El mindfulness entra también por la boca

Seguro has escuchado (o pensado) que “el cine no es cine sin palomitas” en la fila de la dulcería, frase que antecede la compra de un súper combo de palomitas tamaño familiar, hot dog con tocino y dos vasos grandes de refresco. Apenas va la mitad de la película y ya nos escabullimos rápidamente para aprovechar nuestro refill gratis de Coca-Cola.

Otro escenario: es un día gris y lluvioso, hace frío y estamos en casa. Qué mejor que aprovechar el momento con una película boba en la tele, una cobija de tigre, un chocolatito caliente y un pan dulce para sopear. Con ese ambiente de bajas temperaturas, difícilmente (casi nunca) pensamos en un vaso de pepinos y jícamas con limón y chile.

Tanto el súper combo en el cine mientras te apantallas con Tenet, como el chocolate Abuelita, concha y película en tu sala, son consumos influenciados por el momento o por nuestras emociones, lo contrario a alimentarnos con plena conciencia. Y son consumos aunados a costumbres y ritmos sociales, y a las tácticas del mercado que las rigen.

La búsqueda de la perfección

En nuestros primeros años de vida, “conocíamos” por instinto nuestra capacidad de ingesta: teníamos hambre, buscábamos saciar nuestra necesidad (llorábamos para llamar la atención de que necesitábamos alimento) y comíamos. Cuando se nos quitaba el hambre, simplemente dejábamos de comer.

Con el paso de los años, empezamos a olvidar ese instinto de ingesta y dejamos de poner atención a nuestras necesidades básicas de alimentación, desatendemos lo que el cuerpo nos pide y, por lo regular, lo sobrealimentamos (como con el súper combo en el cine).

En infinitas ocasiones, empezamos a comer sin tener hambre. Estamos aburridos, estresados, sufrimos depresión, nos achaca la ansiedad. A esto sumémosle nuestra propia concepción de perfeccionismo (muy ligada desde hace varias décadas al cuerpo); una posible baja autoestima y la poca o nula tolerancia a la frustración; un pasado con episodios desagradables; un futuro incierto, y nuestro intenso estilo de vida, lleno de estrés, con desórdenes alimenticios a la orden del día.

Todo esto ocasiona que no atendamos lo que el cuerpo realmente necesita en el presente y caigamos en problemas de sobrepeso, obesidad y en salidas fáciles, como son los tratamientos agresivos para la pérdida de peso —que suelen ser contraproducentes, porque eventualmente se recupera el peso perdido (y hasta con algunos kilos extra), lo que conlleva a una sensación de malestar, junto con posibles efectos adversos para la salud.

Las virtudes del Mindful Eating

Una mejor alternativa y que se lleva muy bien con nuestro estilo de vida sin frenos es la alimentación consciente —también conocida como Mindful Eating—. Nos ayuda a estar en el presente y, además, nos enfila a tomar las decisiones que mejor se nos adapten en el momento, por lo que la pérdida de peso sería una consecuencia secundaria al reflejo de una buena salud (¡más importante!).

El Mindful Eating es el arte de comer despacio, poniendo atención plena en la ingesta de los alimentos, con una conciencia que nos permite observar las reacciones de nuestro cuerpo (en qué momento necesitamos comer, cómo distinguimos los alimentos que nuestro cuerpo precisa de los que no), y parar una vez que nuestro cuerpo está satisfecho.

Esta disciplina requiere de un entrenamiento, el cual nos permitirá estar conscientes de todo lo que está relacionado con el proceso de alimentación como, por ejemplo, las creencias ante determinados alimentos, las porciones, los beneficios o prejuicios que nos pueden originar. El entrenamiento constante nos ayuda a crear hábitos saludables que podemos aplicar toda la vida, además de algo muy importante: autoconocimiento para distinguir de un hambre verdadera a un simple antojo de opciones para nada saludables (como el chocolatito caliente debajo de una cobija).

Existen desencadenantes ambientales como la publicidad invasiva. Con mensajes de “¡destapa tu felicidad!” y “llena tus vacíos”, la industria alimentaria lanza alimentos ultra procesados —aquellos sin nutrimentos frescos, que son elaborados para reemplazar comidas completas y que contienen altos niveles de azúcares, sal, aditivos, colorantes y conservadores— y engaña a la gente con anuncios que rayan en lo exagerado para beneficio del producto, como una modelo comiendo una generosa hamburguesa doble (con extra queso y extra aros de cebolla). Otros desencadenantes están más interiorizados, como el sonido cuando abren unas papitas, el olor a mantequilla en la sartén o el horario de la comida al mediodía. También existen desencadenantes internos o mentales, como la confusión entre hambre con antojo o sed, las ganas de querer un determinado alimento, las típicas frases “mañana empiezo la dieta” o “aquí te celebramos con una buena cena”.

Además de conocer más a profundidad la alimentación basada en mindfulness, te propongo conocer las señales de tu cuerpo, para que sepas cuando estás en modo “automático” y tu relación con la comida es de forma inconsciente. Un consejo para lograrlo y reforzar el modo “consciente” es tener un diario en el que escribas la cantidad y el tipo de comida que estás ingiriendo, ¡te vas a sorprender! Este esquema te ayudará, tal vez, a no comerte esa barra de chocolate o esa bolsa de papas de carrito con limón, sal y chile.

La autora es Directora de Programa y Departamento de Nutrición UDEM.