La espiritualidad como bienestar

Cuando hablamos de bienestar, ¿de qué estamos hablando en realidad? Solemos identificarlo frecuentemente con una adecuada alimentación, ejercicio aeróbico, descanso, meditación, recreación, tiempo de calidad con la familia y hobbies personales. Todo esto, realizado con cierta frecuencia, nos disciplina a una rutina que llamamos hábitos. La noción antropológica de que somos seres “bio-psico-sociales” es una tendencia moderna que nos lleva a ver el bienestar como una rutina habitual que satisface las necesidades corporales, desintoxica la mente, fomenta el conocimiento de uno mismo y desarrolla habilidades para la socialización.

Crédito: Foto de Kike Vega en Unsplash.

Sin embargo, además de esta perspectiva sobre lo que es el ser humano, también existen enfoques que otorgan valor, sentido y existencia al espíritu. Esto implica que no solo se procura el bienestar bio-psico-social de la persona, sino también el bienestar espiritual, es decir, nuestra relación con lo trascendental, con la naturaleza y con las personas. Desde esta visión, nuestra percepción de bienestar se transforma, y le damos la debida atención a esta otra dimensión a través de métodos o caminos conocidos como espiritualidades. La espiritualidad es el medio que permite potenciar esta dimensión, cuyo bienestar radica en el desarrollo del conocimiento y la relación con lo divino o lo trascendental que sustenta nuestra vida, nuestras relaciones humanas y la realidad en la que vivimos. En esencia, nuestra concepción del bienestar está profundamente determinada por nuestra idea de lo que significa ser humano.

Sin embargo, es importante señalar que no todo lo que se presenta como espiritualidad nutre verdaderamente nuestra espiritualidad y, por ende, nuestro bienestar. Existen numerosos movimientos laicos y grupos sociales que promueven una suerte de “despertar interior” que, en el fondo, descuidan dimensiones esenciales de la persona y de la propia vida e historia. Asimismo, hay tendencias en la sociedad que nos exigen que incluso las actividades u ocios relacionados con el bienestar sean rápidos y productivos, lo cual puede dañar o comprometer nuestro bienestar, incluso el espiritual. No por mucho rezar o meditar resolveremos problemas internos y externos que en realidad requieren otros enfoques y prácticas.

Crédito: Foto de JD Mason en Unsplash

¿Cómo, entonces, podemos discernir si una espiritualidad es auténtica, original y saludable para nuestro bienestar? A continuación, comparto algunos puntos clave que he descubierto en mi experiencia y camino espiritual. Estos no son “tips” o pasos a seguir; para algunas personas funcionará una cosa, y para otras, algo completamente distinto. Lo que expongo son más bien los resultados de prácticas espirituales que podrían resonar con quienes las encuentren en su camino:

Conócete a ti mismo

Una auténtica espiritualidad te impulsa a la introspección y la reflexión sobre tu propia vida, tu historia única e irrepetible, las elecciones que has tomado y el sentido que todo ello tiene para ti. Pero no se queda ahí: la tarea más importante, a mi parecer, es que ese sentido que vas construyendo y perfilando tenga una dinámica “hacia dónde”. Es decir, ¿hacia dónde me lleva todo esto? ¿A dónde quiero que me lleve y cómo deseo recordar mi vida al final? ¿Cómo quisiera que las personas me recuerden? Es aquí donde la espiritualidad adquiere un carácter itinerante. Las enseñanzas de grandes figuras como Sócrates, la ética de Aristóteles, la vida de Jesús de Nazaret, Confucio, Gandhi, Nelson Mandela, los santos de la Iglesia Católica o contemporáneos como Martin Luther King ofrecen valiosas lecciones sobre el autoconocimiento y cómo convertir nuestra vida en un proyecto claro y determinante.

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Humildad

Una espiritualidad auténtica nos lleva a “bajarle tres rayitas” al ego. Como mencioné antes, hay movimientos o tendencias actuales que concentran todas las fuerzas en uno mismo exclusivamente, bajo la ilusión de que así alimentan el bienestar, cuando en realidad podrían estar alimentando el egocentrismo. Esto puede derivar en una especie de narcisismo o ensimismamiento, una actitud que nos pone siempre en el centro de atención y nos atribuye la mayor importancia. Debemos cuestionar aquellas espiritualidades que priorizan exclusivamente nuestra paz interior mientras ignoran lo que ocurre a nuestro alrededor. Una verdadera espiritualidad nos quita del reflector y nos recuerda nuestra pequeñez y fragilidad humanas dentro de la vasta dinámica de la realidad, invitándonos a optar por ideales y valores más nobles que nuestros propios intereses o deseos.

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Apertura y servicio

Una espiritualidad auténtica nos enseña a silenciarnos para escuchar realmente al otro, dejando a un lado los prejuicios y expectativas que a menudo cargamos. Si el ensimismamiento concentra nuestros esfuerzos en nosotros mismos, la apertura nos convierte en receptores atentos de nuestro entorno. Esto fomenta una relación bilateral entre la vida interior y exterior, permitiéndonos reflexionar sobre nuestras experiencias y sensibilizarnos ante las circunstancias de los demás. En consecuencia, surge el servicio, la disposición y la compañía sincera entre unos y otros.

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Compromiso

Finalmente, una espiritualidad auténtica nos invita a involucrarnos cada vez más en la realidad. Lejos de buscar evadirnos de los problemas o crear espacios seguros donde escapar, una verdadera espiritualidad nos fortalece y nos prepara para regresar al mundo con mayor sensibilidad, entrega y responsabilidad.

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Al comprometernos con quienes más han sufrido, tanto personal como socialmente, no solo ayudamos a transformar nuestro entorno, sino que también nos transformamos a nosotros mismos. Es en este compromiso donde encontramos el verdadero enriquecimiento de nuestro bienestar.