VANDALIZAR EL ARTE: ¿BUENO O MALO?

Por: Laura Ivana Escobedo Dávila, estudiante de la Licenciatura en Diseño Gráfico UDEM

Arrojar un pastel hacia la Mona Lisa como forma de protesta. En mayo pasado, un activista disfrazado de una señora mayor de edad, que iba en silla de ruedas, aventó un pastel a la pintura célebre en el Museo del Louvre. Mientras era llevado a las afueras del museo para ser arrestado, el activista gritaba: “¡Piensa en el planeta, hay personas que están destruyendo el planeta! ¡Piensa sobre eso! Los artistas te dicen: piensa en el planeta. Es por eso que hice esto”.

¿Hasta qué punto el arte es el vehículo idóneo para simbolizar consciente e inconscientemente alguna postura ideológica? ¿Qué tan válido es llegar al grado de atentar contra la materialidad misma de la obra? A lo largo de los años, el arte ha sido “víctima” de atentados por varias razones (políticas, religiosas, estéticas, sociales y culturales, entre otras), y los actos vandálicos han sido motivados por cuestionamientos directos sobre aspectos ideológicos del mismo arte. Conviene revisar algunos ejemplos:

VENUS DEL ESPEJO por Diego Velázquez (1647)

Al inicio del siglo 20 surgió el término suffragette, designado a las mujeres que reclamaban su derecho a votar e infrin­gían la ley como única opción. En 1914, Mary Richardson, miembro de la Unión Social y Política de las Mujeres de Emme­line Pankhurst, entró a la Galería Nacional de Arte de Londres con un cuchillo de carnicero con el fin de destrozar la Venus del espejo de Velázquez y alcanzó a cortar la parte trasera de Venus. El objetivo era llamar la atención del arresto violento de Emmeline, llevado a cabo un día antes.

EL PENSADOR, por Auguste Rodin (1881)

Fuera del Museo de Arte de Cleveland, la escultura de Rodin fue dañada en la década de 1970 por una bomba que destruyó sus extremidades y su base. Se dice que el atentado fue perpetrado por Weather Underground, un grupo activista de estudiantes que protestaba contra la guerra de Vietnam. La obra, según lo dicho, es un símbolo del elitismo y de las personas de poder.

LOS GIRASOLES, por Vincent van Gogh (1888)

El más reciente. Apenas en octubre pasado, dos ecologistas de la organización Just Stop Oil arrojaron sopa de jitomate al cuadro del neerlandés en la National Gallery de Londres y adhirieron sus manos con pegamento a la pared a un lado de la obra, la cual no sufrió daños debido al cristal que la protege. Mel Carrington, portavoz del grupo ecologista, declaró que el cuadro no tiene relación directa con el cambio climático: la elección respondía para llamar la atención, al ser una pieza muy popular.

FANTASMONES SINIESTROS, por Frida Kahlo (1944)

En julio del año pasado, en un evento privado en una mansión de Miami, Martin Mobarak (coleccionista de arte y empre­sario de criptomonedas) vandalizó la obra de Kahlo al ponerla en un vaso de martini e incendiarla mientras una banda de mariachi tocaba el “Cielito lindo”. Según el millonario, al quemar la obra liberaría el dolor que la artista tenía —al menos de manera simbólica—. Las regalías de la venta por la pintura estaban destinadas a varias organizaciones de caridad y arte, específicamente la Asociación Craneo-facial, el museo de Frida Kahlo y el Museo del Palacio de Bellas Artes.

LOS JARRONES DE COLORES, por Ai Weiwei (2006)

Máximo Caminero, un artista local de Miami, causó un escándalo global al romper uno de los jarrones en el Pérez Art Museum en febrero de 2014. Máximo caminó por la galería, agarró uno de los jarrones y, cuando un guardia le pidió que lo pusiera de vuelta, Caminero decidió́ tirarlo al piso, destruyendo así́ una pieza con un valor de un millón de dólares. Caminero comentó que lo hizo porque los artistas locales nunca son mostrados en el museo y porque se gastan millones para exhibir a artistas internacionales.

LA FUENTE, por Marcel Duchamp (1917)

Pierre Pinoncelli fue multado por 214 mil euros en 2006 por destruir el urinal con un martillo en el Centro Pompidou en París. En la corte, Pinoncelli admitió que también había orinado en una réplica de la obra de Duchamp, en una exhibición en Nimes (Francia) en 1993. Este acto iconoclasta era un perfor­mance para recordarle a las personas que olvidaron la función radical del arte. Pinoncelli agregó: “Yo creé algo fresco y nuevo, yo creé algo nuevo, algo que Duchamp hubiera aprobado”.

Los actos de vandalismo a obras artísticas son en sí́ una manera de protestar aspectos que se perciben injustos para dirigir la atención a una causa. En algunos casos, se hace una crítica política o social, en otros se comete lo que se conoce como apropiación —modificar una obra ya existente—. La historia del arte nos recuerda que cada movimiento artístico es una manera de protesta en contra de una corriente previa, con la idea de renovar y traer algo innovador a la mesa, de proponer un nuevo paradigma.

¿Por qué́ vandalizar obras en museos y no, por ejem­plo, arte urbano? El arte tradicional representa a la burguesía, al poder y a los círculos de élite, y una importante franja de la sociedad no se siente identificada. Además, el arte urbano (como ejemplo Banksy) no es una “víctima idónea” porque el mismo arte ya es un acto vandálico.