Tus tataranietos verán tus fotos de adolescente

Por: Rodrigo Guerrero Lucio

Bastó un fragmento meteórico de poco más de 10 kilómetros para arrasar con el 75 % de la vida en nuestro planeta hace 60 millones de años. A partir de ese pequeño incidente, los seres humanos hemos dedicado muchos de nuestros recursos a favor de recolectar y resguardar los retazos del antiguo mundo, ayudándonos a darnos una idea de cómo era la vida antes de que el Homo sapiens empezará su dominancia. Es así como nuestra capacidad de reconocer y apreciar nuestra historia nos ha impulsado a generar grandes avances tecnológicos y científicos, y hoy más que nunca la información parece ser la herramienta más útil para el progreso.

Sin embargo, aun con los avances de la tecnología moderna, hemos sido incapaces de descubrir los grandes misterios escondidos en nuestra historia. La información contenida en la perdida biblioteca de Alejandría, las misteriosas civilizaciones que existieron antes de la invención de la escritura, o las leyendas de los dioses nórdicos jamás escritas en las Eddas son ejemplos de datos de nuestra historia condenados a permanecer desaparecidos en el tiempo.

Análogamente, hoy en día millones de terabytes que son generados y subidos a la nube a diario se almacenan en máquinas incapaces de sobrevivir unos cuantos años sin tener que ser mantenidas o intercambiadas, lo que pone en peligro de desaparecer a mucha información que conforma parte de nuestra cultura actual. Todo esto se presenta como un riesgo para la protección del conocimiento humano a largo plazo, pero ¿qué tal si existiese una tecnología capaz de almacenar información sin ocupar grandes cantidades de espacio y de ser lo suficientemente resistente como para poder sobrevivir el paso del tiempo? La respuesta yace en los cristales de silicio (y no del tipo que te dan buenas vibras y te ayudan a hacer amarres para el crush).

Científicos de la Universidad de Southampton han logrado almacenar tres capas de código informático en un bloque de cristal de silicio, de aproximadamente dos milímetros de grosor, mediante el uso de un láser de femtosegundo. ¿Muy complicado? Imaginemos un CD. Marcadas sobre este se encuentran líneas que rodean la superficie del disco. En cada línea hay pequeños puntos que representan el número uno, mientras que aquellos espacios de la línea que no cuenta con puntos representan ceros. Al introducir el disco a un reproductor de CD, dicho hardware es capaz de leer, a través de un láser, el código de ceros y unos engravados en la superficie para poder reproducir la información audiovisual que el disco contiene.

De manera similar, los cristales del llamado Proyecto Silica contienen tres nanocapas con un código representativo de la información digitalizada y resguardada dentro del vidrio. La forma en que estos datos son codificados dentro del cristal es mediante el uso de un láser, capaz de emitir una onda infrarroja de gran precisión, que trabaja en millonésimas de segundo y que separa las moléculas dentro del vidrio, a tal grado de hacer deformaciones en tres capas del cristal. De esta manera se crea un tipo de imagen tridimensional que puede ser escaneada y decodificada por una computadora.

Así, este cristal es capaz de almacenar cantidades extensas de información dentro de sus tres capas, además de ser un material resistente que puede sobrevivir diversas condiciones. Desde ser hervido, horneado, aguantar golpes y mucho más, la resistencia del cristal le permite perdurar por miles de años, lo que asegura una forma eficiente de almacenar información sin ocupar grandes espacios y poder sobrevivir para ser analizado por futuras generaciones.

¿La prueba de todo esto? Superman. Resulta que los científicos innovadores de esta tecnología son fanáticos del personaje de DC Comics, y no dudaron en ofrecer su tecnología a Warner Bros. para poner a prueba la efectividad del cristal.

Curiosamente, es dentro de la misma película que se muestra que la forma en la que Superman es capaz de conocer información sobre Kriptón, su planeta natal, es a través de cristales que contienen información. Asimismo, los científicos de nuestros tiempos han logrado escanear y resguardar la película de los setenta, protagonizada por Christopher Reeve, dentro de un cristal pequeño.

Esto ha llamado la atención de la casa productora, pues las cintas con las que muchas de sus películas antiguas fueron rodadas resultan ser inflamables y delicadas, por lo que se tiene que recurrir a mantenerlas resguardadas en bóvedas, a bajas temperaturas, para poder preservarlas y evitar la degradación del material.

De esta manera, a comparación del carrete fotográfico con el cual se rodó la película de Superman (1978), un cristal pequeño, capaz de acomodarse a espacios chicos y resistir degradación natural, suena como una buena opción al momento de intentar resguardar información a larguísimo plazo.

Ya sean registros médicos, videos de gatitos o cualquier otra innumerable cantidad de datos, la capacidad de almacenamiento de los cristales del Proyecto Silica pretende reemplazar las grandes maquinarias que sirven para resguardar los terabytes de información subida diariamente a la nube, lo que evitaría la labor de trasladar y reescribir datos por los siguientes mil años.

Aunque esta tecnología todavía está en su infancia, si sus expectativas llegan a cumplirse, podría presentarse hasta ahora como el método más efectivo de almacenamiento de datos, capaz de sobrevivir erupciones solares, inundaciones y muchas otras catástrofes que antes se han probado como detractoras para el almacenamiento de datos.

Finalmente, cabe recalcar que la relevancia de esta tecnología yace en su longevidad. Quizás en el futuro la raza humana llegue a cambiar drásticamente. Tal vez los continentes se reacomoden y el hombre logrará asentarse en otros planetas, pero lo que esta tecnología intenta asegurar es que, sin importar qué tan diferentes sean las cosas en el futuro, las próximas generaciones podrán ser capaces de echar un vistazo al pasado y darse cuenta de cómo vivíamos nuestra humanidad.

Quizás hasta se lleven una sorpresa al descubrir que, para nosotros, la idea de un hombre capaz de volar, usando mallas azules y calzoncillos rojos, inspiraba nuestra imaginación e impulsaba nuestros sueños.