¿Hoy o mañana? El dilema eterno de la procrastinación

Por Brenda Muñoz Muñoz, redactora institucional UDEM

Seguramente te ha pasado. Te encargan un proyecto especialmente laborioso y debes realizarlo durante la semana y concluirlo antes de la fecha de entrega. Te propones empezar el lunes pero, cuando llega el momento, estás tan a gusto viendo las stories de tus amigos en Instagram, que mejor sigues en el celular hasta que llega la noche —“al cabo que todavía hay tiempo”—. Entonces, el martes. Sin embargo, ese día habías dicho que querías ponerte al corriente con la serie que todo el mundo está viendo en [inserta aquí tu plataforma de streaming favorita]. Bueno, “mejor el miércoles”… aunque, pensándolo bien, todavía te falta seguir con la lectura del libro que compraste la semana pasada y sacar a pasear al perro. Y como tiempo es lo que sobra, no hay problema si comienzas el jueves. ¿O qué tal el viernes? Total, ¿qué tanto te puedes tardar? Y antes de que puedas darte cuenta, se vuelve realidad el peor de los escenarios: llega el domingo por la noche, no tienes nada (¡NADA!) hecho y el proyecto se entrega al día siguiente.

¿Ahora qué? Si hubieras comenzado hace días, ya tendrías todo listo. Ni de chiste terminarás de redactar el trabajo en una noche, y ni hablar de lo que todavía te falta por investigar, conseguir las fuentes… y tenías que sacar información de unos libros que necesitabas de la biblioteca porque no están disponibles en internet. ¿Cómo se supone que puedas avanzar de esta manera? Además, ya son las 12 y cacho de la media noche y mañana debes levantarte a las 6:00. Y aquí es cuando comienza el pánico.

Quizá no te ha ocurrido (todavía) algo tan catastrófico como lo planteado, pero ¿qué tal con tareas más pequeñas y, en apariencia, sencillas? Sacar la basura, por ejemplo, antes de que pase el camión. Lavar los trastes que ya sabes que tu mamá te va a pedir. Regar tus plantas para que no se marchiten. Pagar el recibo de la luz para que no te la corten. Encargarte de la creciente plaga de cucarachas en la cocina para evitar que invadan tu casa.

Cada una de estas acciones, por grandes o pequeñas que parezcan, si no se efectúan en el plazo correspondiente, generan consecuencias negativas que repercuten en tu día a día. Y sucede que, pese a ser completamente consciente de las consecuencias, sueles dejar ciertas tareas para después (tus razones tendrás). ¿Y sabes qué? A todos nos pasa lo mismo. Aplazamos nuestras responsabilidades en mayor o menor medida y a esta tendencia se le llama procrastinación.

Por su parte, Timothy A. Pychyl, profesor del departamento de Psicología en la Universidad de Carleton, opina que la dilación es una parte necesaria de la vida. Así como lo lees. La procrastinación, a diferencia de otras formas de dilación, consiste en abandonar voluntaria y deliberadamente una acción que íbamos a realizar aun sabiendo que podemos llevarla a cabo ahora. Nada nos impide actuar en el momento indicado salvo nuestra reticencia a hacerlo. Las psicólogas Candy Atalaya y Lupe García coinciden, en su artículo “Procrastinación: revisión teórica”, (2019) en que la procrastinación puede ser comprendida como el aplazamiento voluntario de los compromisos personales pendientes, a pesar de ser consciente de las consecuencias negativas.

Todo claro hasta el momento, ¿no? Como podrás darte cuenta, lo que tienen en común estas definiciones es que la postergación es un acto que se realiza a voluntad. Todo el tiempo eres consciente de que estás dejando esa actividad para después y eso, precisamente, es lo que te tortura. Saber que, entre más tiempo dejas pasar, más microscópica se vuelve la posibilidad de que puedas concluirla para la fecha en que la requieres.

Dejar para mañana lo que bien puedes hacer hoy… ¿o cómo era?

Si consultas en el diccionario, encontrarás que la palabra proviene del latín procrastinare y significa diferir o aplazar. Ahora bien, profundizando un poco más en el tema, Nicolás Campódonico, director de Programas de Posgrado en Psicología Clínica en la UDEM, ofrece una explicación mucho más extensa: para él, procrastinar es “postergar actividades planificadas y puede considerarse como una dinámica instalada en la conducta de las personas que constantemente lidian con el conflicto de gestionar el tiempo para lograr un objetivo”. También manifiesta que esto, a mediano y largo plazos, produce consecuencias indeseables en distintas esferas de la vida, especialmente la académica o la laboral.

Por su parte, Timothy A. Pychyl, profesor del departamento de Psicología en la Universidad de Carleton, opina que la dilación es una parte necesaria de la vida. Así como lo lees. La procrastinación, a diferencia de otras formas de dilación, consiste en abandonar voluntaria y deliberadamente una acción que íbamos a realizar aun sabiendo que podemos llevarla a cabo ahora. Nada nos impide actuar en el momento indicado salvo nuestra reticencia a hacerlo. Las psicólogas Candy Atalaya y Lupe García coinciden, en su artículo “Procrastinación: revisión teórica”, (2019) en que la procrastinación puede ser comprendida como el aplazamiento voluntario de los compromisos personales pendientes, a pesar de ser consciente de las consecuencias negativas.

Todo claro hasta el momento, ¿no? Como podrás darte cuenta, lo que tienen en común estas definiciones es que la postergación es un acto que se realiza a voluntad. Todo el tiempo eres consciente de que estás dejando esa actividad para después y eso, precisamente, es lo que te tortura. Saber que, entre más tiempo dejas pasar, más microscópica se vuelve la posibilidad de que puedas concluirla para la fecha en que la requieres.

La razón de postergar

¿Por qué procrastinamos? ¿Será que procrastinar me vuelve una persona floja? ¡Claro que no! Aunque parezca difícil de creer, la procrastinación no tiene nada que ver con la ociosidad y muchos profesionales de la salud coinciden en que se relaciona con el manejo de las emociones. Es decir, cuando te enfrentas al reto de efectuar una tarea importante, pesada o desagradable en determinado tiempo, pueden embargarte diversas emociones, en su mayoría negativas, que afectan tu productividad. Y créeme que es más complejo de lo que te imaginas.

Para explicarlo mejor, en su artículo “Procrastinación: una revisión de su medida y sus correlatos” (2018), Juan F. Díaz-Morales desglosa con perfecta prolijidad los distintos tipos de procrastinación que existen. Pongámoslo fácil: se tratan de la indecisión, la evitación y la activación. La procrastinación por indecisión se relaciona con el retraso voluntario del inicio y/o finalización de tareas y puede llevar a los procrastinadores a crear excusas para justificar por qué no se centran en la realización de una tarea, conductas de autosabotaje y también de infravaloración. Así que, si eres indeciso, seguro te sonarán familiares las frases “no tengo los conocimientos para hacerlo”, “ellos harían un mejor trabajo que yo” o, incluso, “hoy no puedo empezar el proyecto porque voy a ir a casa de mi abuela”. ¿Te ha pasado por la mente algo así?

La procrastinación por evitación es cuando las personas posponen las cosas para evitar ciertos resultados y situaciones. ¿Cómo es esto? Supongamos que te bloquean la tarjeta de débito y tienes que ir al banco a solucionar el problema. Desde antes de acudir, ya te imaginas la fila interminable que debes hacer, que seguramente te atenderá un ejecutivo con mal genio y que al final no podrás resolver nada porque te pedirán mil y un papeles que no tienes en ese momento. Para evitar filas incómodas, tratos desagradables y el sentimiento de pesar porque tal vez no soluciones el problema de inmediato, decides aplazar el momento (y aplazar y aplazar y aplazar…) hasta que ya no queda de otra.

Así llegamos al tercer tipo de procrastinación que se basa en la búsqueda de activación o excitación. Esta es diferente a las dos anteriores ya que las personas piensan que la tarea puede realizarse en el último momento, lo cual genera una falsa sensación de control y emoción por el hecho de retrasarla. Algo interesante al respecto es que investigaciones sugieren que la experiencia de emoción positiva reportada por algunos en realidad puede ser la ansiedad del estado mal etiquetada para evitar enfrentar el retraso. Si eres de las personas que dejan todo para el último, ya habrás caído en cuenta que ese levantón de energía que sientes en la madrugada cuando tecleas a mil por hora para terminar lo que sea que necesites terminar, quizás es ansiedad y estrés.

Cuestión de perspectiva

Un factor importante a considerar es el tiempo. Corre de la misma forma para todos, pero (ojo aquí) no todos lo perciben de la misma manera. Y muchos autores coinciden en que la percepción del mismo tiene que ver con ser propenso a procrastinar.

Díaz-Morales, citando a Joseph R. Ferrari (autor del libro Still Procrastinating, de 2010), considera que quienes postergan con frecuencia, subestiman el tiempo total requerido para completar una tarea e inician otras en el último minuto, están más “orientados/as

al presente”. En esa misma línea, los académicos Stephen J. Vodanovich y Hope M. Seib indican que las personas con una mayor tendencia a procrastinar estructuran peor su tiempo y valoran menos su uso.

Estas ideas coinciden con el punto de vista de Campodonico, quien afirma que la característica principal es que manifiestan una mala gestión del tiempo, se les dificulta la organización y planificación de actividades, y se distraen muy fácilmente.

Si a estas alturas has reconocido en ti características de alguien que tiende a procrastinar mucho más que el resto, no te preocupes. Hay cosas que puedes hacer para cambiar este hábito. Claro, al inicio nunca es sencillo, pero (a riesgo de sonar cliché) la constancia es la clave.

Algunos consejos que Campodónico ofrece para empezar a dejar de postergar responsabilidades son:

  • ELIMINA LAS DISTRACCIONES. Sí, es complicado, pero efectivo. Si vas a realizar alguna tarea que te demandará mucho tiempo y esfuerzo, identifica los elementos en tu entorno que puedan afectar tu concentración (la televisión, el celular, tu consola de videojuegos, tu mascota). Ponlos fuera de tu vista y de tu área de trabajo para que tu atención pueda enfocarse en una sola cosa. También sería buena idea que tuvieras un espacio en tu casa destinado para trabajar o estudiar.
  • DIVIDE LA TAREA. Organízala en pequeñas subtareas manejables que puedas llevar a cabo en cortos periodos. Esto te generará la percepción de que estás avanzando mucho más rápido y, además, tendrás mejor organizado tu tiempo destinado a la tarea general.
  • TOMA DESCANSOS. Cada vez que finalices una subtarea concédete un pequeño descanso para despejar la mente, liberar tensión y recuperar el ánimo. Así no te sentirás agobiado de que la tarea ocupó todo tu día y no te cansarás antes de tiempo. De igual forma, puedes cronometrar tus descansos para tener una mejor gestión del tiempo y que no te distraigas con otra cosa antes de finalizar con el trabajo.
  • RECOMPÉNSATE. Asociar la finalización de una tarea que te resulta aburrida o desagradable con algo positivo, como un premio, te funcionará como método de motivación para seguir adelante. Puede ser algo pequeño pero que te cause felicidad, como jugar con tu mascota, ver un capítulo (corto, eso sí) de tu serie favorita, leer 10 páginas del libro que te gusta, entre otras.
  • ACUDE CON UN PROFESIONAL. Un psicólogo puede orientarte sobre tácticas para aprender a gestionar tu tiempo de manera óptima y así poder cumplir con todas tus responsabilidades. El diván es el mejor lugar para ahondar sobre por qué procrastinamos (la razón es diferente para cada quien) y, por lo mismo, de qué manera en particular hay que abordar la situación para disminuir esa tendencia y aumentar nuestra proactividad.