Norte, por Daniel Almeida
Cuando escucho decir “como México no hay ninguno” me pregunto a cuál México se estarán refiriendo. Durante toda mi vida, México me ha resultado una masa moldeable. A muy temprana edad pensaba que todos los niños en el mundo iban por tortillas a la hora de la comida, la frontera me daba la impresión de los otros que viven del “otro lado” y nosotros que vivimos de este, y cruzar la frontera me daba la impresión de la otredad sin voltear a ver mi construcción de México.
En el norte, la frontera está presente constantemente. Mi papá nació en Los Ángeles, mi familia vive en ambos lados, y pienso que mi trabajo tiene la herencia de buscar los límites dentro de la imagen y el lenguaje. Vivir en la Ciudad de México me hizo reconocerme con una cultura que vive en otra geografía y que ha construido sus propias estructuras sociales en un largo periodo, como para verse reflejadas en la cultura absoluta mexicana. Parece que las particularidades se van acentuando en todos los rincones de la vida: la carne asada, sentirme bichi, la banda, las botas, el cinto piteado.
La primera vez que viajé a la Ciudad de México fue sorprendente. Para ser honesto, en aquel entonces, con nueve años y un lenguaje poco maduro, todo me parecía muy prehispánico y místico. Ir más al sur, como a la península, me hizo reconsiderar vivir en la creencia infundada del país mestizo. Somos un país multirracial donde existimos blancos, mestizos, negros, wixárikas, mayas, rarámuris, criollos, entre muchos otros.
NORTE muestra una región que fue contenida por sus montañas y sus ecosistemas, que desarrolló un lenguaje y una iconografía propia, que representa a varias sociedades de una región particular y que guardan ciertas similitudes. En el norte somos más que una sociedad perpetrada por el narcotráfico: somos gente directa, que dice las cosas al tiro, que habla de usted y que ha conquistado espacios hostiles.