Resiliencia espiritual, el mejor regalo que puedes recibir…

Por: José Agustín Gutiérrez, exaUDEM (‘22) de Medicina / Alejandro González, Colaborador de DIPRI. UDEM

Durante mucho tiempo me equivoqué en lo que, creía, significaba vivir (ser como otros o de acuerdo con lo que me decían que debía ser). Cuando por fin empecé a vivir tratando de ser yo mismo, buscando dentro de mí lo necesario para construir mi mejor versión, descubrí entonces por qué las cosas no salían como yo quería. Constaté que, por más que trabajara y me esforzara por algo, o que superara mis límites y venciera mis miedos, la vida seguía siendo cuesta arriba, difícil.

Mi error fue compararme con otros, con los demás, y pensar que lo estaba haciendo mal porque no checaba con lo que otros esperaban y querían de mí. Al mismo tiempo sentía la dificultad de tomar la vida en mis manos y, como consecuencia, ser responsable de lo que decidiera.

Me frustraba vivir esa ambigüedad que me resultaba muy cansada; sentía que algo faltaba, que no había encontrado el secreto para hacer las cosas de tal forma que mi vida tuviera sentido para mí, no para los demás. Pero algo me sucedió estos dos últimos años, favorecido por la pandemia. Me lancé a un viaje profundo en mí, en el que logré descubrir lo que me ha dado más paz que todo lo que recuerdo en mis años anteriores: experimentar que si la vida es difícil no significa que lo estás haciendo mal; de hecho, puede significar exactamente lo opuesto.

Libertad en la selva

Cuando la vida es difícil porque la tomas en tus manos, es un indicador de proceso que te dice que estás haciéndolo bien. Cuando por fin empiezas a vivir, ves de golpe que hay retos a superar, fantasmas a enfrentar y cosas que simplemente no controlas y que debes aprender a convivir con ellas.

Cuando empecé a vivir con esta nueva visión me sentí como un tigre que había roto las barras de su jaula y por fin escapaba a donde pertenece: la selva. Pero cuando llegó a ella, descubrió que no había caminos bien formados, que había mucha maleza, animales que no sabía que existían y miedos que nunca imaginó que brotarían. Pero, por primera vez, se sintió libre. En la selva (con obstáculos y miedos), pero en su selva, en su camino, en su vida.

El tigre empezó a recorrer el terreno y, de pronto, se topó con la oscuridad. No sabía qué hacer ni cuál camino tomar. Una parte de él deseaba que se lo indicaran, pero volteó atrás y lo único que vio fue la jaula donde había escapado. Y todo su ser gritó: ¡no!

Se escuchó. Sabía que su corazón le exigía seguir adelante. Lo hizo. Y salió lastimado. Sabía con toda la certeza del universo que ser él mismo era mil veces mejor, sin importar la herida que le provocara la selva desconocida (la vida). Pero ahora, ¿qué hacer? ¿Cómo sanar, levantarse y seguir viviendo?

Más vale camino mal conocido que bueno por conocer

En ese proceso narrado por la metáfora anterior fue que descubrí una de las aliadas más grandes que me ha acompañado desde siempre, y que nunca dejaré de necesitar. La veo como una persona hermosa. Es tierna, pues nunca se impone o me fuerza; esa persona conoce el doloroso proceso que es aceptar y abrazar confiando en medio de la incertidumbre. Pero, al mismo tiempo, es una guerrera más fuerte que mil toros juntos. Algunos la llaman adaptación, otros la conocen como fortaleza, yo la llamo resiliencia… podrían ser las tres juntas.

Y es curioso, porque cuando pienso en resiliencia, lo que se me viene a la mente es la fuerza trascendente que la sustenta: el amor. Creo que ese es el torrente que pasa dentro de mí y no lo veía. Crecí creyendo que tenía que merecer el amor de mis padres y de los demás, y dependía de mis acciones ser amado o no. Crecí creyendo que tenía que cumplir las expectativas de otros sobre mí para poder llegar a sentirme bien y ser feliz. Antes trabajaba para “merecer” el amor y reconocimiento de otros.

La verdad que descubrí fue que ese amor corre dentro de mí, es un regalo que recibí por el simple hecho de vivir y compartir la naturaleza humana. Ese amor me precede, en él vivo y participo, lo merezca o no, es gratuito. Es el mejor regalo que puedo recibir. Cuando lo descubrí así, me di cuenta que, precisamente cuando la vida es difícil, puedo abandonarme en esa fuerza que me sustenta e impulsa.

Cuando tenía una idea equivocada sobre lo que es la vida (retos, competencia, salto de obstáculos, imponerme y superar a los demás), ni siquiera tenía tiempo o ganas para voltear hacia el amor, menos valorar su importancia. Si lo que esperaba eran las miradas y juicios de los demás que parecían descalificarme, claro que no quería moverme de mi zona de seguridad (por más precaria que fuera), puesto que lo desconocido no podía ser mejor que lo poquito bueno que había en mi contexto de vida anterior (“más vale camino mal conocido que bueno por conocer”). No me podría dar lo que realmente buscaba, pues es algo diferente y mejor.

Cuando entras en la profundidad de ti mismo y descubres esa dimensión que te trasciende, te das cuenta de que hay un potencial infinito, una fuerza que te atrae a ir más allá de los límites si estás dispuesto a lanzarte con confianza hacia adelante. Aceptas que una fuerza real te sustenta y permite verte como parte de un todo por el que estás envuelto. Alcanzas a ver una luz frente a ti, no con mucha claridad, pero sí atractiva; que te impulsa a continuar y ascender en lugar de echar atrás el camino por la inercia del pasado.

Vivir tomando decisiones hacia adelante no es fácil, especialmente cuando no ves claro. Pero, si la vida antes fue difícil y te dejas impulsar por esa fuerza interior confiando en ella a pesar de la incertidumbre, percibes con seguridad la inmensidad del universo al que perteneces, y podrás mirar confiado el futuro con todas sus posibilidades. Esto facilitará bajar la guardia y descansar. Descubrirás que esa fuerza universal, el amor, está presente en ti. Que no solo es el torrente que te trajo a la vida y te impulsa, sino la fuerza que te acompaña.

También es la meta del viaje de tu vida. En definitiva, resiliencia es la capacidad de ver todo esto y no dejarte tumbar por las dificultades concretas y pasajeras. Consiste en descubrir el torrente que te soporta, acompaña e impulsa, pudiendo así sortear y vencer todos los obstáculos y complicaciones del camino.

Somos cometas

El error que cometí muchas veces, y que puede pasarte a ti, es pensar que el amor es algo externo y muy difícil de alcanzar. Que es una bonita idea que te mueve en momentos de exaltación, pero es fugaz y desaparece. Incluso, en ocasiones hasta llegas a pensar que es un mito inalcanzable, y en la práctica eso te hace sufrir ante las frustraciones concretas de la vida. ¡Qué equivocación tan grande!

Encontrar el amor dentro de mí como ese río impetuoso, pasión y energía para enfrentar dificultades y lograr encararlas y superarlas con la fuerza de todo lo positivo que hay en mí. Fue mi ¡Eureka! Me di cuenta que la solución está literalmente conmigo en la arena de la vida, peleando dentro de mí, por mí y conmigo. No es una fuerza exterior que hay que conseguir o comprar, sino algo dentro de mí a quien simplemente debo abrirle la puerta y dejarlo actuar. Cuando sufro, sufre conmigo; cuando caigo y me levanto, lo hace conmigo. Cuando la vida me golpea, comparte mi dolor; cuando me rompen el corazón, también lo sufre igual. Cuando me abandonan, se mantiene a mi lado. Estoy conectado con el amor porque soy un ser humano. Es el regalo que compartimos todos por igual, en fuerza y efectividad, si lo dejamos actuar. Ser consciente de esta posibilidad y vivirla, eso es para mí es ser resiliente.

Descubrir la fuerza interior del amor que nos impulsa es cortar el hilo que nos mantiene atado al suelo. ¡Da muchísimo miedo hacerlo! Todo lo que nos daba seguridad está allí, en el sedimento y a eso estás atado. Pero cuando nuestra seguridad está puesta en el propósito de vida, en lograr nuestra mejor versión, entonces cortar el hilo es lo que nos hace libres. Libres de ser la cometa que queremos ser y de ir a donde nosotros y nuestros valores nos impulsen, empezando por la búsqueda de la verdad sobre nosotros mismos.

Tú no fuiste hecho para quedarte en el suelo. Fuiste creado para volar. Como una cometa.