La ‘vita lenta’ de la comida
La cultura del fast-food americano no es compatible con Italia, lugar de largas sobremesas, trabajo artesanal y que valora la tradición ante todo.
El país mediterráneo sólo tiene un Starbucks y no es cómo lo imaginas. Piensa más en un espresso que en un Pumpkin Spice Latte. Cuando abrió sus puertas fue una polémica y muchos locales no estaban seguros de qué esperar. Para el país del café puro y corto, las bebidas mezcladas con mucha crema batida y colores obtusos son lo más lejano a lo que esperarían y quisieran en una cafetería. De entrada, el precio fue uno de los problemas: 1.80 euros por un espresso, casi el doble que en cualquier otra cafetería local. Por lo mismo, crearon el Starbucks Reserve Roastery: una experiencia culinaria totalmente artesanal. ¿El atractivo principal? Puedes ver todo el proceso en el que muelen y tuestan tu café al momento en máquinas industriales orgullosamente (y obviamente) italianas. Curiosamente, ha sido nombrado “el Starbucks más bonito del mundo”, ya que se encuentra dentro de Palazzo Broggi, edificio histórico que en su momento fue una oficina de correos y sede de la Bolsa de Milan. Además, tiene una fachada discreta con un pequeño letrero en un costado (no esperes ver el logo de la famosa sirena).
McDonald’s fue el pionero de un gran escándalo italiano (y parte de la historia del siglo XX). En 1986, Roma recibió el primer restaurante del gigante por excelencia del fast-food en Piazza di Spagna. Hubo de todo. Los locales protestaron durante el día de la inauguración afuera del establecimiento regalando platos de pasta a los que se formaron para entrar, en favor del orgullo patrio; había guardas armados en la entrada y se instalaron cristales antibalas; los carteles de los manifestantes exigían que Clint Eastwood fuera su alcalde. ¿Por qué? La estrella de cine prohibió que se abrieran cadenas de comida rápida mientras fue alcalde de Carmel (California).
Las hamburguesas en el menú, curiosamente, no incluían lechuga, ya que Italia la había prohibido temporalmente por el desastre de Chernóbil que sucedió un mes después de la inauguración y la nube radiactiva había llegado hasta allá. Y para terminar, el icónico olor a papas fritas resultó en una demanda. El diseñador de moda Valentino Garavani tenía su atelier en la misma zona que el restaurante y argumentó que la parte de atrás del McDonald’s colindaba con su local, por lo que la ropa empezó a oler a frito. Inició acciones legales contra la cadena exigiendo que cerraran el restaurante bajo el argumento de que “un ruido notable y constante y un olor insoportable a comida frita que ensucia el aire”. No logró que se fueran pero sí que fueran obligados a adecuar la ventilación y la salida de los olores.
A pesar de todo, ambas cadenas siguen con una clientela frecuente y son la referencia universal para los visitantes, mientras que para la sociedad italiana -acostumbrada a la sobremesa-, el estilo americano de comer rápido es una experiencia de turistas. No importa si son visitantes o locales.