Titán de cinco colores

En exclusiva, este deportista que es parte de la comunidad UDEM nos platicó lo que fue vivir una Olimpiada.

Rendirse no es opción
Jesús Alberto Perales González (Voleibol de Sala)
ExaUDEM de Prepa UDEM (USP), Licenciado en Dirección y Administración de Empresas
COMPETIDOR EN RÍO DE JANEIRO 2016

¿Por qué decidiste practicar voleibol?

Desde chiquito me gustaban los deportes. Era muy intranquilo y necesitaba hacer algo. Como todo niño, me la pasaba en el parque con mis amigos jugando futbol, luego pasé a béisbol, natación, karate, muchos deportes. Cuando estaba en sexto de primaria, yo hacía básquetbol y mi hermana hacía voleibol. Un día, esperando a que llegará nuestra madre mientras ella seguía jugando, vi a los niños entrenar y el profe Martín me invitó a integrarme. Desde ese día me encantó y me quedé ahí.

¿Qué se sintió ir a las Olimpiadas?

Es algo inexplicable. El estar ahí en la inauguración en el estadio Maracaná, entre 100 mil personas, en el campo con los mejores atletas del mundo y ver cómo se encendía la llama olímpica, es algo impensable. En ese momento, me pasó todo por la cabeza. Me acordé de todas las veces que mi mamá pasaba por mí a la escuela con comida y ropa para llevarme a entrenar todos los días. Recordé a mi papá acompañándome y después de un fracaso o de lastimarme, me decía que podía hacer cualquier cosa que me propusiera. Estando ahí me di cuenta de que, sin ellos, nunca podría haber llegado a unos Juegos Olímpicos.

¿Hay algún secreto o dato poco conocido sobre las Olimpiadas?

En nuestro caso, fue la primera vez que un equipo de México clasificaba a los Juegos Olímpicos en este deporte desde 1964 que fue declarado como deporte olímpico. Nunca antes se había logrado.

De la experiencia en general, se me hizo muy curioso todo lo que hay en la Villa Olímpica. Me impactó entrar y ver tantos edificios, la miniciudad que es. El comedor es inmenso, mide como dos canchas de futbol y desayunas al lado de Rafa Nadal, Serena Williams, Usain Bolt, Michael Phelps y están todos casuales, como si nada.

También hay cafeterías, un McDonald’s, salones de juego, bares, áreas recreativas, mucho más de lo que pensaba y todo es gratis como competidor (risas).

Y sobre los secretos… no te los puedo decir.

¿Qué consejo le darías a otros deportistas que buscan llegar a unos Juegos Olímpicos?

Que nunca se rindan, si tienen un sueño vayan por él, no importa si llega lo que esperan o no, sino que nunca se rindieron. Mi mayor logro no fue ir a las Olimpiadas, sino nunca haberme rendido.
Sé que hay mil obstáculos, yo los viví. Me lesioné, fracasé y muchas veces pensé en dejarlo todo. Una vez hasta me sacaron de la cancha inconsciente en una ambulancia, desperté en el hospital y pasé meses sin poder jugar, pero nunca estuve solo, tenía a mi familia y entrenador que creían en mí, así que seguí adelante.

¿Tienes un mantra o algo que te repites antes de competir para calmar los nervios?

“El mejor lugar del mundo es aquí y ahora”. Me lo repito mucho para estar presente en lo que estoy haciendo, más allá de calmar los nervios. Y también lo aplico fuera de la cancha para estar presente en todo lo que haga, ya sea para disfrutarlo, vivirlo o sufrirlo; lo importante es estar ahí.

¿Tu mejor momento como troyano?

Lo mejor que pude haber hecho fue estar en un equipo representativo de la UDEM.

Recuerdo que casi cada fin de semana salíamos a jugar y nos íbamos de viaje todos los amigos. No podría escoger un momento, los escogería todos porque es con lo que me quedo, más allá de los conocimientos y de las medallas, los amigos que hice, los compañeros que tuve y todos esos momentos que pasamos juntos, para mí son invaluables.

Eso vale más que los buenos resultados, como ser campeones nacionales juveniles de Voleibol de Sala y de Playa, además de campeones de Segunda División en prepa.

¿Con qué canción celebras tus victorias?

Como es un deporte en conjunto, el que trae la bocina decide, pero cuando me toca a mí, pondría alguna canción de Hombres G o “Don’t Stop Me Now”, de Queen.