Mi mejor aprendizaje… o cómo fallar para ser exitoso
Por: Nuria Ballesteros
Nos paraliza pensar en fallar. A veces ni empezamos un proyecto por tener miedo a no poder llegar a nuestras expectativas o que tomemos un paso equivocado en algo que ya comenzamos. El fracaso no es algo que queremos aprender ni que se nos suele enseñar, pero necesitamos esos momentos en que recibimos un “no”. Justo cuando no conseguimos el objetivo es cuando tomamos un momento de pausa, que nos hace tener que replantear/empezar de cero y cambiar. Aquí está la base de crecer y aprender: intentar hasta aprender qué funciona y qué no.
Esto fue lo que les pasó a estas estrellas que pusieron su nombre en alto en el deporte, en la moda y en el desarrollo de productos que, aunque hoy las vemos como ejemplos a seguir sobre lo que hicieron bien y lograron, hay mucho que aprender al revisar el otro lado: el de sus fallas.
Al conocer cada una de sus historias, ponte en sus zapatos. Es probable que encuentres las claves que necesitas para “desbloquear” el siguiente nivel y atreverte. Tal como lo declara el confiable y cliché dicho: Go big or go home —al que le agregaría tres palabras más: Go big or go home and try again.
Michael Jordan… o cómo no rendirte
“He fallado más de 9 mil tiros en mi carrera y he perdido casi 300 partidos. En 26 ocasiones me confiaron el tiro para ganar el juego y fallé. He fracasado una y otra y otra vez en mi vida… y por eso soy exitoso”. Michael Jordan, la estrella de la NBA, parte del Dream Team y ganador de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1992, falló sin parar y acepta que su talento no fue lo que lo llevó a la fama, sino su perseverancia y nunca sentirse como un fracasado.
Su primer encuentro con una falla fue en secundaria cuando lo sacaron del equipo de básquetbol porque no era lo suficientemente bueno ni era muy alto —aunque parezca difícil de creer ahora—. ¿Qué hizo? Después de procesar su derrota con unas cuantas lágrimas, decidió practicar hasta conseguir que lo aceptaran de regreso.
Su siguiente sueño era tener el patrocinio de una marca de tenis reconocida mundialmente. Adidas lo rechazo porque “solo” medía 1.98 metros. Michael no se rindió y, un tiempo después, apareció la oportunidad con Converse que se ofreció a pagarle 100 mil dólares al año, pero Jordan no estaba convencido. Nike era en ese momento una compañía que luchaba por mantenerse y, aunque Michael seguía encaprichado con Adidas, siguió el consejo de su padre y aceptó una reunión con Nike. Firmó un contrato por 500 mil dólares al año, pero con tres condiciones: ganar “Rookie del año”, convertirse en un “All-Star” y tener un promedio de 20 puntos por año.
No solo lo consiguió: nació una de las colecciones más exitosas de tenis, los Air Jordan. Desde su lanzamiento en 1984 fueron usados por el propio Jordan en cada partido y, ahora retirado, se siguen vendiendo con mucha anticipación por los fans del modelo y son parte del furor por los sneakers retro. A la fecha, han generado más de 1,300 millones de dólares y es la línea de tenis más vendida en la historia.
Vera Wang… o cómo encontrar tu camino
La historia de Vera Wang reta una creencia en la que muchos caemos: tener una “cierta edad” para poder lograrlo. Caemos en compararnos con las famosas listas de “Los 30 más exitosos antes de los 30” o la idea de que debemos tener la vida resuelta a cierta edad.
El camino de Vera no se definió al primer intento. Su sueño era convertirse en una patinadora de hielo olímpica. Trabajó desde los ocho años para conseguirlo y tenía talento. A los 19 participó en las competencias en EUA para clasificar a los Juegos Olímpicos de Invierno en Grenoble en 1968, pero no lo logró.
Este alto la llevó a revaluar su sueño. Al sentirse presionada por su edad y la competitividad del deporte, dejó su carrera como atleta. Decidió estudiar Historia del Arte y, después de un semestre en la Sorbona en París, encontró un nuevo sueño en la industria de la moda. Al graduarse, entró a Vogue, en la que rápidamente se convirtió en una de las editoras de moda.
Se encontró de nuevo con una redirección: después de 17 años de trabajo se dio cuenta de que no estaba en camino a ser la directora editorial de la revista y que estaba estancada en su posición. Fue hasta los 40 años que lanzó la primera colección de su marca epónima Vera Wang, con la que revolucionó la industria de vestidos de novia. En ese momento, no existía el concepto de start-ups ni de emprendedores. Ella trazó el camino para los que siguieron. ¿Y por qué a esa edad? Se comprometió a los 39 años y justo estaba en la búsqueda de su propio vestido, pero era difícil y frustrante encontrar uno por ser más alta que la novia promedio, así que le surgió la idea de crear su propia línea. Fue su padre, un comerciante, quien la asesoró e impulsó a intentarlo.
Su éxito la llevó a diseñar los vestidos de novia de personalidades como Victoria Beckham y su nombre es asociado como la marca esencial para novias. Ha sido mencionada en películas y series de TV, desde Sex and the City hasta Los Simpson. Tres décadas después, es un imperio de moda que se ha extendido más allá y ahora cuenta con colecciones de belleza, perfumería, joyería y hasta línea de blancos. Además, ha ganado dos premios CFDA, el máximo de la moda.
Soichiro Honda… o cómo resolverlo tú mismo
Soichiro Honda no le atinó a la primera ni a la segunda, y no la tuvo nada fácil con su propia compañía. De familia humilde, estudió en Japón en la década de los treinta, cuando, como en muchos otros países del mundo, había pegado muy duro la Gran Depresión. En 1938, cuando Soichiro seguía en la escuela de mecánico, decidió empezar un pequeño taller llamado Tokai Seiki, para desarrollar el concepto del anillo de pistón. Su plan original era vender la idea a Toyota para poder conseguir un empleo ahí.
Trabajó todo el tiempo que pudo en la idea, pensando qué podría perfeccionar del diseño y tener un producto digno. Como ya estaba casado, empeñó la joyería de su esposa para conseguir el capital necesario. Por fin pudo terminarlo y, el día en que llevó la muestra a Toyota, lo rechazaron ¡porque los anillos no cumplían los estándares de calidad! Los ingenieros se rieron de su diseño y se sintió ridículo.
Regresó a estudiar para descifrar en qué había fallado y se negó a renunciar a su idea. Dos años después, consiguió un contrato con Toyota. El único problema es que necesitaba una fábrica y el gobierno japonés se preparaba para la Segunda Guerra Mundial, así que Honda no podía encontrar los materiales que necesitaba para su fábrica. Inventó entonces un proceso nuevo para crear concreto que le permitió seguir adelante.
Le duró poco esta emoción, porque la fábrica fue bombardeada dos veces durante la guerra y quedó totalmente demolida. Para reconstruirla, necesitaba acero y en esos años no había porque se usaba para el armamento. Su creatividad lo sacó adelante. Sabía que los pilotos estadounidenses tiraban las latas de gasolina usadas —o como él las llamaba, “pequeños regalos del presidente Truman”—, así que las coleccionó y usó ese acero para reparar su fábrica. Tiempo después, un fuerte terremoto la derribó en 1945, así que vendió lo que pudo a Toyota.
Esto podría haber sido el final para cualquiera, pero no para Honda. Poco después, hubo escasez de combustible en Japón que complicó el transporte. Honda decidió crear un pequeño motor para su bicicleta —técnicamente el primer Honda— y pronto todos querían una. Como el país también estaba en quiebra y no había inversionistas que ayudaran con el costo de producción, decidió escribir 18 mil cartas —a mano— para los dueños de tiendas de bicicletas que le ayudaran.
Tres mil de ellos respondieron y, finalmente, 17 años después y muchos retos superados, logró conseguir más recursos de los necesarios para producirlas y en 1948 creó la compañía tan exitosa que hoy conocemos.
James Dyson… o cómo confiar en tus ideas
La aspiradora y la secadora de pelo más codiciadas, dependiendo de tus gustos, tienen una historia de origen que llevó a su creador, James Dyson, a sentirse decaído al lograrlo. Y no es para menos: vivió en constante fracaso y le costó cuatro años de pruebas y error y 5,126 prototipos para lograr su primer objetivo: una aspiradora sin bolsa. La historia fue así: en 1979, Dyson, que había estudiado Diseño en el Royal College of Art, pensaba que tenía una mejor idea que lo que existía en ese momento para las aspiradoras. Había comprado una que presumía ser la más poderosa, pero la sentía inservible, que solo empujaba el polvo de un lado a otro.
Con esta fijación en mente, se acordó de un aserradero industrial que usaba un separador ciclónico para eliminar el polvo del aire. Pensó que ese mismo principio podría funcionar. Y no paró hasta conseguirlo. Dejo su trabajo para concentrarse en ello. Su esposa los mantenía y creía en él, pero muchos pensaban que estaba loco. Al terminar su aspiradora, la enseñó a fabricantes de electrodomésticos y nadie la quiso. Fracasó en conseguir acuerdos para la licencia.
Decidió volverse su propio fabricante y pidió un préstamo por 900 mil libras esterlinas. Y pasó años tratando de convencer a catálogos por correo de por qué su producto era mejor. De ahí pasó a un par de tiendas y creció hasta conseguir entrar a Comet, el equivalente a Best Buy en Inglaterra. A pesar de ya tener éxito, unos años después, al intentar ahora una lavadora que imitaba el lavado a mano, fue un fracaso.
Retomó su camino con la aspiradora, pero al intentar expandir la fábrica en Inglaterra, le negaron el permiso y tuvo que tomar la difícil decisión de trasladarse a Malasia y perder a trabajadores. A pesar de los retos, la compañía se ha mantenido a su nombre y tiene el 100% de las acciones. Y, como ahora bien sabemos, ha revolucionado otros productos como la secadora de pelo sensación.
Walt Disney… o cómo creer en ti mismo
Desde temprana edad, Walt Disney empezó a dibujar, pero no es el típico cuento de hadas; su camino estuvo lleno de retos. Su infancia no podría salir en ninguna película de la compañía que creó y dista bastante de la alegría que plasmó en sus creaciones. Cuando Walt era un niño, uno de cinco hermanos, vivía en un hogar humilde con un padre abusivo. Para escapar de su realidad, él dibujaba y con eso se distraía de los problemas económicos y emocionales.
Años más tarde, lanzó Laugh-o-Gram Studios, su primera compañía, la cual duró bastante poco. Walt intentó probar la actuación después de este fracaso y se mudó a Los Ángeles con solo 40 dólares en la bolsa. Falló en eso también, pero lo que descubrió fue el principio de Disney.
Su primer triunfo llegó con Oswald, el Conejo Suertudo, su primera creación animada. De nuevo, se encontró con un problema. Al renegociar su contrato, descubrió que su productor le había quitado a su equipo de animadores y perdió así los derechos legales del personaje.
Entonces, creó a Mickey Mouse. El camino que siguió tuvo un poco de todo: deudas, altas y bajas, más de 300 rechazos y, aun con el éxito, su negocio luchaba por sobrevivir. Fue la resiliencia de Walt la que lo llevó a soportar muchos años de una batalla constante por alcanzar su sueño, el cual tuvo un balance de fallas y éxito hasta que construyó lo que hoy conocemos como Disneyland.