El dibujo de una mejor realidad: El Taller del Colibrí

Sara fundó el proyecto con una sola intención: compartir con otros la pasión por el arte. Es su sueño desde pequeña y creía que los niños que tenían talentos artísticos e inquietudes por desarrollarlos podrían beneficiarse.

Al estudiar, notó que muchos niños tenían limitaciones en su desarrollo personal por temas sociales, familiares o económicos. Por lo mismo, creó un espacio que fuera seguro y cómodo para el arte terapia, que desarrollara habilidades psicomotoras, cognitivas, sociales y académicas para niños y adultos mayores. ¿Por qué estos dos grupos de personas? Porque saben que el enfoque del servicio los puede dejar fuera de forma inconsciente bajo ideas de “estás muy chiquito y no entiendes” o “estás muy grande y ya es difícil”.

La misión de El Taller del Colibrí es enriquecer el conocimiento de sus participantes para lograr un crecimiento emocional, mental y social a través de una experiencia transcendente y, a la vez, que ellos y ellas se vuelvan un ejemplo en su comunidad.

Sara no recorrió el camino sola. Contó con el apoyo de Esther y Rebeca, que le ayudaron a desarrollar el proyecto. Para Esther, fue una coincidencia perfecta cuando encontró este taller. Ella buscaba cómo aportar, pero no sabía dónde, cuándo ni cómo hasta que dio con esta iniciativa. En el caso de Rebeca, ella siempre recurrió al arte cuando necesitaba enfrentar las dificultades de la vida y conocía su poder sanador. Cuando conoció a Sara, solamente pudo pensar: “Yo quiero ser parte de esto”.

Esther y Sara aprendieron sobre transformación social en el programa “Formar Para Transformar” de la UDEM, de la mano de expertos en la materia. Uno de sus mentores una vez les dijo que lo mejor es “no quedarse con un solo arbolito, sino que hay que ver todo el bosque”. Ellas buscan entender el contexto de lo que se está viviendo, ampliar su panorama y comprender cómo pueden solidarizarse con las personas y conectar con su comunidad. Evitan caer en ser agentes externos que llegan a dar la solución sin involucrarse. Saben que sus resultados se han logrado gracias a la conciliación de la comunidad.

¿Qué las inspira? Para Rebeca, el ser “una semilla”. Para Esther, la capacidad de la música de transcender fronteras y lenguajes que también ve en el arte, una forma de comunicarnos y entendernos a kilómetros de distancia. Para Sara, la simple maravilla de que el talento puede venir de cualquier lugar, como lo dice Antón Ego en Ratatouille (2007): “El mundo suele ser cruel con el nuevo talento; las nuevas creaciones, lo nuevo, necesitan amigos… no cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lado”.

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