Trump y su capital político no se han ido
En sus 1,461 días, la administración de Donald J. Trump dejó como legado más de 400 mil muertes por coronavirus, una nación dividida, 30 mil 573 mentiras documentadas, tráfico de influencias, 11 mil millones de dólares en un muro que podría colapsar, la destrucción del pacto nuclear con Irán —una de las múltiples crisis diplomáticas que creó—, dos impeachments, la insurgencia en el Capitolio del 6 de enero, una elección que se politizó con el único propósito de deslegitimarla, discurso de odio, populismo y su incapacidad de articular ideas inteligibles (entre muchas otras cosas). Todas son razones para dejarlo en el olvido (como a Bush padre, como a Carter).
Sin embargo, seguimos (y seguiremos) hablando de él de aquí a 2024, principalmente porque puede ser presidente otra vez. No es difícil entender las razones. No cuando más de 74 millones de personas votaron por él en 2020, a pesar de cuatro años de President Trump. Menos aún, mientras tenga el capital político que sostiene sus ambiciones. Sí, Twitter ya no es una opción para propagar sus ideas (su cuenta fue cancelada a inicios de 2021), pero lo fue durante tiempo suficiente para difundir su personalidad en la plataforma, una que es chocante, absurda, poco estructurada… pero identificable con gran parte de la población en EUA. Por eso puede ser presidente otra vez.
De capitales políticos y desplantes
El llamado capital político personal se centra en la idea según la cual las personas en la política deben ser reconocidas a partir de características propias, biológicas, de la personalidad y del ambiente, y su notoriedad se construye sobre esos elementos. Los memes confirman que las características biológicas están ahí y que el bronceado y el cabello son imperdibles. Por graciosos que sean, el punto sigue siendo que es una figura política conocida en el mundo entero. Desde antes de su trayectoria política, el You’re fired que resonaba al cierre de su programa de televisión The Apprentice, sus tres matrimonios que eran alimento de revistas del corazón, sus múltiples proyectos de bienes raíces y negocios fastuosos, así como su obsesión con los reflectores, lo volvieron un rostro conocido. Trump era un hombre de portadas desde 1980.
El segundo elemento del capital político personal es la personalidad. Para entender la personalidad de Trump —sin entrar en terrenos psicológicos profundos— se puede optar por dos enfoques. El primero, más formal, retoma los indicadores de las tipologías del indicador Myers-Briggs. Para esta tipología, el expresidente es un “emprendedor” (ESTP): a Trump le cuesta seguir las reglas por mucho tiempo, porque cree que, en su caso, se hicieron para romperse. Además, tiende a reaccionar más que a planear y sus comentarios, por lo mismo, son impulsivos. Si @realDonaldTrump no hubiera sido suspendida, se podría ver el historial de tuits nocturnos y analizar la psique
de este personaje histórico e histriónico (los tuits sobreviven en bases de datos públicas, pero no es igual). El otro criterio para entender su personalidad carece de fundamentación científica, pero mezcla el sentido crítico y satírico de internet: Karen. Sí, esa que quiere hablar con el gerente. Basta con ver la política exterior de Trump cuando nombró al COVID-19 como la “gripe china” ¡insistiendo que no era ni racismo ni xenofobia! También es notable cuando sugirió que la salida de EUA de la Organización Mundial de la Salud fue “porque está bajo control de China” (nada más lejano de la realidad), o cuando justificó que la guerra comercial con China era porque el gigante asiático le debe dinero a EUA por el déficit comercial (spoiler alert: así no funciona el comercio exterior).
China está lejos de ser el único ejemplo. No olvidemos que, según Trump, México iba a desembolsar por el muro. La plataforma electoral de Trump aún tiene el registro de “los planes” para obligar a México a pagar de cinco a 10 mil millones de dólares por el muro. Estos planes iban desde la cancelación de visas hasta restringir la salida de las remesas hacia México. La respuesta de México, estoico, fue siempre la misma: no. Mención especial requiere el Acuerdo de París, porque en sus palabras (y las del senador Ted Cruz, otro impresentable), los países miembros tenían que entender que él era el “presidente de Pittsburgh y no de París”. Para Trump y sus hechos alternativos, el cambio climático es un engaño y el acuerdo una herramienta para sacarle dinero a EUA.
Twitter y ¿carisma? al servicio de la nación
No debe entenderse que Trump es el único presidente de EUA cuya política exterior ha sido, por decirlo de alguna manera, problemática. Obama tiene récords por deportaciones de mexicanos y Bush hijo ya había construido partes del muro, por ejemplo. Si retomamos el bloqueo del Órgano de Apelaciones de la Organización Mundial del Comercio, en estricto sentido este inició con Obama. Lo que difiere con Trump es la diplomacia detrás.
En política exterior es difícil que EUA no sea problemático —por algo es el “hegemón”—; pero hasta el “hegemón” sabe, o debería saber, que el uso de la fuerza tiene límites y las estrategias de la Guerra Fría no funcionan como antes. Como dice Joseph Nye en su libro Soft Power: The Means To Success In World Politics (2004), los países necesitan del “soft power” para cumplir sus agendas. La diplomacia de Trump —dependiente de Twitter— fue para el poder blando de EUA, lo que un elefante, usando patines por primera vez, en una tienda de cristales.
Hay quienes consideran que Trump personifica al líder carismático de Max Weber. En el imaginario colectivo, Trump no pareciera cumplir con lo básico de lo que uno asumiría como carisma, pero no se trata de compararlo con V, de la banda coreana BTS. Para Weber, quien ejerce liderazgo carismático es una persona cuyos idearios son más relevantes que la realidad en la que vive, al punto que las verdades y los hechos no necesariamente coinciden.
La agenda de Trump es clara, impositiva, misógina, y hace clic con su electorado. Se ve a sí mismo como un luchador y la única persona que puede hacer algo por EUA. No lejos está aquel celebre Photoshop de la cabeza del expresidente sobre el cuerpo de Rocky Balboa. Claro que, en su discurso, a veces pareciera que él va antes que America.
Es justo America First lo que nos lleva al tercer elemento para entender el capital político personal de Trump. El capital político personal se acumula a lo largo del tiempo, y la personalidad se vuelve notoria cuando retoma su ambiente. Quizá el punto más relevante para entender por qué 74 millones de ciudadanos votaron por él es esto: Donald Trump representa a una enorme parte de la sociedad estadounidense (¿a la mayoría? Debatible). El estereotipo de las y los Karen existe por una razón, porque hay gente que camina por las calles sin cubrebocas y quejándose del resto del mundo que no hace lo que ellos quieren.
Estados Unidos tiene serios problemas de inequidad, racismo, segregación y discriminación en todas sus formas y colores. Las personas que defienden ese statu quo también votan. Poco importa que Trump represente al 1%, porque hay una historia de dinero y poder, porque trató a EUA como a un negocio y porque a la gente se le olvida que sus negocios se han declarado en bancarrota unas seis veces. Tres ideas están vinculadas con el trumpismo: statu quo, nacionalismo y supremacía. Él ya no está en el poder, pero esas son las fuerzas que lo llevaron a la Casa Blanca y que movilizaron el ataque al Capitolio en enero de este año.
El rey de la polarización
Los medios de comunicación que no celebraban y defendían sus programas eran llamados en automático fake news, al grado que el entonces presidente optaba por ignorar las cámaras y pretender que trabajaba para dar por terminadas las entrevistas. Las facciones conservadoras nombraron “protesta” a la toma del Capitolio, mientras que Black Lives Matter se considera —por la misma gente— anarquía, violencia y extremismo. Las críticas y posibles delitos cometidos por su administración se desechaban con el argumento del what about. El whataboutism es una táctica política que busca desviar la atención de un tema que puede resultar “incómodo” hacia una acusación a las acciones de una tercera persona. Como si un mal cancelara a otro. El problema es que quienes lo siguen, le creen.
La polarización social alimenta su imagen: sus férreos seguidores creyeron que el cloro y la luz del sol servían contra el coronavirus, se unieron a sus ataques cuando futbolistas negros de la NFL se arrodillaron como protesta por el racismo y se rieron cuando hacía comentarios sexistas, misóginos y que promovían la rape culture. Son esas personas que decidieron que tomar por asalto el Capitolio era una forma de interrumpir la democracia y que aplaudieron cuando la policía atacaba a quienes protestaban de manera pacífica, mientras el expresidente iba de paseo con una Biblia.
Lo que lo llevó al poder una vez no ha desaparecido. Trump hizo lo imposible por mantener el statu quo y por revertir los cambios, amparado en quienes lo siguen y una mayoría del Partido Republicano. Su respuesta a la suspensión en las redes sociales que más utilizaba ha sido el potencial lanzamiento de su propia plataforma, una en la que no hay límites a lo que puede hacer o decir.
Incluso si Trump desaparece de la vida política, los efectos de su paso por la presidencia no van a superarse de un año a otro. El conservadurismo en EUA lo sigue viendo como un líder, aunque no es el único. Tampoco sus posturas populistas han desaparecido. Mientras, la amenazadora posibilidad del retorno de Trump a la vida política sigue muy presente, oculta y a la vista de todos. Sería su mejor revancha… y Trump sabe de eso.