantes árbitros del gusto, culto al coolness e instituciones excluyentes, falló durante años en atraer la atención, y sobre todo el dinero, de la gente de la tecnología a nivel global.
¿UN MEME POR MILLONES DE PESOS? SÍ
Todos hemos visto un meme. Su valor no está condicionado al conocimiento específico de una tradición, experiencia estética o capacidad material. Su valor está relacionado con su viralidad y su capacidad para ser entendido y comprendido masivamente. La creadora original de un meme o quien sea que aparezca en esa sencilla imagen puede decidir finalmente cobrar por ello: vender al mejor postor un NFT de dicha información, otorgándole al mismo tiempo el estatus de observador cero, posesión de una imagen que vale justo porque posee millones de copias.
Como en cualquier mercado de artículos de lujo, todos los controles y manipulaciones aplican: los grandes coleccionistas de NFTs son también inversionistas en tecnología del blockchain y en criptomonedas. Es un negocio redondo… pero hay que añadirle un vasto consumo energético en procesamiento computacional que se traduce en probables daños al medio ambiente —para mí, pocas cosas menos novedosas que un negocio redondo que utiliza toneladas de energía para funcionar.
ARTE AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
La curadora y educadora Sarah Urist Green lo tiene clarísimo: pese a todas nuestras demandas, necesidades y obsesiones, las instituciones del arte y, sobre todo, el mercado del arte, no son el arte.
La tecnología que tenemos disponible no es solo el blockchain de NFTs, sino también nuevas maneras de construir redes y distribuir nuestros recursos (pienso en quien comenzó a vender sus dibujos a través de Instagram para curar a su gatita o ayudar a su familia; cuentas de Instagram en las que followers y amigos pudieron convertirse en patronos instantáneos de un proyecto artístico o cultural).
Creo que esta energía renovada puede servirnos para reinsertar nuestras intenciones artísticas donde creemos que tienen más sentido. Perder el miedo a comprar arte accesible para apoyar a los demás o a armar un seminario a distancia con gente que nos interesa. Perder el miedo a enviarle nuestra obra a aquella persona que siempre hemos querido que la vea. Perder el miedo a hacer esa obra en primer lugar, aquella cosa que debe dejar de esperar para siempre y encontrar su lugar en el mundo.
En nuestra conversación, Marco Treviño y yo pensábamos en un proverbial arte nuevo. Mucha gente considera que ese arte nuevo es el que está siendo encriptado en NFTs mientras escribo estas líneas. Me gustaría hacer un par de precisiones: considero que, para quien lo produce, todo el arte es siempre nuevo y siempre renovador. La tecnología siempre ha estado disponible para la creación, así como los mercados para la comercialización.
Más que adentrarnos en las numerosas crisis institucionales del arte durante la pandemia, me gustaría concluir con una reflexión sobre los nuevos vectores hacia los que puede disponerse el pensamiento. Aquellos sitios lejanos, todavía pendientes, que desde ahora nos exigen ponernos a nuevas alturas para considerar las soluciones a los problemas que nos trajeron a esta vulnerable situación en primer lugar.
¿Qué arte realmente queremos hacer? ¿Con quién queremos compartirlo? En medio de una globalidad tambaleante, estas preguntas son de primer orden. Si la vertiginosa tecnología del comercio o las pesadas estructuras institucionales son capaces de ayudarnos a responderlas en la micro y macro escala, aún está por verse.