Otra vez me ghostearon…

Por José Sánper, psicoterapeuta y presentador de programa en Radio UDEM

Un día dejó de responder mis mensajes, borró nuestras fotos y para cuando pude reaccionar ya estaba bloqueado de todas sus redes sociales. Aplicó la vieja confiable de “borrón y cuenta nueva”, como si el conocernos jamás hubiera sucedido. Me sentí desechable.

Nunca terminamos oficialmente, si es que en verdad existe una manera oficial para romper con alguien. Que yo recuerde jamás expresó su descontento, ni dio explicaciones de por qué me sacaba de su vida. Solo se esfumó. Como un fantasma. ¿Lo hizo por frialdad? ¿Quería evadir un momento desagradable? ¿O se trató de falta de inteligencia emocional?

Pasó el tiempo, salí con más personas… y curiosamente comencé a notar que se repetía el mismo patrón. Platicaba con alguien, se armaban las citas, pero después de estar unas semanas en contacto, desaparecían. De pronto se volvió muy común que me dejaran en visto una y otra vez.

Reflexioné un poco y llegué a la conclusión de que el ghosting no era tan malo. Si me lo aplicaban me ahorraba las conversaciones incómodas del “no eres tú, soy yo”, entre otras frases que ya tenemos más que memorizadas de tanto escucharlas.

Aunque para ser justos debo admitir que también lo apliqué en una ocasión. Había una chica con quien al inicio conversaba muy bien, salimos muchas veces, pero un día ya no me sentí cómodo y decidí cortar contacto. Tiempo después recibí un mensaje que decía “No sé qué pasó, no entiendo”. Obvio ella no conocía mis motivos para alejarme porque nunca se los externé, me faltó empatía.

Esto me lleva a pensar, ¿hasta qué punto es saludable mostrar indiferencia? En el fondo esta actitud revela dificultad para afrontar las relaciones humanas. No somos asertivos en nuestra forma de actuar y evitamos todo aquello que nos haga sentir incómodos. Nos convertimos en seres intolerantes a la frustración y el malestar.

Si lo contrastamos con el pasado, en la época de nuestros abuelos existía un exceso de formalidad, y pretender a alguien implicaba querer casarte con esa persona para tener hijos y formar un hogar. Ahora pareciera que se vive lo opuesto; no me negarán que en la actualidad muchas cosas son efímeras y fácilmente reemplazables. Hasta lo que las personas piensan y sienten deja de tener importancia.

Desde mi punto de vista actual como psicoterapeuta, el ghosting es solo el síntoma de una enfermedad social mucho más grave: el individualismo tóxico. Su principal característica es hacernos creer que no necesitamos de los demás y que nuestra prioridad es el bienestar personal, sin importar que afectemos a terceros.

¿Qué duele más? ¿El rechazo o la indiferencia? Lo que causa mayor daño en la salud mental es la indiferencia. Quien es víctima de esta práctica experimenta confusión, frustración, tristeza y enojo. Una experiencia emocional desagradable, ¿verdad? Cuando la persona desaparece está enviando un mensaje implícito que te hace creer que eres prescindible, nada importante, inexistente, afectando de esta manera tu autoestima y la seguridad en tu persona. Cuestionemos nuestra falta de responsabilidad afectiva. Es preciso visibilizar el ghosting para tomar consciencia de que se trata de una conducta que arremete contra la confianza de los demás. Si priorizamos la ética del cuidado con las personas, entenderemos por fin que “las cosas son para usarse, y las personas son para amarse, no al revés”. (John Powel, SJ).