Nuestra responsabilidad y el COVID-19

Por Angela Gómez, Médico Pasante de la UDEM en Dirección del Programa de Medicina

La historia se ha encargado de hacernos pasar por sucesos a los que nos hemos tenido que enfrentar, poniendo en duda nuestro estilo de vida. Desde grandes epidemias como la peste negra, la gripe española o la influenza AH1N1, hasta hallazgos importantes como el descubrimiento de la relación que existe entre la nicotina con el aumento de la incidencia de cáncer de pulmón. Y todo esto abre caminos por recorrer y soluciones por concretar. 

A raíz de estos acontecimientos que atentan la vida de comunidades enteras, escuchamos con mayor frecuencia términos como “alerta sanitaria” o “emergencia de salud pública de interés internacional”, haciendo referencia a toda situación de riesgo para la salud, y que trasciende directamente a una población. Cuando esto pasa se requiere un trabajo en equipo altamente coordinado, fundamental en la salud pública.

A través de esta búsqueda para lograr el mayor bienestar de toda la sociedad, hemos tomado consciencia desde distintas acciones, como políticas sanitarias, mejoras en los servicios de salud, medidas de prevención, fomentar la investigación y la creación de organizaciones que vigilen el cumplimiento de esto mismo. El ejemplo más característico es la UNESCO, que en su Declaración Universal de Bioética y Derechos Humanos, en el artículo 14, establece: “La responsabilidad social y salud como un principio de la bioética”. Además, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el artículo 3 se decreta: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Por lo tanto, cuando nos unimos como sociedad, ya sea desde el ámbito de la salud o la política, nos convertimos en una red de engranajes trabajando orientados hacia un mismo propósito: la vida. Es aquí donde recae el término que ha resonado tanto en los últimos meses desde el 2020 y tras las múltiples alertas sanitarias: responsabilidad social.

A causa de la pandemia nos hemos enfrentado a un sinnúmero de dilemas y cambios en nuestras costumbres: el uso del tapete sanitario, desinfectar la despensa, defender a capa y espada el mejor cubrebocas, buscar la vacuna más efectiva, cancelar un viaje por síntomas sospechosos, alertar a contactos tras una prueba positiva, o bien, aislarse de manera oportuna. Y todos estos cambios nos dirigen al mismo lugar: ¿qué hago yo para cuidarme y, con esto, procurar la salud de los demás? ¿Cuántos contagios puedo prevenir con lo que decida hoy? El covid nos ha cambiado la perspectiva para cuidar al de al lado y ver por su bienestar.

Detenernos a analizar lo que sí marca la diferencia como la vacuna, evitar el mal uso de antibióticos sin prescripción médica, seguir los tratamientos correspondientes y mantener una sana alimentación son enseñanzas que marcarán nuestro futuro como sociedad. Esto trascendiendo hacia más senderos por recorrer en este compromiso de ser una mejor versión para mí, por mí y por los demás. Nuestra responsabilidad social no solo recae en una pandemia que llegará a olvidarse eventualmente, sino en una primera acción que se refleje en acciones colectivas.