¿Nos estamos ahogando?

Por María Guadalupe Paredes Figueroa, profesora UDEM en Ingeniería en Innovación Sustentable y Energía

No es un secreto que la contaminación atmosférica es uno de los principales problemas ambientales que enfrentan las grandes urbes; esta se deriva del acelerado crecimiento demográfico, y del desarrollo industrial y económico. El Área Metropolitana de Monterrey (AMM), con una población de aproximadamente 5,341,171 habitantes (esto en el año 2020), se considera la segunda zona más poblada de México, después de la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) y, lamentablemente, la tercera más contaminada.

A lo largo de las últimas décadas se han publicado diversos estudios relacionados con la calidad del aire del AMM y sus efectos en la salud. Entre las principales fuentes de emisión están los automóviles, procesos industriales, generación de electricidad, comercio, transporte, agricultura, extracción de minerales, actividades de construcción; aunque también existen fuentes naturales como incendios y erosión. Por otro lado, la medición y evaluación de la calidad del aire se determina por la emisión de contaminantes, entre ellos el monóxido de carbono (CO), ozono (O3), dióxido de nitrógeno (NO2), dióxido de azufre (SO2) y material particulado (PM10 y PM2.5). 

En su momento se reportó que para el AMM los automóviles son la principal fuente de emisión (75% aproximadamente) y los contaminantes con mayor presencia son PM10, PM2.5 y O3, los cuales, de acuerdo con registros de monitoreo de calidad del aire, a menudo presentan concentraciones superiores a las establecidas en las normativas nacionales y a los valores recomendados por la Organización Mundial de la Salud. Incluso se ha reportado que durante los últimos años, más o menos 200 días del año hemos tenido una mala calidad del aire, principalmente por las altas concentraciones de PM10 (eso es bastante, ¿no?).

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Son claras las evidencias de que la emisión de dichos contaminantes está relacionada con afectaciones a la salud, como enfermedades cardiovasculares, afectaciones pulmonares, infecciones respiratorias y oculares, cáncer, alergias, muertes prematuras… lo cual contribuye al aumento de la mortalidad. Por consiguiente, es considerado un problema de salud pública. Y ni hablar de que los contaminantes también tienen un efecto negativo sobre las edificaciones, flora y fauna.

Para combatir esta problemática ambiental se requiere la participación conjunta de diversos actores involucrados. ¿A qué me refiero con esto? A lo siguiente.

Primero. Educar, informar y generar conciencia en la población sobre los posibles riesgos que se presentan en un ambiente con una mala calidad del aire. Ya que este sector es el más vulnerable y el que puede ejercer una presión para exigir su derecho a un ambiente sano. 

Segundo. Por parte del gobierno es de gran importancia la implementación de acciones específicas para las diferentes fuentes de emisión, regulación y cumplimiento de la normatividad en materia de contaminación del aire, generación de políticas públicas para asegurar el bienestar de la población en materia ambiental. 

Tercero. Es fundamental que el sector industrial se comprometa a reducir las emisiones contaminantes a través de mejoras continuas, además de implementar innovación tecnológica en sus procesos. 

Cuarto. Como sociedad tenemos un papel esencial; es responsabilidad de nosotros informarnos sobre el estado de la calidad del aire, conocer las consecuencias y los posibles riesgos a nuestra salud. Además, hay que generar una conciencia ambiental sobre las acciones que contribuyen a esta problemática y cómo podemos idear estrategias para su reducción. 

Por último, es necesario que las universidades y centros de investigación cuenten con departamentos especializados en calidad del aire y que realicen un seguimiento académico de la contaminación y de las estrategias para poder combatirla.