Ver a tus amigas y amigos es importantísimo (y más en 2021)

Dejar niñas en una casa. Recoger niñas en otra. Los viajes se alternaban entre una mamá y otras para hacer los menos viajes posibles, pero ellas, las amigas, siempre iban juntas. Así fue durante casi 16 años. Hace ocho meses, las mamás dejamos de ser choferes, anfitrionas, tías y la actividad social se detuvo.

Hoy mi auto vacío descansa en la cochera y mi celular no suena pasada la media noche para escuchar al otro lado la tímida petición. Reconozco que, al principio, fue un alivio que mi hija no saliera de casa. Algunos fines de semana incluso fue reparador no estar despierta esperando la hora para ir a recogerla. Antes no me podía dormir esperando. Ahora, aunque sé que está en casa todo el tiempo, tampoco puedo dormir.

No estoy tranquila.

La veo sumida en el sillón con el celular en la mano. Ya son ocho meses de esta rutina. De la cama al estudio, del estudio a la cocina, de la cocina al sillón. Me acerco y le pregunto si necesita algo. “Nada”, dice aburrida. Y vuelve al celular. ¿Qué es lo que más me extraña? Que no quiera salir.

Hace un mes ambas perdimos a un gran amigo víctima de este virus moderno que ha matado a miles de personas en el mundo. Fue un gran trabajo mental convencerla de ir al funeral, donde estarían nuestros amigos más cercanos. Finalmente asistimos y el resultado fue consolador. Entre conocidos compartimos la pérdida, entre amigos pudimos reír sin dejar de llorar.

LA GENERACIÓN QUE NO DUERME

¿Es posible tocar un tema hoy sin hacer referencia a la pandemia? Por más que se intente, parece que no. Y menos si se trata de temas sociales. El comportamiento de mi hija es igual al tipificado como ansiedad social y la experimentan millones de personas en el mundo, sobre todo la Generación Z, centennials o App Generation.

Un estudio realizado por la Universidad de Carolina del Sur y la de Huazhong afirma que los centennials, mucho más empáticos y preocupados por el medio ambiente, tienen miedo de salir y enfermarse, pero no por ellos, sino por sus familias. Nativos digitales, se sienten cómodos en sus casas y no quieren salir a menos que sea estrictamente necesario. Así se pasan horas conectados viendo la vida pasar por una pantalla, sin experiencias reales.

Al sentirse sumamente responsables, tienen pavor de ese enemigo invisible que acecha como si viviéramos en las cavernas. Además, en 2020 hay un nuevo condicionante: el portador del peligro pueden ser sus amigos o familiares… o uno mismo.

También se han vuelto intolerantes y señalan a quienes no usan cubrebocas o van a fiestas, usan plástico o comen animales. Puede volverse una generación asustadiza y radical. ¿Por qué? El aislamiento hace mella en sus pocos años de vida y me pregunto si hay algo que los adultos, más resilientes, podamos hacer para atenuar tanta angustia. Me parece que sí. Pero habrá que volver a lo básico: reconocer el verdadero valor de la amistad.

NUESTROS AMIGOS, LOS GRIEGOS

Para Sócrates, ese filósofo que solo sabía que no sabía, un amigo no puede definirse por algo concreto, es decir, “no se sabe que el amigo es”. Solo “sentimos” que nuestra alma está indisolublemente ligada a la de él o ella, aunque racionalmente no sepamos explicar por qué es nuestra amiga o amigo del alma.

A los hermanos los impone la sangre, pero a los amigos los elegimos nosotros. Y cuando pasan los años y revisamos el porqué de la amistad, esta puede suceder por múltiples motivos. En la obra Lisis —mejor conocida como Sobre la amistad—, Platón señala el destino que nos une con nuestros amigos: “Siempre hay un dios que lleva al semejante junto al semejante”… o dicho en mexicano: “Dios los hace y ellos se juntan”.

Si bien al principio a los amigos los queremos porque nos caen simpáticos o nos resultan atractivos, conforme la relación se estrecha percibimos que los necesitamos más que a nuestra propia familia, sencillamente porque con ellos podemos ser quienes somos real e idealmente.

Para Sócrates, “la amistad solo puede darse, entonces, entre buenas personas, quienes pueden confiar en sí mismas y por ello las unas en las otras. En este sentido, puede afirmarse que precisamente los buenos son aquellos que son útiles el uno al otro, es decir, que se prestan ayuda mutuamente y que, consecuentemente, se requieren o desean el uno al otro”.

Aristóteles, por su parte, en Ética a Eudemo, deja apuntada una de sus frases más famosas: “Consideramos que el amigo está entre los mayores bienes y que la falta de amistad y la soledad son lo más terrible”. Desde el punto de vista filosófico, los amigos son buenos para nosotros, pero para la ciencia, no son solo buenos, sino esenciales para darle sentido y continuidad a la vida misma.

EL ESLABÓN PERDIDO

En su libro Sapiens (2011), Yuval Noah Harari hace un especial énfasis en las habilidades de nuestra especie para el chisme. Este murmullo constante entre los miembros de un clan hizo que pudiéramos comunicar quién era confiable y quién no. Solo en la complicidad era (y es) posible ponerse, primero, de acuerdo, y posteriormente, a salvo de los peligros. Y sí, del cuchicheo salían los comportamientos deseables y desleales; forjaba alianzas y complicidad.

Podemos dudar de esta aproximación. Sin embargo, basta recordar los comentarios alrededor de la jarra de café o el intercambio de rumores en los viernes de tacos o martecitos y juevecitos. En la actualidad, “radio-pasillo” funciona en las empresas y universidades de la misma forma que hace siglos en las cavernas, marcándonos con voces conocidas quién es confiable y de quién hay que sospechar. La frase “Te lo digo como amigo” encaja muy bien en este contexto.

Ahora que vivimos semiencerrados en el pequeño grupo familiar, nos damos cuenta de esa conducta social que habíamos olvidado: nuestros chicos no extrañan la escuela, extrañan a sus amigos; los adultos no extrañamos las salidas a comer, o las fiestas, sino a los amigos con quienes las compartíamos. Los amigos pertenecen a otra tribu (no la familiar) y nos enlazan con otro mundo que nos permite tolerar lo distinto y crear un marco de referencia más grande.

DE FRIENDS A #BFF

Un informe del Pew Research Center de EUA explica que estudiar las generaciones ofrece “una forma de entender de qué manera experiencias como acontecimientos globales, cambios tecnológicos, económicos y sociales interactúan con el ciclo de vida y el proceso de envejecimiento para definir el modo en que la gente ve el mundo”.

Me atrevo a decir que por eso también cada generación nos ha mostrado la forma en la que se percibe la amistad: para mis abuelos, El gordo y el flaco; para mis padres, Tin Tan y su compadre Marcelo; para mi inexplicable generación X, Jerry Seinfeld y sus íntimos Elaine, Kramer y George; para los millennials, las chicas de Girls (2012-2017): Lena, Allison, Jemima, Zosia; para mi hija, centennial, Lizzie McGuire, Miranda y Gordon. Y, por supuesto, para todos: Monica, Rachel, Ross, Joey, Chandler y Phoebe.

A través de la pantalla, cada generación se ha identificado con ellos, afirmando lo extraordinario que resulta que seres tan distintos entre sí puedan ser amigos.

SALUD POR LOS AMIGOS

Compañeros de copas, de celebraciones y aventuras. Cuando decimos “salud” con los amigos, realmente la estamos disfrutando. De acuerdo con la Clínica Mayo, los amigos contribuyen a tu salud física, emocional y mental, aportando enormes beneficios entre los que destacan aumentar tu sentido de pertenencia y de propósito, reducir el estrés y generar espacios para tu felicidad, mejorar tu confianza y autoestima.

No es necesario pasar horas con tus amigos, basta conversar 10 minutos para mejorar la memoria y el rendimiento en pruebas, según una investigación de la Universidad de Michigan, publicada en el Personality and Social Psychology Bulletin. Óscar Ybarra, psicólogo al frente del estudio, señala que “los descubrimientos sugieren que visitar a un amigo o vecino puede ayudar tanto como realizar crucigramas para mantenerse mentalmente avispado”.

Perder el contacto por el aislamiento puede generar un mayor daño psicológico que verse 30 minutos presenciales (con cubrebocas y gel) una vez a la semana. Por lo mismo, animo a mi hija a salir y le explico por qué es importante ver a sus amigas.

No es necesario juntarlas a todas en un mismo lugar —sería imprudente—, pero hay sitios al aire libre donde pueden conectarse por el amor y la empatía. Sintonizar sus ondas cerebrales, descargar dopamina, mejorar su salud, tocarse codos, rodillas, espalda y sonreír por el gusto de estar vivas.

Quiero que mi hija vuelva a ver a sus amigas y amigos, los necesita como yo a los míos. En el funeral de nuestro amigo entendí que todos estamos de paso por este mundo, eso es indudable, pero ese transitar tiene sentido cuando, en un abrazo fraterno, alguien nos reconforta y logra que nos volvamos a sentir seguros. Ese alguien es el alma de quien reconocemos como “amigo”.