Ecoansiedad: nuestra paz mental se derrite
2020 fue un año de crisis. La temperatura global aumentó 0.5ºC, tanto en la superficie terrestre como en los océanos. La pandemia nos llevó a incrementar el uso de los empaques de plástico por la seguridad sanitaria, mientras creció el volumen de la basura por cubrebocas, guantes y bolsas de un solo uso. Australia perdió más del 20% de sus bosques en los incendios durante el verano de 2019-2020, una proporción nunca antes registrada por los científicos de Nature Climate Change.
California tuvo su primer “gigaincendio” que quemó más de un millón de hectáreas. Los fertilizantes y el calor extremo están matando a las abejas, insectos fundamentales para mantener en vida el mundo como lo conocemos. Y, según Gabriel Grimsditch, experto de las Naciones Unidas en vida marina, el 50% de los corales en el mundo murieron en los últimos 30 años.
Todos lo hemos visto. Estos acontecimientos están grabados en nuestra memoria y ahora nos aterroriza recordarlos. Estamos en una crisis ambiental que, además de acabar con nuestro planeta, afecta nuestra salud mental, nos paraliza y nos lleva a pensar que no habrá salida. Si pensar en cómo drenamos a ritmos desenfrenados los recursos te genera una angustia terrible, te tengo una noticia difícil: tienes ecoansiedad.
La crisis climática está causando estragos en nuestra mente. En 2017 y por primera vez, la Asociación Estadounidense de Psicología definió la ecoansiedad como “un miedo crónico ante la catástrofe ambiental”. Desde entonces, ha sido un diagnóstico recurrente: en 2019, cuatro de cada cinco estudiantes australianos reportaron sufrir este padecimiento, de acuerdo con una encuesta de ReachOut, organización que se encarga de la salud mental de los jóvenes.
Otro estudio en Reino Unido arrojó que 40% de las personas entre 16 y 24 años se sienten abrumadas por el tema. Claro, vivimos rodeados de noticias, datos y campañas en cualquier medio que vemos, aparecen en Instagram, en blogs, en revistas, y todo apunta a algo que parece inevitable: el apocalipsis. ¿Por qué lo sentimos tan personal? Caroline Hickman, de Climate Psychology Alliance, argumenta que es una respuesta racional, natural y empática de la sociedad hacia la Tierra. Greta Thunberg lo ha dicho hasta el cansancio: “Nuestra casa se está quemando”.
Se pone peor
Este es un buen momento para agarrar tu pelota antiestrés antes de seguir leyendo porque, aunque lleguen los bomberos, parece que las llamas son más poderosas. Esta preocupación universal se apoya en datos que vislumbran un futuro complejo en todos los aspectos. En el Foro Económico Mundial de 2020, en Davos, Suiza, el panorama no fue nada alentador.
Por primera vez desde 2007, los cinco principales factores de riesgo con mayor probabilidad de suceder son ambientales. Las temperaturas extremas, fallas en acciones para prevenir el cambio climático, desastres naturales, la pérdida de la biodiversidad y las catástrofes ambientales creadas por los humanos son consideradas como los eventos con el mayor im-pacto, y superan a las causas tecnológicas, económicas, sociales y geopolíticas.
Incluso las armas de destrucción masiva quedaron detrás del impacto que tendrían las fallas en reparar el ecosistema tanto en probabilidad como en sus consecuencias.
El costo por estas pérdidas también está drenando las reservas económicas a nivel mundial. En los últimos dos años, el total de tres desastres naturales rebasó el promedio anual de los 10 años anteriores, que era de $71 mil millones de dólares: las inundaciones en Japón (2018) representaron $9.8 mil millones de dólares; los incendios en California (2018), $16.5 mil millones de dólares; los incendios en Australia (2019-2020), $68 mil millones de dólares. En total: $94.3 mil millones de dólares en pérdidas totales.
En 2018, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) nos lanzó, como balde de agua, la siguiente alarma: solo nos quedan 12 años para prevenir los peores daños del calentamiento global (hasta 2030). Asimismo, el reporte de 2019 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) registró que, a menos que los gases de efecto invernadero se reduzcan 7.6% cada año entre 2020 y 2030, no lograremos los objetivos del Acuerdo de París de 2016, el cual busca prevenir que la temperatura anual promedio no suba 1.5ºC. Ok, sé que grado y medio más —o dos— suenan a que no es nada, pero cada aumento de temperatura, por menor que sea, implica que las temperaturas extremas en días calurosos sean más frecuentes.
Con esto, incrementaría el nivel del mar y, por ende, las inundaciones y fenómenos como huracanes, mientras que la acidez en el océano se elevaría y el oxígeno disminuiría, afectando a las especies marinas (morirían hasta tres millones de toneladas de peces). En resumen, consecuencias irreversibles.
¿Cómo se ve el panorama para lograr estos acuerdos mundiales pactados hace cuatro años? Mal: desde 1980, la temperatura global ha aumentado cada año (y a mayor velocidad desde 2015)… y 2020 fue el segundo año en romper el récord de temperatura: aumentó globalmente 1.14ºC (promedio de tierra y océano) por encima del promedio de toda la época industrial, de 1800 a 1900.
Llama(ra)das de auxilio
Los incendios forestales masivos en Australia y California deben ser un wake up call para todos de la crisis climática que nos amenaza: la actividad regular se salió de control por temperaturas y sequías que rompieron récords. A pesar de que los australianos están acostumbrados a la temporada de incendios durante su verano, estos escalaron de tal forma que no pudieron ser controlados. Mientras tanto, en California, sumemos la falta de planeación urbana que fomenta el riesgo de vivir en zonas de sequía + la tala excesiva + el combustible que se queda al apagar incendios masivos = la receta perfecta para el desastre.
Los ecologistas de la Universidad de Sídney estiman que mil millones de réptiles, mamíferos y aves murieron, entre ellos ocho mil koalas, los cuales también perdieron un tercio de su hábitat natural. De acuerdo con el antropólogo Thom van Dooren en su libro Flight Ways: Life and Loss at the Edge of Extinction, estamos atravesando por una sexta extinción masiva, considerando que la quinta fue hace 65 millones de años cuando los dinosaurios desaparecieron. Toma eso, paz mental.
En la mayoría de los países del hemisferio norte, la ecoansiedad no apunta siempre al impacto inmediato sino al futuro. Así lo explica Aimee Lewis-Reau, quien, junto a su esposa, fundó Good Grief Network, un programa de 10 pasos enfocado en la resiliencia y en el empoderamiento ante la desesperanza, la falta de acción y la ansiedad causada por la crisis climática. Lewis-Reau aseguró en entrevista para Time que “en el pasado creíamos que, si seguíamos ciertas reglas, las cosas eran predecibles y seguras. El predicamento ambiental cambia esto, las personas en EUA no saben qué hacer con este sentimiento de incertidumbre”.
Para colmo, algunos gobiernos no ayudan: la administración de Donald Trump no se cansó de negar sistemáticamente el cambio climático, se salió del Acuerdo de París en noviembre de 2020 (aunque la nueva administración ya aseguró que volverá a integrarse), bloqueó un testimonio en el Congreso que alertaba sobre los efectos visibles de este fenómeno, y retiró fondos a estudios sobre sus consecuencias a corto y largo plazos. En México, a pesar de que el expresidente Enrique Peña Nieto se comprometió al mismo acuerdo en 2016, con acciones que reducen las emisiones de gases de efecto invernadero, seguimos en el camino equivocado: nuestro país fue el primer emisor de dióxido de carbono en América Latina en 2018, creando 477 megatoneladas, de acuerdo con Global Carbon Atlas.
Para simplemente sobrevivir, otro porcentaje de la población hace lo posible por distraerse del problema y se entumece en el camino. Tim Gordon, un biólogo marino de la Universidad de Exeter, contó en entrevista para BBC Radio 1 que evita pensar en las catástrofes climáticas porque no podría hacer su trabajo, el cual consiste en estudiar arrecifes alrededor del mundo como en Australia o en el océano Ártico.
“Lo que encontramos es que estamos documentando el rápido deterioro de ciertos lugares. Gran parte del tiempo estás como entumecido ante esto. Pasas tantos meses haciéndolo y solo sigues —tienes un trabajo por hacer—”. Aun así, es una técnica para combatirlo, porque, de lo contrario, se daría por vencido ante el desastre ambiental: “Ocasionalmente, sin una razón aparente, te das cuenta de que estás flotando en medio del agua, volteas y piensas: ‘wow, todo se está muriendo’”.
Lo bueno es que ya tenemos un sexto sentido
Nos sentimos impotentes, enojados, nos damos por vencidos con una culpa constante porque siempre podríamos hacer más. Existe una responsabilidad por solucionar esto, aunque la magnitud del problema nos rebase. A veces es mejor no pensarlo para poder seguir con nuestro día. ¿Cómo puedes planear un futuro si el presente se siente tan incierto? ¿Estamos condenados a sentirnos así hasta el final de los días? ¿Debemos ceder ante el caos y aceptar que moriremos por la crisis climática que causamos?
Kate Marvel, una científica y escritora ambiental de la Universidad de Columbia, se ha dedicado a combatir la desinformación del cambio climático en un momento en que todo es confuso y lo explica de otro modo: “El mensaje de ‘Todos vamos a morir, ¿cómo te atreves a decir que hay algo que podamos hacer?’ no está justificado por la ciencia. No digo que todos podamos descansar y tampoco que vivimos en el mejor de todos los mundos posibles, pero uno bien puede hacerse de un sentido de optimismo al enfocarse en trabajar hacia una solución”.
Si este artículo te generó más ecoansiedad, cumplí, ya que ese era el propósito. Sin preocupación, sin una necesidad, no hay lucha. Lo que este padecimiento de la sociedad actual nos puede enseñar es que, mientras más preocupación tengamos, más estaremos dispuestos a ocuparnos para remediarlo, como lo dice Kate Marvel. Hemos desarrollado un sexto sentido ‘eco’ que se mantiene alerta todo el día, haciéndonos dudar de qué leche debemos tomar, si usar o no el coche y que, si le hacemos caso, es el recordatorio de que debemos pelear por una solución. Por eso, te lo presentamos en un método que es tan fácil de recordar como las vocales.