El viaje de los 40 días

Por Néstor Moctezuma, colaborador UDEM en Dirección de Espiritualidad Universitaria para el Servicio

Generalmente asociamos los viajes con vacaciones, momentos de relajación, de consentirnos y disfrutar a la familia. Nos centramos en nosotros mismos y nuestras necesidades, lo cual es justo y necesario. Pero lo que rara vez hacemos es preguntarnos, ¿qué me dejó este viaje? ¿Soy la misma persona? ¿Hubo un cambio en mí? ¿En qué me ayudó o perjudicó?

Crédito: Fotografía de Galen Crout en Unsplash.

Parker Palmer dice que “el cuidado de uno mismo jamás es un acto egoísta; es simplemente la correcta administración del único don que tenemos, el regalo que poseo para ofrecérselo a otros y por el cual fuimos puestos en la tierra”. La cuaresma es una travesía de cuarenta días que nos propone el calendario cristiano; un pasaje que año con año nos invita a prepararnos espiritualmente para la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo durante la Semana Santa. 

Desde tal perspectiva, este tiempo fue un regalo, porque de manera intangible se generó una atmósfera de sensibilidad en el ser humano que nos incitó a reflexionar, a soltar las cargas pesadas que llevamos y, sobre todo, a tener una experiencia personal de Dios.

¿Por qué es importante este tiempo para nosotros? Porque cuanto más nos conocemos, más comprendemos nuestros orígenes. San Agustín en sus Confesiones dice: “¿Cómo puedes acercarte a Dios cuando estás tan lejos de ti mismo?” Y oró diciendo: “Señor, permíteme conocerme a mí mismo para que pueda conocerte a ti”.

Crédito: Fotografía de Daniil Silantev en Unsplash.

Cuando realicemos un viaje como este, ¿qué equipaje (actitudes) nos conviene llevar?

  • Humildad: Para reconocer que nuestra plenitud se encuentra en el encuentro con el otro.  
  • Introspección: Momentos de soledad y silencio para escuchar nuestros pensamientos. 
  • Oración: La clave para comunicarnos, “cuando yo escucho, Dios habla”.
  • Solidaridad: El que no vive para servir, no sirve para vivir.  
  • Paciencia: Aprendamos a vivir y aprender del proceso que estamos viviendo. 
  • Alegría: La consecuencia de tener una experiencia personal y cercana con Jesús.

En su libro Espiritualidad Emocionalmente Sana, Peter Scazzero menciona que: “La verdadera intención de Dios es que nuestro ser más profundo y verdadero, que él creó, alcance libremente su plenitud mientras lo seguimos”. 

Les deseo que en el viaje que hicimos de la cuaresma hayamos podido encontrar la intención que nos permitió llegar a la Semana Santa, con quien aún nos espera y vivir con Él su pasión. Terminemos el mes reflexionando sobre el porqué de su muerte y quedémonos con el resucitado, Jesús, el que vive, hoy mañana y siempre.