Si quieres llegar rápido, ve solo. Pero si quieres llegar lejos…

Con ampollas en los pies, dolor en la espalda y ganas de llorar, fue como todo cobró sentido. No podía creer que, en medio de este dolor tenía tanta alegría. Después de cinco días, 120 kilómetros, lluvias, sol, climas cambiantes, lesiones, torceduras, llegamos a nuestro destino y entendí que el Camino de Santiago me había transformado; el secreto de la vida estaba en llegar al último y caminando, no ser el primero y corriendo. Sé que suena muy loco, pero en mi cabeza y en mi corazón todo hacía sentido. Y es la razón por la que hoy soy quien soy. Les cuento mi historia.

En una tarde fresca de octubre de 2017 estaba desesperado porque llevaba dos semanas sin poder caminar ni salir de mi cama. Habían pasado 15 días desde mi operación de rodilla y comenzaba el período lento de rehabilitación. Me encontraba sin motivación, con momentos de muy mal humor, frustración y desesperación. Entonces recibí un correo de la Dirección de Programas Internacionales de
la Universidad de Monterrey que lo cambió todo. Era una invitación a alumnas y alumnos para recorrer el Camino de Santiago en marzo de 2018 y convivir con estudiantes de distintas universidades del mundo. Después de leer el correo en mi cama, volteé a ver mi rodilla y solamente pensé: “no sé cómo le voy a hacer, pero voy a ir”.

Les puedo confesar que había algo dentro de mí que me decía que este viaje era exactamente lo que necesitaba y no tenía ni la más mínima idea de lo que me esperaba.

EL MUNDO EN UN TRAYECTO
En esos cinco meses continué mi proceso de rehabilitación, reuní la papelería necesaria para poder realizar el viaje, pedí permiso en mi trabajo y realicé un plan de ahorro exhaustivo para poder cubrir los gastos. Sin darme cuenta, fueron meses de preparación física, financiera, y al mismo tiempo emocional y espiritual.

El Camino de Santiago fue un despertar. Hasta este momento, durante mi vida, yo me había distinguido por buscar estar en todo, hacer mil y un actividades. Quería sobresalir, hacerme notar, ser el centro de atención, y sabía que este viaje sería la experiencia perfecta para demostrar que después de una operación podía salir adelante y que, además, sería el primero del grupo en llegar a Santiago de Compostela (el destino final de cualquier peregrino que realiza el Camino).

Hoy recuerdo cómo era en ese momento y me veo con compasión y humor. Cuando llegamos, la ciudad tenía un aspecto medieval, mágico y cautivador. Comenzaba a escuchar a personas que hablaban diferentes idiomas y eso me llenaba de alegría. Después del discurso de bienvenida, nos dieron las indicaciones de que el grupo de la UDEM, junto con la Ahfad University for Women de Sudán, la Universitat Jaume I de España y la Universidad de Oklahoma de Estados Unidos, seríamos un solo equipo y realizaríamos el Camino Portugués.

Así, hicieron la división del resto de universidades para los caminos del Norte, Mozárabe y Francés.al camión que partía a Tui, ciudad que está en la frontera entre Portugal y España: el punto de partida de nuestro grupo. Cada grupo de estudiantes tenía una maestra o maestro acompañante, y cada grupo compuesto de cuatro o cinco universidades tenía un guía. La nuestra se llamaba Conchita. Llegamos a Tui el sábado por la noche, en donde cenaríamos todo el grupo de 24 personas (contando a estudiantes, maestros y guía) y tuvimos oportunidad de presentarnos, con mucha pena y cuidado. Es muy interesante observar cómo nos relacionamos con grupos de personas extrañas, guardando cautela y cuidado de lo que decimos y cómo lo hacemos. En lo personal, yo estaba emocionado por darme a conocer y relacionarme con personas nuevas. Al final, Conchita nos compartió ejercicios de estiramiento físico, calentamiento, y ahí empezaba lo bueno. En nuestro primer día caminaríamos 22 kilómetros.

Al día siguiente, comencé a caminar frente al grupo, muy cerca de la guía, queriendo demostrar que tenía una óptima condición física y que era capaz de lograrlo. Mi estrategia de ir siempre al frente me duró menos de medio día, ya que los guías me pidieron que fuera el último del grupo, asegurando que nadie se quedara detrás de mí. Me llené de enojo, frustración y coraje. No podía entender por qué me pedían esto a mí, cuando me había esforzado por cinco meses completos para recuperar mi condición y demostrar al mundo que era capaz de caminar 120 kilómetros después de una cirugía de rodilla. Lo digo hoy y me da risa, pero antes me lo tomaba muy en serio.

Pasaban los kilómetros y algunas personas comenzaron a rezagarse, a quedarse atrás. Al inicio comencé a juzgarlas en mi interior, ¿cómo era posible que, si sabían que venían a un viaje de caminar muchísimos
kilómetros, no tenían la condición? ¿Por qué tengo yo que estar aquí apoyando a estas personas? Pero jamás voy a olvidar a una de las que se quedaron atrás.

Toomi, de la universidad de Sudán, me dijo en inglés: “Pareces una persona presumida, pero yo sé que en tu interior eres una persona buena y humana”. Al inicio, cuando me dijo esto, recuerdo que caminábamos por una zona boscosa, el clima estaba un poco nublado y comenzaba a llover ligeramente. Al escuchar sus palabras, primero fruncí el ceño y comencé a sentir mucho enojo y me llegaron pensamientos de molestia hacia ella. Pero no le importó, continuó presentándose y platicándome sobre ella, y poco a poco, mientras la escuchaba, mi enojo se fue suavizando. Ese fue el primer momento en el que me di cuenta que estar atrás era una excelente oportunidad para conocer a las personas que se fueran rezagando.

Después de Toomi, llegó Laia, de la Universidad Jaume I y comenzamos a dialogar sobre nuestras vidas; qué nos gustaba hacer, por qué estábamos en el camino. Y así, poco a poco y uno a uno, fui conociendo cada vez más a los integrantes de este grupo. Mientras caminábamos cada día, recorríamos paisajes diversos y hermosos. Cruzamos puentes que conectaban ciudades divididas por un río, caminamos por largas carreteras de asfalto, continuamos por senderos naturales llenos de árboles, y otros paisajes en donde los pastizales no tenían fin. En medio de este caminar, con paisajes diferentes, me fui dando cuenta que en realidad era un viaje hacia mi interior, mientras en el exterior conocía lugares y personas. Entendí que mientras más me abría a observar, escuchar, admirar mi entorno y a los demás, más podía escucharme y entenderme a mí mismo.

Caminamos alrededor de 25 a 30 kilómetros por día, en lapsos de ocho o nueve horas, por cinco días. Las lesiones físicas comenzaron a surgir, la irritación y desesperación por llegar al destino comenzaban a notarse en el tono de voz de algunas personas, caminar. Y me di cuenta que lo que sucede en nuestra
vida, lo llevábamos en el Camino.

Entre el tercer y cuarto día, pude escuchar y conocer a las 24 personas del grupo, incluyéndome a mí. Me permití darme un momento mientras estaba atrás del grupo, para preguntarme por qué estaba ahí y reconocer mi historia como si fuera la primera vez que me escuchaba a mí mismo. Ahí fue donde realmente escuché mi voz.

Esa voz que siempre me acompaña, mientras trabajo, mientras hago, mientras vivo. Una voz que sin darme cuenta, me exige, me critica, me juzga. Comprendí que cómo me hablo a mí mismo influye en mi actuar, y solo pude escucharla cuando me atreví a dejar de correr y caminar, caminar y caminar.

En el quinto día, ya ni me acordaba de esta idea que tenía al inicio del viaje de ser el primero en llegar a Santiago de Compostela. En realidad, fui el último en cruzar. El número 24. Fue ahí donde me di cuenta, que ver a tu equipo llegar a la meta, ver a tu gente cumplir sus sueños, y ser herramienta para impulsarles, era lo que le daba sentido a mi vida sin olvidarme de mí mismo. Pero me di cuenta que, cuando llevo mi atención a las demás personas y salgo, surge un gozo que viene desde la conexión, desde el compartir y celebrar a otras personas.

Creo, desde lo más profundo de mi corazón, en este proverbio africano: “Si quieres llegar rápido ve
solo, si quieres llegar lejos, ve acompañado”.

HOMBRE DE CARTAS
Al final del Camino, tuve la iniciativa de escribirle una carta a cada uno de los miembros del grupo de 24 personas que transformó mi vida. No sabía las palabras exactas, pero sabía que mi propósito de vida sería acompañar a grupos de personas ofreciendo espacios de pausa, de calma y de caminar (no de correr). Eso es lo que hacía desde el Centro de Liderazgo Estudiantil de la Universidad de Monterrey como Coordinador de Formación en Liderazgo y como Facilitador de mindfulness, que fue mi puesto anterior.

El Camino de Santiago fue para mí un despertar en mi recorrido por esta vida. Estoy asombrado de lo que sucedió cuando me atreví a dejar de correr, dejar de querer más, y atreverme a caminar y observar lo que está aquí, presente, en este momento.