Una mirada reflexiva sobre la muerte

Por Agarzelim Álvarez, profesora UDEM de la Escuela de Negocios

¿Cómo sabemos que la muerte existe? Paradójicamente, es en la ausencia de alguien que la comprendemos. La muerte se revela no en lo que es, sino en el vacío que deja, en esa falta que sentimos intensamente. Pero, ¿cómo se siente la muerte? Tal vez nadie lo sabe en carne propia, y sin embargo, su presencia pesa sobre nosotros, se instala en nuestras mentes y en nuestros corazones.

Cuando alguien a quien amamos se va, su muerte nos alcanza de una manera profunda y real. Se siente en el estómago, nos toma la cabeza, nos invade el pecho. La muerte duele en el cuerpo de quienes quedamos aquí. Es un dolor que delata el vacío de su ausencia, un eco persistente de quien se ha marchado, una presencia invisible que, sin embargo, permanece con nosotros.

Crédito: Foto de Julia Kadel en Unsplash.

Reflexionemos un poco, si la muerte se percibe en los cuerpos de quienes aún vivimos, ¿es posible entonces que la muerte misma esté “viva”? ¿Puede ser que, de algún modo, la muerte también habite entre nosotros? Y si es así, si la muerte “vive,” y la vida es aquello que se disfruta, ¿deberíamos entonces encontrar una forma de disfrutar también la muerte? Esta es una idea desafiante. 

La muerte, cuando la aceptamos en el alma, se transforma en una presencia amorosa, una ausencia que no duele, una presencia que perdura. El recuerdo se convierte en un hilo que nos conecta con quienes se han ido, un vínculo que permanece a través de los recuerdos, de los momentos que nos dejaron, de los aprendizajes que sembraron en nosotros. Y esta es una presencia que sí, merece ser celebrada.

En esta próxima noche de velas y flores, recordemos que la muerte puede ser vista como un cambio, una transformación que reconforta. La fe, cualquiera sea su expresión, nos permite ver más allá de lo inmediato, imaginar que la muerte no es un final, sino parte de un ciclo. La memoria de nuestros seres queridos se convierte entonces en una celebración viva, una llama que nunca se apaga, un recordatorio de que, aunque ellos se han ido, siguen presentes en nosotros.

Crédito: Foto de Sandy Millar en Unsplash.

Que esta reflexión sea una invitación a honrar y celebrar la vida, y a comprender que, el amor y el recuerdo nos permiten trascender la muerte. En el Día de Muertos, no nos reunimos para despedirnos, sino para compartir un instante con ellos, con los que se han ido, para vivir su recuerdo y entender que su ausencia es también una forma de presencia.

Que cada uno de nosotros encuentre consuelo en el recuerdo, y la paz, en el amor que nunca se desvanece.

¡Feliz Día de Muertos!